“Un hombre justo siempre se cree injusto. Un hombre injusto siempre se cree justo”

Jodorowsky

Se acabaron los tiempos en donde los ciudadanos teníamos instituciones para enfrentar los actos arbitrarios de los poderes Ejecutivo y Legislativo. Ahora estamos frente a un grupo de justicieros que más bien parecen personajes de “La Liga de la Justicia”: Superman, Batman y Robin, la Mujer Maravilla, Aquaman, Thor, los Cuatro Fantásticos, etc. Quienes de niños eran nuestros héroes que, cuando menos, sometían a quienes buscaban “apoderarse del mundo”, como Pinky y Cerebro. En esto se está convirtiendo lo que era la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

En los medios de comunicación vemos cómo los dueños del país ahora tienen reuniones constantes con los juzgadores con el propósito, dicen, de “construir una agenda para ahora sí hacer justicia para el pueblo”, como si ellos fueran los patriarcas y dueños de México –que sí lo son–. Los felicito, grandes estadistas de Morena: todos o casi todos estamos esperando cómo siguen despedazando al Estado mexicano. A Plutarco Elías Calles le quedaron cortos.

La Declaración de Derechos Humanos –de la que de facto el Estado mexicano ya no forma parte por las reformas a la Constitución– reconoce como derecho de toda persona ser escuchada ante un tribunal independiente e imparcial. La Constitución de nuestro país ya no garantiza que los órganos de la función judicial gocen de independencia interna y externa. Por lo tanto, los jueces deben gozar de la garantía de independencia y ejercer de manera libre sus labores en el marco de la Constitución, las leyes y los méritos del proceso. Todo lo cual fue enterrado en su ataúd y clavado. Fue importante que las reformas se ubicaran sobre los estándares internacionales que garantizan la independencia judicial.

Muchos nos inconformamos, nada pasó. El senador Noroña, con gran ironía y prepotencia, dijo en uno de sus choros mareadores que la consulta no había tenido objeto alguno como parámetro para las reformas constitucionales sobre el Poder Judicial. –Nosotros lo decimos así porque es parte de las reformas del Movimiento–. Ahí lo dejo: tanta interpretación e inútil gasto de tinta.

“Sin justicia independiente, no hay Estado de Derecho”. Que jueces y juezas trabajen en forma independiente e imparcial para resolver los problemas jurídicos es una necesidad de toda sociedad. La Carta Democrática Interamericana, firmada por todos los países de la región, habla de la democracia representativa y sus elementos sustanciales: el respeto a los derechos fundamentales, las libertades personales, el acceso al Estado de Derecho y la separación de los poderes públicos. En México ya no existe.

No habrá desarrollo sostenible si no hay sistemas judiciales independientes, abiertos, inclusivos y que rindan cuentas. La independencia e imparcialidad son principios esenciales de un Poder Judicial en el marco de un Estado democrático y social de derechos.

Los sistemas judiciales que abandonan esos principios y se unen a los cabildeos políticos se convierten en factores decisivos de impunidad en los casos de crimen organizado, corrupción, violencia y violaciones de los derechos humanos. Éstos, más que cabilderos, son los que están bajo el control del partido oficialista.

Lo que era el empleo de la justicia como valor jurídico, ahora socavado, se ha constituido en esta época en un “agujero negro” que servirá para justificar y legitimar a todos aquellos que han detentado y aplicado los mecanismos de dirección o resolución de conflictos existentes entre los miembros de una comunidad social. Pero en nuestros días dejó de tener sentido. Es más: hoy no existe con claridad, en absoluto, ni una fundamentación racional para valores y un orden de principios ni un sistema de preferencias discutible y reconocible racionalmente para la determinación de la jerarquía de valores y para una ponderación de los mismos edificada sobre ella… La invocación a un orden o a una ponderación de valores no es, por lo tanto, ninguna fundamentación de aquello para lo que se ofrece como fundamento. Más bien, oculta decisiones ponderativas y mantiene una apariencia racional que se sustrae a la fundamentación real, lo cual nos aparta de la obligación de entregar justicia a los ciudadanos.

“El país que no tenga leyendas está condenado a morir de frío”. Es muy posible. Pero el pueblo que no tenga mitos está ya muerto. Ahora darán el paso a la “Liga de la Justicia”, a cargo de la presidenta, perdón, del ministro Hugo Ortiz.

La función de la clase particular de leyendas que son los mitos es, en efecto, expresar dramáticamente la ideología de la que vive la sociedad; mantener ante su conciencia no solamente los valores que reconoce y los ideales que persigue de generación en generación, sino ante todo, su ser y estructura mismos, los elementos, los vínculos y las tensiones que la constituyen; justificar, en fin, las reglas y las prácticas tradicionales sin las cuales todo lo suyo se dispersaría. Como diría Vygotsky, consciente de que el olvido es un gran roedor, el hombre pone a salvo sus recuerdos. Y ha aprendido a dominar su memoria natural mediante signos que actúan como estímulos artificiales o autogenerados. Los acordeones judiciales, el último remate.

Así, las Horas eran unos seres que distribuían las lluvias y el rocío, abrían y cerraban las puertas del Olimpo, presidían las bodas de los dioses y las vidas de los hombres. Eran diosas del equilibrio y la armonía vitales, y creadoras del bienestar, al tiempo que impulsoras de la convivencia. De todas ellas, sólo la Justicia tiene un interés mitológico. Se las conocía con los nombres de Eunomia, que representaba la legalidad; Dike, que personificaba el derecho y la justicia; y Eirene o Irene, que materializaba la paz. Con lo que vemos que, incluso desde el principio, se produce una ósmosis conceptual entre los conceptos de justicia y derecho, aún a pesar de ser nociones totalmente diferentes.

La palabra derecho, directum, no procede de la tradición jurídico-romana, sino que pertenece al lenguaje vulgar tardo-romano, de inspiración judeocristiana, y refleja la idea moralizante de que la conducta justa es aquella que sigue el camino recto (opinión mantenida por el insigne García Gallo). La palabra romana es ius, que significa lo justo; es decir, el orden judicial socialmente admitido, formulado por los que saben de lo justo, los iuris prudentes. Ahora estas nociones de derecho con el gobierno son imprudentes.

En el mundo del derecho, la justicia siempre ha ocupado una posición central, aun a pesar de ser un valor de contenido variable, nunca plenamente aprehendido, cuya definición y determinación ha estado sometida a la variabilidad constitutiva de las circunstancias históricas. En teoría, la justicia es la idea específica del derecho. Está reflejada con un grado mayor o menor de claridad o desfiguración en todas las leyes positivas y es la medida de su corrección. Es un valor trascendente y se manifiesta como necesidad constante que debe presidir las relaciones de convivencia. Nace en el seno de una sociedad para cubrir una exigencia social; no es un flatus vocis, una fórmula vacía.

Como base y principio del derecho y del ordenamiento, la justicia delimita y armoniza los deseos, pretensiones e intereses en conflicto de la vida social de la comunidad. Adoptando la idea de que todos los problemas jurídicos son problemas de distribución, el postulado de justicia equivale a una demanda de igualdad en el reparto de ventajas y cargas.

La justicia es la igualdad. Ya en el siglo IV a.C., los pitagóricos simbolizaron la justicia mediante el número cuadrado, en el que lo igual está unido a lo igual. Desde entonces, la idea de justicia ha presentado innumerables variantes (a cada uno según su mérito, según su contribución, según sus necesidades, según su capacidad, según su rango y condición, etc.). De este modo, la idea de justicia parece ser clara y simple, dotada de una poderosa fuerza motivadora, que goza muchas veces de una comprensión casi instintiva (los niños de pocos años apelan ya a la justicia si uno recibe un trozo de tarta más pequeño, llegándose incluso a sostener por algunos autores que hasta los animales poseen el germen del sentimiento de la justicia).

Los ciudadanos ya no estamos frente a un Estado de Derecho que pretenda mejorar las estructuras del Estado. Sólo quedaron edificios en donde falta que les pongan un letrero: “Sólo para los del movimiento de la 4T”.

Frente a estos héroes de la “Liga de la Justicia”, nosotros seremos los enemigos del pueblo. Cada quien escoja su personaje.

Salud y larga vida.

Profesor por Oposición de la Facultad de Derecho de la UACH.

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