“¿Qué es un ser humano? // Un ser que juega desde que nace hasta que muere.”
Jodorowsky
Los filósofos de los últimos doscientos años exhiben una cierta tendencia funeraria. Hegel declaró la muerte del arte, de modo que Wagner resultaba un cadáver anticipado. Nietzsche, más ambicioso, proclamó la muerte del Dios cristiano y el triunfo del superhombre. Su último gesto público fue protestar por los golpes que le daban a un caballo: lo abrazó y perdió la razón. No sé si Foucault clasifica como filósofo, pero dejó claro que el Hombre había muerto.
Precisando: ya no tenemos —o no hemos tenido, o no podemos tener— una imagen del hombre que nos convenza; y el hombre, a lo sumo, puede ser sujeto, pero no objeto del conocimiento. ¿Por qué? Porque la realidad del humano sobrepasa la capacidad del humano. Podemos conocer cualquier cosa, pero no conocernos a nosotros mismos. La imagen del hombre como hijo de Dios, íntegra y durable durante más de un milenio, ha sido superada como una superchería medieval.
De Nietzsche a Foucault se verifica el sepelio del humanismo que fue clave del siglo XIX, o más bien del período comprendido entre 1789 y 1914. El humanismo romántico descendía del renacentista, y este era, a su vez, un supuesto revival del pensamiento griego. En realidad, nunca hubo un pensamiento griego homogéneo, ni una idea única o positiva del humano, a lo largo de tantos siglos.
Para Homero, se trata de una criatura desesperada, sometida al capricho criminal de los dioses, condenada a la violencia, que solo anhela una casa, una mujer y un hijo. Sócrates se ocupa del hombre, pero en esa tarea descubre a un solo Zeus, Dios. Así que lo suicidan. Si se mira un Praxíteles, no se verá un dios por el cuerpo, que hoy puede encontrarse en cualquier gimnasio; pero el rostro es imposible, antes y ahora. Al representar a un dios con figura de persona, se llevaban los rasgos humanos a un extraño más allá, como si quisieran, debieran o aun pudieran sobrepasar la realidad humana. Es lo que puede verse luego en el rostro del David de Miguel Ángel.
No es de extrañar que el último Platón, el de Las Leyes, se muestre como un hombre devotísimo. Aristóteles rompe esta unanimidad divina: es el maestro del monstruo Alejandro y carece de esas ilusiones. Está a favor de una ética, para quienes puedan con tanto, y nada más. Ahora bien, el pensamiento renacentista contemplaba esas variadas aventuras como un inmenso refrescamiento mental frente a la enajenación medieval, donde Dios había aplastado al hombre, con la paradoja de que el cristianismo es la religión en la que un Hombre es Dios.
La etapa de las revoluciones burguesas, que venía a liquidar la Edad Media, liberó esas latencias del pensamiento occidental. El humano, y no Dios, estaba ahora en el centro, tanto como individuo como en su dimensión social. Se desatan los progresos de la ciencia humana en el gobierno del mundo: ciencia, tecnología y política democrática. Dios resulta cada vez más innecesario y, ya para 1900, la frase de Nietzsche es una realidad. No hay Dios, y la degollina de la Gran Guerra, iniciada por los más creyentes, lo demuestra.
Al mismo tiempo, el humanismo logra la victoria total con la Unión Soviética. Ahora sí que no hace falta Dios para nada y, curiosamente, tampoco el humano como individuo. El Estado sí es humanísimo: va a atender las necesidades, siempre crecientes —no sabemos de qué tipo ni por qué—, de todos; y luego habrá una sociedad sin clases, un paraíso humano.
En el otro extremo surge entonces un Estado más sincero, que no abole a Dios, pues el Guía recibe su inspiración de Él. Es muy humano: es el superhombre real, y Heidegger dice que en el Guía, y solo en el Guía, reside la Ley. ¿Ven? Ha triunfado el hombre: Stalin, Hitler. La infanta Eulalia decía conocer a toda la nobleza europea y que ningún noble era más fino que Mussolini. A Heidegger, que era heterosexual, le gustaban las manos de Hitler: de príncipe, decía. Adoración por un hombre que es casi Dios y no lo dice por modestia, por no hablar de sí mismo. Los tanques nazis llevaban esta leyenda: Gott mit uns, Dios con nosotros. Los dos totalitarismos, sin Dios o con Dios, se proclaman humanos. No sé si será por eso que terminan fracasando estrepitosamente.
Con el famoso 11 de septiembre queda claro que hay otros actores en el mundo que no proceden de Occidente y que, de hecho, son hostiles a este tipo de pugilato entre el Hombre y Dios. La libertad, la ciencia y la tecnología de Occidente han empoderado a unos cuervos muy agresivos, y el ateísmo chino reciclado en el mercado, el islamismo petrolero y turístico, y el sovietismo ahora ortodoxo y hitleriano dicen que no: que el Hombre es asunto de ellos y que Dios, si existe, también. Y desde la libertad no hay forma de eliminarlos.
¿Para qué seguir?
Se oye de fondo Imagine, de Lennon, melancólica, pidiendo que nos unamos a él, artista millonario de piano pintado de blanco, a fin de lograr una fraternidad del hombre sin religiones. Otro profeta del humanismo liberal ateísta, tan irreal como los otros, pero con cámaras para cantar y mansión con piano adentro.
No queremos —o mejor dicho, no nos dejan los emperadores— ser humanos mundiales, sino imperiales o imperializados; o a esa conclusión nos llevan esos políticos sangrientos, aun cuando pongamos, o pongan, a una mujer y a una persona negra en la Luna, y no sé si a algún transgénero en Marte. Y si esto es inevitable en materia de política, ni hablar de la episteme. Mientras todas estas desgracias de la historia nos apartaban del hombre renacentista y romántico, la indagación de la naturaleza humana ha ido complicando, enturbiando y perturbando esa imagen de una forma verdaderamente peligrosa.
Somos inteligentes, incluso de forma artificial, que es mejor. Todo está previsto para el fin de lo humano, que humanamente no hay forma de ver sino como un grosero error de la materia; inevitable, porque la materia misma es groserísima hasta la más implacable crueldad, pues ni se crea ni se destruye, aunque está claro que nos destruye como individuos y está preparada para acabarnos como especie en cualquier momento. Mejor ser buenos, obedientes y corteses con la eternidad chusma de la materia: mejor nos adelantamos.
Dios murió, el Hombre murió.
Díganme, sepultureros: ¿por qué?, ¿para qué?
Preguntas para políticos de Morena y de la oposición: no hay mucho que decirles. Como van las cosas, enterrarán al pueblo.
Salud y larga vida.
Profesor por oposición de la Facultad de Derecho de la UACH.
Instagram: profesorf