¡Piensa fuerte! ¡piensa con ganas! si no quieres pensar tú, otros muy seguramente lo harán por ti, y lo que te digan no siempre será la verdad, muchas veces ese “saber” o dichos de otros estarán impregnados de ideologías o afirmaciones gratuitas, sin sustento alguno.
Cuando digo pensar fuerte me refiero no solo a buscar el conocimiento sobre el que Aristóteles decía es “el más perfecto de los modos de conocimiento” [1] es decir, la sabiduría l cual trata sobre las primeras causas y principios [2] de todo cuanto existe. También a que uses intensamente las facultades que Tomás de Aquino llamó “de la vida racional”, esto es, el intelecto o inteligencia, conocido también como facultad cognitiva, y la voluntad, también identificada como facultad afectiva, hoy descuidas por el común de la gente.
La inteligencia no se reduce a una capacidad pragmática de resolver problemas para adaptarnos según donde estamos, ya sea en la escuela, el trabajo con los amigos, ¡no! la inteligencia es más que eso, tiene una dimensión más importante, la contemplación y dirección natural a la verdad; de hecho, su objeto es conocer la verdad, es decir, la esencia de las cosas, pues se abstrae de cosas singulares materiales que existen en la naturaleza, un edificio, un árbol, un animal.
Sobre lo anterior podemos decir como ejemplo: en el trabajo, sobre todo en aquellas profesiones creativas, como un área de comunicación social donde labora nuestra estimada amiga Pamela, ella más allá de resolver problemas prácticos diariamente, por su inteligencia investiga o busca innovaciones basadas en un conocimiento profundo de la materia, en la tecnología o programas de diseño con los que se trabaja.
Y si quieres pensar más fuerte con la inteligencia, puede empezar por conocer la esencia de tu propio ser, o bien analizar tus actitudes, pensamientos y emociones, y buscar la verdad personal y el sentido de tu existencia, por ejemplo: para qué estás en el mundo, cuál es tu fin que cumplir, y muchas otras preguntas más.
La voluntad es una facultad por la cual deseamos o tendemos a algo que es bueno, es decir se orienta por lo que se estima es bueno, esto implica que cuando tomamos decisiones en realidad lo hacemos porque percibamos que lo que estamos haciendo es bueno; entonces la voluntad se guía por la búsqueda del bien.
Ejemplos sobre la voluntad abundan, elegir comer cuando tenemos hambre, lo hacemos porque sabemos que con la ingesta de alimentos satisfacemos una necesidad física y mantenemos salud, eso lo sabemos por la inteligencia que es bueno y por la voluntad nos determinados a comer.
Otro ejemplo, sería ayudar a un amigo en problemas; por la voluntad actuamos porque estimamos que ayudar es bueno y fortalece la amistad; también cuando buscamos descanso o entretenimiento, por la voluntad nos dirigimos hacia actividades que nos proporcionan placer o nos permiten relajarnos porque las consideramos buenas para nuestra salud mental y física.
En cualquiera de los casos la voluntad nos permite orientarnos hacia aquello que, de alguna manera, se entiende como un bien para la persona, dicho de otra manera, por lo que de algún modo es bueno, ya sea físico, emocional, moral o social.
Para cerrar, la inteligencia no es solo una herramienta para adaptarnos a las circunstancias de nuestro entorno, ni solo un medio para sobresalir en la escuela, el trabajo o entre amigos. La verdadera inteligencia es un faro que nos guía, nos ilumina nos invita a mirar más allá de lo inmediato y superficial. Es la capacidad de contemplar, de escudriñar la esencia de las cosas, de conocer la verdad, esto es seguir pensando fuerte.
Como ya habrás observado, lo anterior es la razón por la cual rechazamos lo malo, es decir no lo apetecemos, porque la inteligencia y la voluntad son las brújulas que si usamos correctamente nos llevarán a una vida plena, auténtica y llena de sentido, para ello hay que seguir pensando fuerte.

[1] Ética a Nicómaco, VI 7, 1141ª14.
[2] Metafísica, I, 2, 981b25.