Una propuesta desde Chihuahua para desconectarse y reconectar con lo que realmente importa
En Chihuahua, la cifra es escalofriante: más del 86% de los adolescentes pasan más de siete horas al día frente a su celular. Y no, no estamos hablando solo de entretenimiento. Estamos frente a una adicción sin humo, sin jeringas, pero con efectos igual de corrosivos. Lo dice la ENDUTIH, pero también lo gritan los silencios en la mesa, los ojos rojos por desvelo, los mensajes sin alma que reemplazan las conversaciones.
La adicción digital ya no es una sospecha. Es un hecho. Y mientras en otras latitudes se encienden alarmas, en México aún normalizamos el encierro voluntario en una pantalla. En Madrid, la presidenta Isabel Díaz Ayuso lanzó una propuesta para limitar los celulares en las aulas. A la par, asociaciones como ALMMA dice lo que muchos callan: necesitamos reglas nuevas para una convivencia con tecnología que no nos robe la vida.
Pero cuidado: esto no es una guerra contra los celulares. No es una protesta anti-tecnología. Es un llamado a mirar con más profundidad. La Asociación Española de Pediatría lo deja claro: prohibir no basta, educar sí. El camino va por la autorregulación, el diálogo y los pactos familiares. No se trata de quitar el celular, sino de devolverle su lugar: una herramienta, no un tótem.
, hay esperanza. En Dinamarca, algunas escuelas adoptaron el modelo de “espacio libre de móviles”. ¿La escena? Alumnos entregando sus celulares al entrar. ¿El resultado? Silencio con sentido. Juegos que suenan a infancia. Profesores como Bent Povlsen, con 37 años en el aula, aseguran que fue la mejor decisión que han tomado: “Antes, los papás llamaban en plena clase para preguntar qué querían cenar. Hoy, los chicos juegan, estudian y sonríen sin notificaciones”.
Noruega tampoco se queda atrás. Un estudio de Abrahamsson en 2024 comprobó que el prohibir los smartphones en escuelas redujo el acoso, mejoró el rendimiento académico y bajaron los síntomas de ansiedad y depresión. El informe Smartphone Bans, Student Outcomes and Mental Health es claro: desconectar es proteger.
Mientras el norte de Europa aprende a convivir sin pantallas, en Chihuahua seguimos sin poner límites. El estado ocupa uno de los primeros lugares en uso adolescente del celular. La pregunta es urgente: ¿hasta cuándo vamos a seguir mirando hacia otro lado, mientras nuestros hijos se pierden en un mar de likes y notificaciones?
La propuesta que emerge desde aquí no necesita legislación, solo valentía. Nace como un susurro y se convierte en grito: 24 horas sin celular. Así de simple. Así de revolucionario. Se llama Desconéctate para Reconectar y plantea una intervención familiar de cuatro semanas que pone al celular en su lugar… y a la familia en el centro.
Todo inicia sin prohibiciones, sin sermones. Solo con un espejo. En la primera semana, padres e hijos hacen un ejercicio brutal: registrar cuántas horas dedican al celular y hablar del tema sin culpas. Se cuelga una hoja en la cocina con el lema “Primero me observo, luego me transformo”. Y ahí comienza el cambio.
La segunda semana transforma la casa en territorio libre de notificaciones. Aparece la “caja de desconexión”, se recupera el comedor como lugar privado y se reemplazan los tutoriales por recetas hechas en familia. Dos horas menos al día. Más miradas. Más risas.
En la tercera semana, vivir sin celular ya no es sacrificio. Es alivio. Una hora diaria de reconexión con lo real: escribir en papel, jugar sin pantallas, cocinar en equipo. Si alguien rompe el pacto, paga con una lectura sobre bienestar digital. Castigo sabio.
Entonces, llega el gran día: 24 horas sin celular. Una jornada diseñada como fiesta. día de campo, películas sin segunda pantalla, cartas al “yo digital” y abrazos al “yo real”. Un día sin WiFi, pero con alma.
No es solo un experimento. Es una revolución. Según los primeros registros, el uso del celular baja hasta un 50%, la convivencia mejora y los adolescentes recuperan algo que no tiene precio: su propia identidad, sin filtros.
En un mundo que nos enseña a estar disponibles para todos menos para nosotros, este programa nos invita a volver a casa. Porque desconectarse no es dejar de existir, es volver a mirar a los ojos. Y a veces, la señal más fuerte no es la del WiFi, sino la del corazón que vuelve a latir con los suyos.
¿Te atreves a apagarlo por un día?
La reconexión empieza con un gesto. Uno tan simple como guardar el celular y mirar a quien tienes al lado.