Barcelona.- No hace mucho, las familias que llegaban a la costa de Montgat, a las afueras de Barcelona, construían castillos de arena y se relajaban en la ancha franja de arena que era la imagen de las vacaciones de verano europeas. Pero ahora, en algunos lugares, apenas hay espacio para colocar una toalla.

"De aquí hasta allá todo era arena", dijo Sofía Mella, de 19 años, mientras señalaba hacia el mar.

El cambio climático está convirtiendo Europa en un paraíso veraniego perdido. En España, Italia, Grecia, Francia y más allá, tormentas devoradoras de arena, niveles del mar en aumento, temperaturas asfixiantes, inundaciones mortales y terribles incendios forestales año tras año han convertido a algunas de las escapadas más deseadas del continente en lugares de las cuales escapar.

"Es un infierno", dijo Daniel Pardo Rivacoba, residente de Barcelona, hablando a nombre de un grupo que lucha contra el turismo excesivo -y los vuelos que alimentan el cambio climático. Para él, el sol abrasador no era un aliado para alejar a los turistas, sino un enemigo común que los derretiría a ambos.

El año pasado, el grupo de Pardo Rivacoba se hizo viral al organizar manifestaciones contra el turismo excesivo que incluyeron rociar a turistas con pistolas de agua. Este año, comentó, hizo tanto calor que "nos apuntamos las pistolas de agua a nosotros mismos".

Junio fue el mes más cruel. Hasta el momento. En Roma, los turistas recorrían los lugares de interés de la Ciudad como si giraran en un microondas al aire libre. Cantantes de ópera en Verona se desmayaban en su vestuario. Pero España se ha convertido en el destino menos divertido bajo el sol. Las temperaturas en la ciudad de El Granado, en el suroeste del País, casi alcanzaron los 46 grados centígrados, un récord nacional para junio.

El año pasado, inundaciones en Valencia mataron a más de 200 personas; este año, los expertos afirman que un exceso de muertes, particularmente entre enfermos y ancianos, ha aumentado drásticamente con las temperaturas.

El cambio climático también está transformando el paisaje español, incluyendo la playa de Montgat, donde las tormentas, cada vez más frecuentes, se han llevado gran parte de la arena.

Barcelona, a varios kilómetros de distancia, ha reportado la pérdida de 30 mil metros cuadrados de arena en los últimos cinco años. Marina d'Or, a las afueras de Valencia, más al sur, se concibió como un balneario, emblemático de las vacaciones de playa en España. Ahora, las tormentas también se han llevado algunas de sus playas. Los expertos han estimado la pérdida de cientos de miles de metros cuadrados de playa en todo el País y han advertido sobre la desertificación.

España sabe que tiene un problema. Entre oposición de la derecha a las regulaciones del Pacto Verde Europeo, que protegen el medio ambiente, su Gobierno ha acogido una transición ecológica.

"El principal riesgo que enfrenta la humanidad hoy, sin duda, es el cambio climático", declaró Sira Rego, Ministra del Gobierno de Pedro Sánchez. Ella llamó el responder a estos cambios la "prioridad del País en términos de seguridad".

El Gobierno, orgulloso del buen desempeño de su economía, está trabajando para atraer cientos de miles de millones de euros en inversiones en energía sostenible para crear cientos de miles de nuevos empleos verdes. Busca invertir en sistemas para anticipar las olas de calor y capacitar a profesionales del cuidado de la salud que atenderán más males relacionados con el calor. Busca aumentar la eficiencia energética y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

A nivel más local, ciudades como Barcelona también intentan mitigar los daños.

Laia Bonet, primera subalcaldesa de la Ciudad, responsable de ecología y urbanismo, afirmó que Barcelona está trabajando para abordar la realidad de una Ciudad más calurosa, con niveles del mar más altos y playas erosionadas. Su prioridad, explicó, es proteger a los residentes vulnerables con cientos de refugios climáticos. También está invirtiendo 1.8 mil millones de euros, más de 2 mil millones de dólares, para hacer edificios más ecológicos, ampliar las zonas verdes, instalar 200 estructuras de sombra y reemplazar parte del pavimento con tierra para absorber y reutilizar mejor el agua de lluvia.

La Ciudad también está utilizando arena recuperada de proyectos de construcción para ayudar a preservar sus playas, que son un espacio público apreciado por los residentes para refrescarse y un elemento fundamental en la identidad de la Ciudad como destino turístico. Alrededor del 15 por ciento de la economía de Barcelona proviene del turismo.

En Sevilla, la ciudad en el sur de España a veces llamada "la sartén de Europa", las monjas llevan mucho tiempo colgando cortinas blancas alrededor de sus claustros para protegerse del sol. Pero más recientemente, la Ciudad ha comenzado a cubrir sus estrechas calles con sábanas blancas, extendidas sobre los tejados como marquesinas. Algunas zonas de la Ciudad utilizan un antiguo sistema de conductos subterráneos para transportar aire más fresco a la superficie, mientras que otro proyecto bombea el agua de escorrentía hacia espacios públicos sombreados. La Ciudad ha comenzado a dar nombre a las olas de calor para hacerlas más palpables.

Esto es importante, dicen los expertos, porque una vez que pasan las olas de calor, la gente tiende a olvidarlas.

Pero en lugar de cambiar su comportamiento, muchos europeos del sur han recurrido a pensar en planes de escape. En Barcelona, tres mujeres españolas mayores sentadas a la sombra fantaseaban con la nublada Galicia en el norte. Y los romanos con presupuestos de viaje holgados han empezado a fijarse en países húmedos, fríos y a menudo olvidados.

"Podría suceder que si hace demasiado calor la gente vaya a Bélgica", dijo Ann Verdonck, de 45 años, de cerca de Amberes, quien estaba de vacaciones con su familia en Barcelona, donde las temperaturas le parecieron insoportables. "Y entonces tendremos demasiada gente".

Algunos lugareños consideraron el calor un respiro de las asfixiantes masas de turistas.

"Si va a hacer tanto calor, al menos podré pasar por la Sagrada Familia", dijo Mercedes López, de 67 años, quien vive junto a la obra diseñada por Antoni Gaudí. Pero añadió que una industria turística diezmada solo traería miseria económica.

"Si este calor sigue así, tendremos que mudarnos a Noruega o Finlandia", dijo.

Su amiga Consol Serra, de 74 años, no lo consideró una solución.

"Si nosotros lidiamos con el calor ahora, con el tiempo también les llegará", dijo.