Debo entregar mi artículo con algunas horas de anticipación al cierre del día, por eso sería una grave irresponsabilidad especular sobre los resultados electorales del día de ayer.
Me habría gustado conocer, al menos, la tendencia, esa a la que le llaman “irreversible”, pero no me es posible; primero, porque el tiempo me ganó y, segundo, hasta que la autoridad electoral determine quién ganó, las opiniones editoriales no son posibles, no, al menos sin sustento.
Porque una cosa es la nota informativa y, distinto -que no opuesto- el artículo de opinión. Hasta el momento de redactar este texto, no había una definición clara -o irreversible- sobre quién ganó o perdió. Lo único que sé, es que este día amanecimos con la renovación del Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y, espero, no sea así para el Poder Judicial.
Lo espero, en serio, porque como estaban las cosas ayer, era inminente una invasión al Poder Judicial. Deseo que no sea así, haya ganado quien haya ganado, porque si no me equivoco, estaríamos entrando en una etapa cavernaria ilimitada solo por el poder.
De una cosa estoy seguro: pocos, muy pocos partidos políticos y por supuesto sus líderes en ese momento, han decidido hacer un ejercicio de humildad al ganar una contienda electoral. No me haga citar ejemplos, porque no me alcanzaría todo el año para anotarlos.
Una competencia electoral tiene sus tiempos y sus formas, pero una vez concluido el proceso, hay ganadores y hay perdedores. Por lo regular, los primeros pretenden imponer sus fobias y, los segundos, en la costumbre helenística, asumen una posición de autocontrol, que no se logra tan fácilmente.
Esta madrugada, ya hubo un ganador y un perdedor en esta contienda electoral. Se terminó el proceso de competencia y ahora, en el más estricto sentido de la decencia, se debe asumir una postura de total humildad o, en el extremo opuesto, grandeza en la derrota. Se gana con humildad, se pierde dignamente.
Con todos los elementos de impugnación, con las distintas normas y formas para pelear en los tribunales, hay que saber perder pero, mucho más, hay que saber ganar. Porque el que pierde se sentirá frustrado, eliminado, en el agujero del fracaso. Pero quien gana tiene la enorme responsabilidad de sanar heridas y llevar al quirófano político, la cicatrización de una cirugía que tardará años en dejar de doler.
Descartes define humildad así: “La humildad virtuosa consiste únicamente en que, al reflexionar sobre la imperfección de nuestra naturaleza y sobre las faltas que podamos haber cometido en otro tiempo o que somos capaces de cometer, no menores que las que puedan cometer otros, no nos creemos superiores a nadie”.
Sócrates sostiene: “Solo sé que no sé nada -es la archiconocida frase de Sócrates- y el comienzo de cualquier aprendizaje. Y esto que parece tan fácil, no lo es en absoluto. Aprender significa humildad, reconocer que no somos tan buenos en algo y que tenemos espacio de mejora”.
Paulo Freire: “Nadie es superior a nadie, lo que resulta una exigencia para una educación emancipadora”. Me parece que con estos tres ejemplos de definición, pudiésemos generar un principio elemental de humildad, con la que, espero, hoy hayamos amanecido después del proceso electoral. ¿Y grandeza? ¿Cuál es el concepto?
La condición universal de grandeza en el ser humano, puede resumirse así: “Se destaca por alegrarse del bien personal y colectivo, deseando siempre el bienestar de los demás”. ¿Es claro no? Quien haya amanecido con el triunfo, necesita un baño de humildad, si es que no lo tiene y a quien no le haya favorecido el resultado, importante que se crezca ante la grandeza humana.
Fácil no es. Decía párrafos arriba, que por lo regular el ganador en una contienda electoral busca la venganza de inmediato, someter al perdedor, amedrentarlo, perseguirlo, acosarlo y hasta borrarlo del mapa. ¿Qué gana? Ya obtuvo la victoria, con eso es suficiente y lo que debiera hacer a partir de ahí, es generar una cicatrización inmediata antes de que la herida derrame innecesariamente sangre.
Hoy lunes México amaneció con un ganador, o con un mapa electoral que deberá ser analizado, sí, al interior de cada partido para retroalimentación, pero quien haya ganado, necesita por fuerza un sentido estricto de la humildad. Quien haya ganado hoy, tuvo el respaldo mayoritario y deberá responder por lo que ofreció.
Pero México es más grande que sus problemas. México no puede entrar en un retroceso donde la víscera persuada a la inteligencia. Hoy México tiene un nuevo rumbo… eso espero. Al tiempo.