Chihuahua, Chih.- El admitir que no se arrepiente y haber publicado en sus redes sociales que realizaría el ataque apuntan hacia rasgos antisociales, explicó el psicólogo infantil Salvador Chavarría Luna sobre la menor de 13 años que atacó a una mamá con un hacha en una secundaria de Delcias.
El también docente de la Especialización en Intervención Clínica en Niños y Adolescentes de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) agregó que en este caso es necesaria una evaluación rigurosa para confirmar o descartar esa hipótesis.
Sostuvo que el enfoque inicial debe ser técnico y no punitivo; es decir, realizar el análisis psicológico y forense para determinar las motivaciones, rasgos de personalidad, estilos cognitivos y antecedentes contextuales que influyeron en su decisión de agredir.
Desde su perspectiva, la violencia en adolescentes puede tener orígenes distintos, ya sea que responda a formas reactivas, cuando actúa en respuesta a un estímulo agresor, o a formas proactivas, planificadas o deliberadas.
“Los hechos como este no sólo deben castigarse, sino analizarse como oportunidades de mejora. Es urgente reforzar la formación de profesionales, la capacitación docente y la articulación institucional”
Salvador Chavarría Luna, Psicólogo Infantil y docente de la UNAM
Las segundas y más riesgosas, detalló, podrían indicar la presencia de rasgos de personalidad antisociales, sin que eso signifique emplear terminología criminológica como “psicopatía”.
“No todos los adolescentes que atraviesan etapas de rebeldía o ruptura con normas tienen predisposición al crimen, pero cuando estos rasgos se combinan con factores de riesgo, requiere una intervención temprana”, señaló.
Chavarría Luna destacó que la violencia entre adolescentes no debe verse como eventos aislados, sino como señales urgentes de fallas institucional y social.
Resaltó que la prevención, el acompañamiento y la intervención temprana deben ser parte de una estrategia coordinada entre familias, escuelas, servicios de salud mental y autoridades.
“Los hechos como este no sólo deben castigarse, sino analizarse como oportunidades de mejora. Es urgente reforzar la formación de profesionales, la capacitación docente y la articulación institucional”, indicó Chavarría.
Dijo que la violencia adolescente es un problema multidimensional en el que convergen factores psicológicos individuales, dinámicas familiares, contextos culturales, digitalización de relaciones y vacíos institucionales,
Chavarría Luna destacó que sólo con un enfoque que respete los derechos humanos y considere la complejidad del desarrollo podrá responderse de manera adecuada a los jóvenes que cruzan los límites de la norma.
Para Chavarría, antes de emitir conclusiones definitivas resulta indispensable situar a la menor dentro de su etapa de desarrollo. Con 13 años, está en la transición entre preadolescencia y adolescencia temprana, fase en la que emerge paulatinamente el pensamiento abstracto desde un pensamiento predominantemente concreto.
“El adolescente transita entre estructuras de pensamiento todavía infantiles y otras más elaboradas. En esta etapa es frecuente la sensación de invulnerabilidad: ‘a mí no me va a pasar nada’”, comentó Chavarría, al subrayar que esa omnipotencia emergente puede favorecer conductas de riesgo si no son acompañadas adecuadamente.
Contexto: pospandemia, redes digitales y vulnerabilidades
Otro eje de su análisis fue el impacto del aislamiento y las redes sociales en la adolescencia pospandemia. Chavarría advierte que las habilidades socioemocionales y de afrontamiento se han deteriorado en muchos jóvenes que vivieron largos periodos de confinamiento.
Con menor socialización presencial, los adolescentes buscan conexión en comunidades digitales, algunas con contenido violento o discursos extremos. Aunque tales redes no deben demonizarse, expresó, resultan especialmente peligrosas para quienes aún no tienen tratamiento crítico del pensamiento.
“Cuando un adolescente carece de herramientas para discernir, puede aproximarse a discursos radicales que normalizan la violencia. No es cuestión de satanizar las redes, sino de formar su uso consciente con acompañamiento adulto”, afirmó.
Subrayó además que algunos espacios digitales menos visibles —no sólo las plataformas más populares— pueden actuar como caldo de cultivo para influencias negativas, incluso de adultos.
Desde la óptica de los derechos humanos, Chavarría considera que la escuela debe constituir un entorno de trato digno y seguro, donde la prevención tome lugar antes que la reacción.
Propone la educación al buen trato: los docentes no deben recurrir al autoritarismo, la humillación ni la violencia simbólica ni verbal. “Los adolescentes no responden cuando son tratados con agresividad; los ambientes de respeto generan interlocución”, indicó. Cuando ocurren actos violentos, es necesario abrir el diálogo con las comunidades educativas, con asistencia profesional, para que las personas afectadas —directa o indirectamente— puedan expresar lo sucedido y recibir contención.
“La negación o el silencio agravan el impacto emocional. Los protocolos escolares deben revisarse, actualizarse y estar sensibilizados frente a estas nuevas situaciones”, recomendó.
Chavarría también alertó sobre la necesidad de distinciones claras entre el rol del psicólogo escolar y el clínico. Los primeros pueden orientar, contener y referir; los segundos son quienes realizan intervenciones terapéuticas.
Agregó que la terapia clínica no puede proporcionarla la escuela directamente sin autorización de los padres o tutores, pues está sujeta a confidencialidad y contrato profesional.
Uno de los conceptos centrales en su reflexión es el adultocentrismo: interpretar la adolescencia desde la mirada adulta, sin comprender su lógica interna, limita el entendimiento y dificulta el establecimiento de vínculos de confianza.
Para Chavarría, cuando el adolescente confía en un adulto —maestro, orientador u otro referente— puede manifestar inquietudes antes de que escalen, pero esa posibilidad se ve limitada si los adultos descartan o minimizan sus expresiones.
“Muchos mitos arropan la violencia adolescente: creer que quien anuncia no actúa, que los jóvenes no avisan. No es cierto. Es necesario pedagogía para los docentes sobre identificación temprana y protocolos de respuesta”, recalcó.
El caso de Delicias, opinó Salvador Chavarría, expone una brecha del sistema: la carencia de psicólogos clínicos especializados en adolescencia, tanto en los servicios educativos como en los sanitarios públicos.
Un psicólogo general no está formado para abordar situaciones traumáticas complejas; requiere experiencia, supervisión profesional y estructura institucional.
Asimismo, enfatizó que el derecho de niñas, niños y adolescentes a vivir sin violencia y gozar de salud mental debe garantizarse mediante políticas públicas robustas, no sólo discursos de sensibilización.