Cuando amas, aprisionas a una presa escurridiza. O eso crees. Porque el amor es, sobre todo, un acto de libertad incluso en su deseo de esclavizarse.
El amor sigue siendo un laberinto y por más que alguien nos dé una brújula o nos muestre un instructivo para vivirlo, ya estando en él, todo es zozobra y perplejidad Sin embargo, el amor se sigue buscando como a un refugio en tiempos de guerra.
El amor es el rey de los adjetivos: todos pueden calificarlo. Sin embargo, cualquiera de ellos resultará impreciso e incompleto. El amor lucha contra su propia definición. Ahí reside su potencia. Impide toda certeza, renuncia a la exactitud. Para hablar del amor nada más expresivo que las metáforas, la ambigüedad, la niebla, los sueños, la cursilería, el despecho, un corazón roto.
Son muchos sentimientos y todos combatiéndose. Y puede ser infinito o instantáneo, solar o nebuloso, loco o convencional, frenético o apacible, brujo o angelical. Amores perros o amores gatos. Y es que el amor, reflexiona Diane Ackerman, “contiene muchos sentimientos que, independientemente de su vaguedad y confusión, agrupamos en una sola palabra”. Y esta misma autora que ha visto pasar sobre su corazón al amor como un ferrocarril de nubes, arriesga su propia definición: “El amor es un acto de sedición, una revuelta contra la razón, un alzamiento contra el Estado, un motín íntimo” capaz de derrocar a los más poderosos y pertrechados reinos con una mirada o un suspiro. Amor –dice- qué palabra tan pequeña para una idea tan inmensa y poderosa, que ha alterado el curso de la historia, apaciguado monstruos, inspirado obras de arte, alegrado tristezas, ablandando a los duros, consolando a los esclavos, enloquecido a las mujeres fuertes, glorificando a los humildes, alimentando escándalos nacionales, llevando a magnates deshonestos a la bancarrota y derribando monarquías. ¿Cómo puede confinarse la inmensidad del amor en el estrecho límite de un par se sílabas?” (Una sola sílaba en el caso del inglés, love).
Para muchos estas definiciones pecan de un exceso de melcocha, y Oscar Wilde es unos de los primeros en reaccionar con su desencanto habitual diciendo: “cuando uno está enamorado comienza engañándose a sí mismo y termina engañando a los demás. Esto es lo que el mundo llama amor romántico”. Por eso muchos otros sabios han intentado fulminarlo en una línea: El amor no es una elección, es un imperativo biológico. El amor es un delirio cuya locura lo cura; o, una locura que se cura con la realidad. El amor es un simple intercambio de salivas.
Sorprende que entre esta legión de desencantados se cuente a Gabriel García Márquez que a través del doctor Abrenuncio en Del amor y otros demonios dice: “…el amor era un sentimiento contra natura, que condenaba a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa”.
Pero es el Divino Marqués de Sade quien en Filosofía en el tocador aconseja a huir del amor como de un animal ponzoñoso: “¿Cuál es la base del amor? El deseo. ¿Cuáles son sus consecuencias? La locura. De verdad os digo que no hay amor que pueda resistir los efectos de una reflexión sana. ¡Oh cuan insigne necedad es caer en la embriaguez que, absorbiendo nuestros sentidos, nos pone en el estado de no ver otra cosa si no es el objeto adorable! ¿Esto es vivir? ¿No es, por ventura, privarse de las mayores dulzuras de la tierra? Algunos meses de alegre posesión bastan para que nos sonrojemos por haber quemado tanto incienso en los altares de Eros. ¡Oh jóvenes voluptuosas! Hacednos entrega de vuestras gracias; divertíos, eso es lo esencial. Mas huid con tiento del amor”.
También el amor, es una cosa que lleva en sí misma la simiente de su ruina.
El poeta francés Charles Baudelaire, autor de Las flores del mal va más allá: “…el amor se parece mucho a una operación quirúrgica… aunque los dos amantes estén muy prendados y muy plenos de deseos recíprocos, uno de los dos estará más sereno, o menos poseído que el otro. Ésta o éste es el cirujano o el verdugo; el otro es el sujeto, la víctima… Yo digo: el deleite singular y supremo del amor reside en la certidumbre de hacer el mal”.
En contraste, Petrarca parece refutar a esos filósofos y poetas y afirma que el amor es “Amar a una cosa mortal con una fe que sólo a Dios es debida”.
El amor es un río, y un río es de muchas formas según el agua que corre por su cauce. Cuando opinamos sobre el amor, apenas nos estamos refiriendo a la parte del río que estamos percibiendo. De ahí que nuestra definición siempre será fragmentaria. Visto así el extenso río, habrá entonces amores secos o de caudales amazónicos, apacibles o furiosos. Pero además, sólo veremos fluir al río sin percatarnos lo que existe más allá de su superficie. Y son las corrientes subterráneas lo que otorga al amor esos movimientos incomprensibles o enigmáticos en nuestros corazones. Además, nos recuerda Heráclito, nadie mira el mismo río en dos instantes distintos; de un instante a otro, quien lo mira también cambia.
Opinión
Domingo 20 Jul 2025, 06:30
El amor es un río
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Alfredo Espinosa
