Cuando despertó, la joven se sintió aturdida, la cabeza le daba vueltas. Trató de recordar lo que le había pasado, y cuando tuvo plena conciencia de todo lo que la habían hecho víctima, se derrumbó su ánimo. Estaba desnuda y golpeada. En seguida se vistió como pudo echándose sobre el cuerpo aquellos jirones que le habían dejado sus victimarios, se examinó y se sintió sucia y despreciable.

Entonces, lo único que deseó fue no saber nada de ella ni del mundo.
Cuando se estaba construyendo la Estación de Bomberos Número Dos, en avenida de las Américas y Washington, anexa al parque de las maquiladoras, allá por 1983, estando sólo la obra negra, había ahí un grupo de albañiles muy groseros. Aunque es fama de que todos los albañiles de México avientan piropos a todo cuanto traiga falda y pase frente a ellos, los de esta obra se excedían. Dicen que ellos se entretenían a la hora de entrada y salida de las obreras de las maquiladoras, que veían y molestaban sin cesar.

Además de gritarles piropos, de silbarles para atraer su atención, aquellos albañiles habían escogido a algunas de las muchachas con las que se extasiaban al ver sus cabellos bajar por la espalda, así como el vaivén de las caderas. De manera muy especial, centraban sus atenciones sobre una joven muy hermosa a la que siempre fastidiaban más que a las otras. Era ella alta, esbelta, de cabello negro y lacio, ojos profundos, una nariz respingada y boca delicada.

Uno de los albañiles mostraba un interés enfermizo por esta mujer. Dejaba de hacer sus labores media hora antes de que entrara o saliera la muchacha pues le resultaba difícil pensar en algo que no fuera ella, según cuentan. Pues bien, una tarde este albañil se quedó con tres de sus compañeros acomodando algunos ladrillos, mientras los demás se marchaban. Sucedió que, para sorpresa de ellos, la joven se acercó para preguntarles qué hora era. Cuando uno de los trabajadores sacó el reloj de la bolsa de su pantalón, la muchacha sintió un golpe en la cabeza, con el que se desvaneció.

Al despertar ella, tenía las manos atadas, su cabeza y su espalda se raspaban contra el suelo y, sobre ella, estaba el albañil. Cuando la violaba, ella trató de pedir auxilio gritando, pero su boca estaba amordazada. Todos ellos se aprovecharon de la chica hasta que se sintieron satisfechos, y entonces se fueron y la dejaron sola.

En cuanto se liberó ella de sus ataduras, salió tambaleante y vagó por aquel cuarto donde se guardaban las herramientas de la obra. Llevaba la mirada perdida. Buscaba algo entre aquellos instrumentos, algo que la liberara del infierno en el que estaba sumergida.

Al día siguiente, los trabajadores llegaron a la obra. El primero que llegó entró a la bodega en busca de sus herramientas, pero salió pálido casi en seguida. Gritaba pidiendo ayuda a sus compañeros. Cuando entraron a lo que hoy son los baños de la Estación de Bomberos, descubrieron el cuerpo de la mujer: una cuerda sujetaba su cuello y colgaba del techo y se balanceaba lentamente.

Hoy en día, a más de 25 años de aquel suceso, algunos de los bomberos en guardia de noche, aseguran que ven a una mujer vestida de blanco que entra a los baños. Pero nunca sale. Han ido a buscarla, pero no encuentran más que las sombras de la noche.