El reverendo Numa Molina ejerce un poder inusual para un párroco de una ciudad de clase trabajadora cercana a la costa del Caribe.
El jesuita venezolano se tutea con el presidente del país, Nicolás Maduro. Celebra misas privadas para la familia de Maduro y asesora a su hijo, legislador del partido gobernante, en su acercamiento a la Iglesia Católica Romana, la fe dominante en Venezuela.
El padre Molina, de 68 años, visita regularmente el Vaticano, donde una vez celebró una misa privada con el difunto papa Francisco y actuó como mensajero de Maduro.
Durante su semana laboral, Molina recorre Venezuela con guardaespaldas armados en una camioneta blanca con cristales oscuros, presenta un programa de televisión semanal y presta ayuda a los venezolanos pobres.
Molina fue uno de los primeros partidarios del predecesor de Maduro, Hugo Chávez, quien obtuvo una victoria aplastante en 1998 con la promesa de redistribuir la riqueza petrolera de Venezuela. Su apoyo al gobierno ostensiblemente socialista del país ha llevado a sus detractores a etiquetarlo como el “cura comunista”.
Su apoyo declarado al gobierno lo ha enfrentado a la dirección conservadora de la Iglesia católica venezolana, posiblemente la última institución nacional crítica con el gobierno autocrático de Maduro.
Incluso esa crítica está menguando. Molina es el rostro de un acercamiento lento pero constante entre la Iglesia y el Estado, que subraya la magnitud de la transformación de Venezuela en el último cuarto de siglo.
La amenaza del presidente Donald Trump de atacar Venezuela para enfrentarse a lo que Estados Unidos afirma que es un cártel de la droga dirigido por Maduro está poniendo a prueba la profundidad del control del presidente venezolano.
El movimiento opositor dominante en Venezuela sostiene que el país se libraría con gusto del yugo de Maduro durante una intervención militar. Señalan la aplastante derrota de Maduro en las elecciones del año pasado, que ignoró para aferrarse fraudulentamente al poder.
Los funcionarios y partidarios de Maduro, por el contrario, presentan al gobierno como garante de la estabilidad, alegando que la oposición no puede dirigir un Estado formado a imagen y semejanza de Chávez.
“La oposición quiere la guerra, quiere que nos invadan”, dijo el padre Molina en una entrevista el mes pasado. “¿Cómo es posible que un venezolano pueda querer algo así?”, añadió.
Hablaba desde el pequeño recinto de su iglesia en Ciudad Caribia, un conjunto de bloques de viviendas públicas de ladrillo localizados en colinas estériles entre Caracas, la capital, y la costa.
Los líderes eclesiásticos que se oponen a Maduro siguen dominando la Conferencia Episcopal Venezolana, el órgano rector nacional de la Iglesia.
Los obispos han criticado los abusos contra los derechos humanos efectuados durante el gobierno de Chávez y bajo Maduro. Han seguido alzando la voz mientras Maduro reprimía o cooptaba gradualmente otras esferas de la vida pública venezolana: los partidos políticos, los medios de comunicación, las grandes empresas y las universidades.
“Vivimos en una situación moralmente inaceptable”, dijo el cardenal venezolano Baltazar Porras en un reciente acto realizado en Roma. El desprecio del gobierno por la democracia “no ayuda a la convivencia pacífica”, añadió.
En el pasado, algunos clérigos venezolanos han ido más allá de la crítica. En 2002, el cardenal Ignacio Velasco firmó un decreto que intentaba legitimar un efímero golpe de Estado contra Chávez. El gobierno ha utilizado ese episodio para pintar a los líderes de la Iglesia como conspiradores.
Más recientemente, los obispos venezolanos han guardado silencio sobre los ataques del gobierno de Trump a embarcaciones frente a las costas de Venezuela y Colombia, que han causado la muerte de más de 80 personas, en contraste con la enérgica postura adoptada por los obispos católicos que representan a las islas del Caribe.
A lo largo de su carrera, el padre Molina ha acusado a los obispos y cardenales venezolanos de no estar en contacto con los pobres de Venezuela. “Ellos son funcionarios de la religión, no son pastores”, dijo en la entrevista.
Ha seguido defendiendo al gobierno, incluso cuando ha perdido el apoyo de los pobres a los que dice representar. Maduro desencadenó un extraordinario colapso económico, suprimió la mayoría de los programas sociales y llevó a cabo ejecuciones extrajudiciales en barrios pobres.
La división ideológica dentro de la Iglesia católica venezolana es una réplica de la Guerra Fría. Fue un periodo en el que muchos sacerdotes jóvenes de América Latina, inspirados por el mensaje evangélico de justicia social, apoyaron a los rebeldes marxistas y acusaron a los obispos conservadores de legitimar a los dictadores de derecha.
Pero después de que las revoluciones ganaran el poder en países como Nicaragua y Cuba y se transformaran en nuevas dictaduras, muchos de aquellos sacerdotes lucharon por conciliar sus creencias progresistas con las realidades políticas.
En privado, algunos sacerdotes venezolanos afirman que Molina no ha sabido ver esa realidad política en su país. Dijeron que su preocupación por el bienestar material de su congregación le ha llevado a implicarse demasiado en la política y hacerle concesiones morales a un gobierno acusado de narcotráfico y tortura.
Molina afirma que el tiempo corre en contra de la vieja guardia conservadora de la Iglesia católica venezolana. El cardenal Porras tiene 81 años, y el otro cardenal de Venezuela, Diego Padrón, tiene 86.
“Hay una generación nueva de los obispos que ven la situacion diferente”, dijo Molina.
El líder de la Conferencia Episcopal Venezolana, el arzobispo Jesús González de Zárate, en una breve entrevista el mes pasado, reconoció las tensiones con el gobierno, y dijo que la Iglesia seguiría apoyando a todos los venezolanos, independientemente de sus opiniones políticas.
La conferencia no respondió a una lista de preguntas detalladas.
Algunas instituciones eclesiásticas ya están empezando a acomodarse a Maduro.
La principal universidad católica de Venezuela, la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, había sido un bastión del activismo estudiantil y la independencia académica durante décadas.
Eso empezó a cambiar después de que el reverendo Arturo Peraza, amigo de Molina, se convirtiera en rector en 2023. El cardenal Porras perdió su puesto en el consejo rector de la universidad. La nueva dirección también ha presionado a profesores críticos para que dimitan y ha puesto fin a un programa que ofrecía cursos gratuitos sobre democracia.
El campus de la universidad llegó a estar cubierto de pancartas a favor de la democracia; ahora acoge a empresas estatales para celebrar actos. El padre Peraza declinó hacer comentarios.
El año pasado, la universidad dio la bienvenida a un nuevo estudiante destacado: Nicolás Maduro Guerra, de 35 años, hijo del presidente y hombre de confianza de Molina, quien cursa un máster en Economía Aplicada.
En una entrevista concedida el año pasado, Maduro Guerra dijo que, como responsable de asuntos religiosos del partido gobernante, se había reunido con decenas de obispos venezolanos para resolver temas relacionados con las escuelas religiosas, los visados para miembros de órdenes religiosas y las organizaciones católicas sin fines de lucro.
“Coincidimos en muchas cosas”, dijo. “Coincidimos en que esta no es la Venezuela de hace 20 años”.
Los avances de Maduro con la Iglesia católica podrían ayudarle en medio de una creciente amenaza militar de Estados Unidos.
Haciéndose eco de su postura pacifista en otros conflictos, el papa León XIV ha hecho un llamado para que se efectúen conversaciones pacíficas entre Maduro y Trump.
Molina dijo que no había conocido al papa León, que asumió el cargo en agosto, pero describió las cálidas relaciones que mantenía con Francisco, quien era jesuita argentino. Dijo que había compartido alojamiento con el sobrino del papa Francisco, el reverendo José Luis Narvaja, en un seminario romano. En visitas posteriores al Vaticano, según dijo Molina, habló largo y tendido con el papa Francisco sobre la política venezolana.
Más del 60 por ciento de los venezolanos se identifican como católicos, según una encuesta reciente, según la cual la Iglesia sigue siendo una de las instituciones en las que más se confía en un país polarizado.
La principal líder de la oposición venezolana, María Corina Machado, es una católica devota que ha utilizado ampliamente imágenes cristianas en sus mítines.
Machado y Maduro han intentado sacar provecho político de la canonización en octubre de los primeros santos de Venezuela: un médico, José Gregorio Hernández, y una monja, la Madre Carmen Rendiles.
El gobierno de Maduro tenía previsto inicialmente celebrar la canonización en un estadio de béisbol de Caracas, pero los organizadores desecharon el acto en el último momento, alegando una demanda excesiva. Los analistas políticos atribuyeron la cancelación al temor del gobierno de que una reunión masiva pudiera desencadenar protestas.
El padre Molina nació en una modesta familia de agricultores de las colinas de Los Andes. Dijo que su madre murió en sus brazos por una complicación de un parto cuando él tenía 11 años.
El trauma, dijo, le hizo cuestionar la escasez de servicios médicos rurales, sembrando su visión socialista del mundo.
El padre Molina se ganó la atención de Chávez tras presentar programas de radio que exploraban la conexión entre los valores socialistas y cristianos. En 2009, Molina dijo que Chávez le invitó a oficiar una misa ceremonial; ambos estrecharon lazos.
“Fui el director espiritual del comandante”, dijo.
Chávez, quien murió de cáncer en 2013, presentó a Molina a Maduro, su ministro de Asuntos Exteriores y posible sucesor. Maduro, antiguo conductor de autobús y sindicalista, ayudó a Molina a renovar una capilla en la que trabajaba. Los dos hombres entablaron amistad.
“Maduro tiene una espiritualidad popular”, dijo el padre Molina, y añadió que el presidente le llama regularmente para pedirle consejo espiritual.
Un domingo por la mañana, varias personas hacían fila ante la iglesia del padre Molina, en Ciudad Caribia, en busca de ayuda para pagar operaciones quirúrgicas o poner en marcha pequeños negocios.
Molina dijo que había proporcionado ayuda económica a más de 3000 personas y que los comedores que supervisa en Ciudad Caribia proporcionan 1400 almuerzos diarios gratuitos. Dijo que también había conseguido un nuevo hospital para el barrio.
“Más allá del tema religioso, es una figura de autoridad”, dijo Merwin Sánchez, miembro oficialista del consejo comunal de Ciudad Caribia, refiriéndose a Molina. “Es una pieza fundamental de la Presidencia de la República”.