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Ningún joven debería morir, por las causas que fueren. Todos deberían estar en la ruta de la preparación académica para consolidarse como los nuevos cimientos de este país.
La mañana de este domingo leía un comunicado de la FGE, en el cual la representación social daba a conocer algunos pormenores de las pesquisas sobre la muerte de Danna Angelina, la jovencita asesinada un par de semanas atrás.
Además del terrible impacto que nos causó su muerte, el abuso y las heridas que provocaron el deceso, así como la manera miserable de inhumarla; tres de los presuntos involucrados en su artero crimen fueron asesinados en diversos lugares.
Danna tenía apenas 21 años de edad cuando fue abusada y asesinada, las edades de los supuestos verdugos oscilaban entre los 20 y 21 años.
Esta doble tragedia, usuales en el México de hoy, donde el crimen organizado recluta y obliga a adolescentes a incorporarse a sus filas, mientras que las desigualdades, la incertidumbre por un futuro prometedor y el clima volátil que viven en las comunidades rurales y ciudades, otros jóvenes se ven obligados a desertar de las escuelas o rehuir al trabajo.
Esta situación lastima y debería provocar un cambio de actitud, no sólo de la autoridad, de cualquier orden de gobierno, sino de todos nosotros para recuperar a nuestras niñas, niños, adolescentes y jóvenes.
Sin demérito del luto y el dolor que nos causa perderlos, por lo mismo de su vulnerabilidad durante su crecimiento, hay razones suficientes para atenderlos, apoyarles y alentarlos a continuar por el camino correcto.
Independientemente del signo partidista, existen programas y apoyos para que, desde el kínder y hasta el nivel medio superior, nuestros chavos y chavas se concentren en estudiar.
Las becas que otorga la federación hasta los 29 años, así como las del gobierno estatal y los ayuntamientos, si bien no resuelve al 100% sus necesidades, sí representa un gran apoyo para que continúen estudiando.
En lo personal soy partidario de que ningún niño, niña, adolescente joven se quede sin estudiar, si el pretexto es la cuota de inscripción, tampoco el porcentaje no idóneo de aprovechamiento. Es preferible tenerlos en las aulas y no con un fusil, en las drogas o dentro de un ataúd.
Debemos ser más empáticos y abiertos en cuanto a respetar las decisiones de los padres para inscribir a sus hijos en escuelas públicas o privadas. Ambas opciones pretenden el mismo destino: encaminarlos por la senda educativa y que sean buenos ciudadanos.
Para aquellos que estudian y trabajan es doble reconocimiento. Afortunadamente son muchos, lo cual quiere decir que algo bien se está haciendo, familias y autoridades. No es malo.
En lo personal siento enorme satisfacción interactuar con jóvenes cuando voy al cine, en los supermercados, en el comercio, en restaurantes que, no sólo se ocupan parar ayudarse, también se esfuerzan para seguir sus estudios.
Son muchas, muchos los que están detrás de un mostrador atendiendo, y eso debe ser motivo de orgullo y esperanza.
Lo que sí, y lo subrayo, es que los patrones, sobre todo de aquellos jóvenes que trabajan para grandes corporativos y cadenas trasnacionales, deben despojarse del egoísmo y apreciar la mano de obra, porque los únicos que incrementan voluptuosamente sus ganancias son ellos.
Pagar mejores salarios a los jóvenes no es un gasto, es una inversión, y es apostarle a que sigan adelante por los buenos rumbos. Son los que sostendrán al país en el corto plazo, ¿o les vale y prefieren aumentar la inmoral riqueza monetaria?
Cuando sucede una desgracia que involucra a niñas, niños, adolescentes y jóvenes, lamentamos mucho, y hay quienes satanizan a las familias de las víctimas y de los victimarios jóvenes, o piden con clichés a la autoridad aplicarse más, pero no son capaces de reconocer su responsabilidad en el añejo e inmoral círculo vicioso de pagar bajos salarios que contrastan con las pingües ganancias cada año fiscal.
Cuando sean atendidos por jóvenes, aliéntelos a continuar con sus estudios. Déles propina en la medida de sus posibilidades, cómpreles mercancía, no importa si está en un tianguis o en crucero, valen lo mismo como personas. Se siente chingón, mucho.
Abramos los ojos, despojémonos del egoísmo y el desdén. Nuestras niñas, niños, adolescentes y jóvenes son el bien más valioso que vamos a legar.
Ayudémoslos a labrarse su futuro. Querámoslos porque todos son nuestros.
Es cuanto.