Cuando se estaban peleando, pues llegó su padre de uno, “Hijo de mi corazón ya no pelees con ninguno". Quítese de aquí mi padre, que estoy más bravo que un león, no vaya a sacar mi espada, le traspasé el corazón. Hijo de mi corazón, por lo que acabas de hablar, antes de que salga el sol, la vida te han de quitar. Letra de la canción El hijo desobediente.
En colaboración del 4 de mayo, comentamos que la obediencia es una virtud moral por la cual las personas someten su voluntad a la del superior legítimo. La pregunta que nos hacemos es, ¿sí en determinadas situaciones debemos obedecer cualquier mandato o instrucción de un superior o a quien tiene atribuciones de mando? Imaginemos que un director de área ordena a su subordinado falsificar unos documentos, recibir dinero a cambio de que no denunciar una conducta incorrecta o maquillar unas cifras de unos registros contables; el sentido común nos indica que no debemos obedecer. Pues la obediencia es en relación al ejercicio de las funciones para las cuales fuimos contratados y las atribuciones que el superior tiene para dar indicaciones en esa materia.
En otras palabras, debemos obedecer al superior o a quien tiene facultades o atribuciones de mando en tanto lo exija en orden a la justicia, esto es, el deber que tenemos de realizar una acción que encuentra sustento en una norma moral o jurídica, por ejemplo, atender la indicación de realizar los registros contables por fecha o folio, en un programa, atender servicialmente a una persona que requiere los servicios de una institución.
Así tenemos que los gobernados pueden desobedecer cuando el poder es ilegítimo o manda cosas injustas, exceptuando algunos casos para evitar el escándalo o algún mal mayor.[1]
Como señalamos, anteriormente, la obediencia es una virtud moral por la cual las personas someten su voluntad a la del superior legítimo, implica una relación que involucra dos facultades del ser humano, la razón (inteligencia) por la cual la autoridad o el superior manda o da una orden a la segunda facultad: esto es, a la voluntad de sus subordinados, quienes por la orden se mueven a la acción para realizar los actos necesarios para el logro del bien.
Sin embargo, en ocasiones nos encontramos con gente que simula obedecer, es decir, no buscan el bien común ni los fines de la familia o de la institución para la que laboran, ya que unos actúan por rutina, aparentando que obedecen, automatismo puro, aparentan escuchar la instrucción del superior, pero hacen como si no la diera, y en realidad están atendiendo a otro fin o interés.
Otros están prontos con la obediencia del saber supremo, con ley en mano, para decirle a la mamá, al superior o a quien tiene enfrente cuáles son sus derechos y hasta dónde debe cumplir con la indicación que se le da, en otras palabras, hasta dónde se debe obedecer y puntualmente en dónde se esta excediendo el superior, “ufales”: no se diga respecto a las indicaciones de la mamá, que bárbaros, mezquindad pura. Recomendación, no te juntes con los mezquinos, eso se pega, aunque no sea resfrío.
Hay una obediencia que Royo Marín llama momificada, porque por un lado quien dirige no se atreve a mandar, debido a que si lo hace inmediatamente se prende una alarma en otra área y le llega la llamada de atención, pareciera fenómeno paranormal, pero es así, la razón la imaginarás; el mismo autor habla de la obediencia camuflajeada, la cual explicamos así: el subordinado o el hijo tiene la habilidad de sustraerse para no obedecer, inventa uno y mil pretextos, diríamos que estas personas tienen más salidas que la central camionera de la Ciudad de México, buenos para los pretextos malos, para la obediencia; y lo grave, convencen al superior, al papá o la mamá y a quien se les pone enfrente del porqué no cumplieron la indicación, deberían escribir telenovelas, les iría muy bien.
Ya no le sigo, no vaya ser que me digan el hijo desobediente por escribir estas cosas.
S.T. q. 104, a 6, 3.
Opinión
Sábado 18 May 2024, 06:30
La obediencia del hijo desobediente (parte II)
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Jesús Guerrero
