“Qué lástima”.
Fue una respuesta reveladora del presidente Donald Trump el sábado, cuando se enteró por los periodistas de que su otrora aliado cercano, el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, acababa de ser detenido.
¿Tenía algo que decir?
“No”, respondió Trump. “Simplemente creo que es una lástima”.
Qué diferencia hacen unos meses.
En julio, Trump envió una airada carta al actual presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, en la que exigía que las autoridades retiraran las acusaciones de que Bolsonaro había intentado dar un golpe de Estado. Trump aplicó aranceles del 50 por ciento a las importaciones brasileñas e impuso sanciones a un juez del Supremo Tribunal de Brasil para tratar de mantener a Bolsonaro —un político de derecha al que a veces llaman el Trump del trópico— fuera de la cárcel.
Cinco meses después, Trump prácticamente ha admitido su derrota.
Bolsonaro, de 70 años, está iniciando una condena de 27 años en la celda de una prisión. Y Trump, tras una amistosa reunión con Lula, acaba de eliminar los aranceles más importantes contra Brasil.
El resultado pone de relieve el asombroso contraste en los destinos de Trump y Bolsonaro después de que cada uno de ellos intentara aferrarse al poder tras perder unas elecciones.
También es un claro ejemplo de los límites de la capacidad de Trump para doblegar a gobiernos extranjeros a su voluntad y de su disposición a abandonar a sus aliados y ponerse del lado de un rival cuando lo considera conveniente para sus intereses.
Su intervención en Brasil fue un intento extraordinario de influir en el caso judicial más importante de un aliado en décadas usando algunas de las herramientas más potentes a su disposición. Pero las instituciones brasileñas básicamente lo ignoraron. La aparente capitulación de Trump demuestra que sus esfuerzos no sirvieron de gran cosa.
Si acaso, se podría decir que resultaron contraproducentes. Los aranceles brasileños aumentaron los precios de la carne de res, el café y otros productos en Estados Unidos, justo en un momento en que la Casa Blanca enfrenta una presión cada vez mayor para rebajar los precios para los estadounidenses. Lula —un líder de la izquierda latinoamericana— salió de la refriega con Washington aún más fuerte políticamente que al inicio.
Muchos analistas creen que el Supremo Tribunal de Brasil condenó a Bolsonaro a una pena más larga debido a la intervención de Trump. Y el hijo de Bolsonaro, Eduardo —uno de los miembros más destacados del Congreso de Brasil y posible sucesor político de su padre—, enfrenta ahora sus propios cargos penales por sus esfuerzos para presionar a la Casa Blanca sobre el caso.
Cuando Trump intervino, Bolsonaro fue visto como un gran ganador. Ahora está claro que ninguno de los implicados ha perdido más.
Bolsonaro fue encarcelado inesperadamente el sábado, después de que las autoridades recibieran una alerta de que había manipulado el monitor de tobillo que llevaba en arresto domiciliario. (aún está agotando sus apelaciones). Bolsonaro declaró a la policía que había intentado quemar el dispositivo con un soldador. Posteriormente, culpó a su medicación de provocarle alucinaciones.
Alexandre de Moraes, magistrado del Supremo Tribunal que supervisa el caso, ordenó la detención de Bolsonaro porque consideró que existía un riesgo de fuga, y señaló que Bolsonaro vivía cerca de la embajada de Estados Unidos, donde podría haber solicitado asilo. (The New York Times reveló que Bolsonaro durmió en la embajada de Hungría el año pasado en un aparente intento de solicitar asilo).
Tras la condena de Bolsonaro, funcionarios estadounidenses prometieron represalias. Pero estas nunca llegaron.
En su lugar, Trump inició una relación con el adversario de Bolsonaro, Lula.
En su discurso ante las Naciones Unidas en septiembre, Trump habló de forma espontánea sobre observaciones preparadas criticando el procesamiento de Bolsonaro, y dijo que él y Lula tuvieron “gran química” cuando se encontraron momentos antes.
Un mes después, Trump y Lula se sentaron a conversar. Antes de la reunión, un periodista preguntó a Trump sobre Bolsonaro. “Siempre pensé que era un hombre franco, pero…” respondió Trump, y su voz se fue apagando. “Ha pasado por muchas cosas”.
Tras la reunión, Trump solo mencionó a Lula: “De hecho, es un tipo muy vigoroso. Me impresionó mucho”, dijo. Luego le deseó un feliz cumpleaños al presidente brasileño, quien cumplió 80 años el día de la reunión. Lula aspira a un cuarto mandato el año que viene.
El jueves, Trump firmó una orden ejecutiva con la que eliminaba los aranceles más significativos que había impuesto para proteger a Bolsonaro, incluidos los aplicados a la carne de res y el café brasileños, citando avances en las negociaciones con Lula. Los precios de la carne de res y del café han subido considerablemente en Estados Unidos.
Como parte de las negociaciones, los analistas esperan que Washington busque un mayor acceso a las reservas brasileñas de minerales críticos, incluidos los metales de tierras raras. El gobierno de Trump ha incluido esto en los acuerdos con otros países latinoamericanos.
Aun así, Washington no ha levantado las sanciones al juez Moraes, quien procesó a Bolsonaro. Las tácticas agresivas del juez para procesar a Bolsonaro y a sus aliados —incluida la orden de bloquear el acceso a las redes sociales a personas con escasas posibilidades de apelación— han suscitado inquietudes sobre si representan una amenaza a la democracia.
El domingo, se le preguntó a Lula sobre la reacción de Trump a la detención de Bolsonaro. Lula le restó importancia: “Trump tiene que entender que somos un país soberano”.