El amor es una pregunta que solo el corazón responde.

El primer movimiento del corazón es la posesión del otro (a). He ahí el conflicto, porque el amor, por antonomasia, es libre y requiere de su vuelo para sobrevivir.

En el amor, todo es misterio, pero quien lo busca, busca la maravilla, la alegría, el colorido del mundo.

El amor va por la avenida de los besos y regresa por la calle de la amargura.

Las miradas se entrecruzan. Un segundo nada más, o dos, y sucede una descarga eléctrica. Luego, los dos se hacen los desentendidos, conversan con amigos, beben de sus copas, continúan con sus trabajos, pero una fuerza interior los obliga a buscar esos ojos en cuyo fondo ya desearían mirarse. Los buscan y encuentran una sonrisa. Una sonrisa levísima, como de la Mona Lisa, pero estremecedora, imantada. Vuelven otra vez a sus cosas pero la concentración se ha evaporado. Hay en la atmósfera músicas cómplices, flores puestas ahí, adrede, penumbras donde prosperan los encantamientos. Levanta la cabeza otra vez atraído irremediablemente por esa persona y ésta sonríe abiertamente con los demás, parece feliz, y como si de un accidente azaroso se tratara vuelve a mirarlo y pero ahora parpadea lentamente y esa millonésima de segundo antes de dejar caer sus pestañas le envía una luz sutil pero intensa. Él hace esfuerzos sobrehumanos para no caer fulminado. Luego ella vuelve a reír mientras se acomoda el pelo tras la oreja y se humedece los labios.

Hay unos cuantos metros entre uno y otra y parece un abismo. No importa: de pronto les han salido alas.

Avanzan hacia esa persona por los senderos de un mapa inconsciente. ¿Obedecen una química que sólo ellos reconocen en las feromonas del ambiente; a una trama inconsciente prescrita en los patrones de la conducta infantil; o simplemente sucumben a la pasión efímera del encantamiento? Cualquiera que sea la explicación estamos ante la más irresistible de todas las fuerzas naturales.

Los desconocidos, sin haberlo planeado, se encuentran en el mismo campo magnético. Se saludan. Las manos se tocan por primera vez; por primera vez se sonríen, se miran, se hablan. Las pupilas se abren como el obturador de una cámara fotográfica ávida de captar lo más posible. Dos enigmas comienzan a enredar sus misterios y como cables eléctricos chisporrotean. Están en el camino hacia el corazón del otro, y el camino emocional es el más fascinante de todos. Hablan de todo y de nada, si estudian o trabajan, se presentan lo más positivamente posible, revelan sus yos auténticos, sus heridas, sus sueños. Comienzan a moverse al mismo ritmo, a engranar en una maquinaria afectiva que suponían oxidada y que ahora funciona enaceitada y mágica. Se abrazan y se sienten, por primera vez, uno en brazos del otro. El abrazo de los cuerpos no es otra cosa que las señas que un alma le hace a otra. Pero ninguno de los dos declara que desea probar sus labios, sentir las caricias, el calor de la pasión del otro.

Si logran sobreponerse al impacto de los primeros encuentros tendrán oportunidad de ponerse a prueba y responder algunas preguntas esenciales: ¿Estudias o trabajas?, ¿A qué horas sales por el pan?, es decir, quieren indagar ¿quién eres tú? y ¿qué quieres exactamente de mí?

Es quizá la única oportunidad de mirar al otro (a) con objetividad, fuera del mundo interior.