Decía don José Luis Baca que de uno de los pinos más altos que había en el Barrio de los Ojitos, en Ciudad Madera, y que fue derrumbado por un rayo durante una tormenta, se colgó un desdichado joven. Un día ese muchacho, que trabajó en el aserradero del ejido, fue encontrado con el cuello sujeto por una cuerda que pendía de una de las ramas más bajas del malhadado pino. Fue una señora del barrio, quien había ido por agua a Los Ojitos, la que dio la voz de alarma, y de inmediato se congregó una multitud de gentes todavía sin peinar, a medio vestir, lagañosos los ojos todavía por el sueño perdido.
Bajaron al infeliz, y no faltaron las conjeturas: que lo había dejado la novia, quien se le había ido con un agente de ventas, que andaba la ingrata con el comisariado ejidal; que no, que no es cierto, que más bien le descubrieron que padecía de una enfermedad terminal, y que la pudrición le carcomía las entrañas...
A falta de una verdad concluyente, toda una leyenda fue lo que se tejió alrededor de esta muerte. Y el pino en cuestión quedó maldito, según nos contaba don Pepe con los ojos torcidos y con los aspavientos que acostumbraba cuando se ponía a contarnos cuentos de miedo.
El pino maldito duró ahí como diez años después de que encontraron al ahorcado, y no faltaba quien asegurara que éste, en forma de fantasma, se aparecía a la gente. Un día, viniendo del barrio del Establo, a una señora se le ocurrió cortar travesía, y se internó por Los Ojitos, y es que alrededor de los manantiales había terreno pantanoso, y si uno no sabía cruzar por los caminitos de piedra, corría el peligro de atascarse en el lodazal. Pues esta dama venía despacito por las piedras, porque era noche y apenas se distinguía el sendero...
De pronto, balanceándose del pino, un cadáver ardía, y en su vaivén rozó a la mujer, quien quedó desmayada ahí. Al día siguiente, su marido la encontró desfalleciente y la llevó al hospital, pero no duró viva ni tres días, pues murió PRESA de fuertes calenturas, y entre sollozos y gemidos, repetía: “el ahorcado se quema, el ahorcado se quema, me toca y me muero, me toca y me muero”.
A partir de entonces, el barrio rebosó de relatos de apariciones en el área de los manantiales, todos relacionados con el ahorcado, a quien atribuyeron un pacto con el diablo.
Pero un día, el pino maldito fue derribado por el impacto de un rayo que además lo redujo a cenizas, y para la gente fue como si Dios hubiera decidido cortar con el mal de raíz. Pero con el pino desaparecido para siempre, empezó como una plaga la desaparición de perros en el barrio, que eran encontrados después, en la senda de piedras, destripados y degollados.
“Es el toque del diablo, que se enojó porque ahora no puede hacer daño a los humanos”, dijeron las gentes. El toque del diablo es recordado todavía, a varias décadas de aquellos sucesos.