De pie bajo el tejado de una pagoda a la entrada de un enorme parque de temática china en Moscú, Alyona Iyevskaya estaba haciendo una tarea para la universidad. Con pabellones ornamentados, puentes arqueados, un estanque y una estatua de Confucio como telón de fondo, una amiga la grababa con la cámara de su teléfono mientras hablaba maravillas del parque, en mandarín.
Iyevskaya, de 19 años, dijo que decidió estudiar este idioma en la Universidad de la Ciudad de Moscú, donde cursa el primer año, porque cree que China está en auge y que sus perspectivas serán mejores si habla el idioma. Muchas universidades moscovitas ofrecen ahora cursos similares.
“Muchos jóvenes quieren ir a China a estudiar”, dijo Iyevskaya. “Hay muchas perspectivas en China”, añadió. “Es tan cool y se está desarrollando tan deprisa”.
En un país que hasta hace poco adoraba todo lo occidental, ha ocurrido algo sorprendente: China se ha convertido en algo deseable y de moda para los rusos.
Los coches chinos se han convertido en algo habitual en las calles de Moscú. Los miembros de la élite rusa contratan niñeras chinas para animar a sus hijos a aprender mandarín a una edad temprana. Los museos y centros de espectáculos de la capital piden a gritos que se organicen exposiciones y espectáculos chinos.

“Los últimos tres años han permitido a los rusos ver Oriente bajo una luz totalmente nueva, no como una alternativa exótica a Europa, sino como una dirección principal para los negocios, el turismo y los estudios”, dijo en un correo electrónico Kirill V. Babaev, director del Instituto de China y Asia Contemporánea de la Academia Rusa de las Ciencias.
“El pueblo ruso sigue esta tendencia con mucho interés, como si acabara de descubrir otro planeta”, añadió.
Desde la invasión rusa a Ucrania, China se ha convertido en el mejor amigo del Kremlin en público, aunque algunos funcionarios rusos mantienen una profunda sospecha de las intenciones de Pekín. China ha brindado apoyo diplomático y ha comprado petróleo y gas rusos. El dirigente chino, Xi Jinping, se ha reunido con el presidente Vladimir Putin en el Kremlin, y ambos han sonreído afectuosamente ante las cámaras. China también ha ayudado a sustituir los bienes de consumo occidentales que los rusos no pueden comprar debido a las sanciones.
Todo ello ha alimentado una creciente excitación por los productos y la cultura de China en toda Rusia.
En Moscú, las pocas escuelas públicas que imparten chino están saturadas, y el mandarín es un idioma básico no solo en las universidades lingüísticas, sino también en las escuelas técnicas. Las ofertas de empleo que requieren habilidad para expresarse en chino se han disparado en los últimos años, según un popular sitio web de empleo.
Directores de teatro chinos representan obras basadas en novelas chinas contemporáneas en teatros rusos que en su día recibieron a destacados artistas occidentales. En abril, un importante museo de Moscú acogió una exposición de porcelana, cerámica y otros objetos procedentes del Museo Nacional de China en Pekín. Los libros sobre la cultura china ocupan un lugar destacado en las librerías.
A finales de enero, el Ayuntamiento de Moscú decoró el centro de la ciudad para celebrar el Año Nuevo Lunar, cubriendo las calles peatonales con farolillos rojos e instalando un panda gigante abrazado a un árbol de Navidad junto a la Plaza Roja.

El metro de Moscú instaló un tren rojo de temática china y tradujo su mapa al chino. En las vallas publicitarias de la ciudad y en la televisión estatal aparecieron las “frases favoritas” de Xi (“una sopa deliciosa se hace combinando distintos ingredientes” es una de ellas), y han brotado restaurantes chinos en ciudades de toda Rusia.
Valentin Gogol, fundador de una empresa que encuentra niñeras para los miembros de la élite rusa, dijo que había estado teniendo dificultades para satisfacer la creciente demanda de hablantes de chino. Según dijo, los salarios ascienden ahora a 5000 dólares al mes, una cifra generalmente elevada para los estándares rusos, y aun así, “el proceso de contratación ha sido bastante duro”.
Las niñeras angloparlantes siguen siendo las más populares, dijo, pero las de habla china han sustituido a las francófonas en el segundo puesto.
“La gente lo ve ahora como una segunda lengua adicional para complementar el inglés”, dijo Gogol, cuya empresa sigue llamándose English Nanny.
Los coches chinos son un signo cada vez más visible del recibimiento ruso a China. Los autos fabricados en China han inundado el mercado ruso, con más de 900.000 unidades vendidas solo el año pasado, según Autostat, una consultora del mercado automotriz. En 2021, para comparar, se vendieron unas 115.000.
Sergei Stillavin, locutor de radio ruso y fundador de un blog de coches en YouTube, solía viajar por Europa para reseñar coches europeos. Ahora casi todos los coches que aparecen en su blog son chinos.
“BMW sigue siendo más prestigioso”, dijo, refiriéndose a las preferencias profundamente arraigadas en Rusia. “Pero conozco a gente que ha cambiado Porsche por Li Xiang”, una marca de coches china que ahora es omnipresente en las calles de Moscú.

Aunque no cabe duda de que hay mucho más entusiasmo por los productos chinos, sigue existiendo una añoranza por los productos occidentales, cada vez más difíciles de conseguir en los últimos años.
Los taxistas que conducen coches chinos en Moscú dicen que igual preferirían comprar un coche alemán si costara lo mismo. Y han circulado videos en las redes sociales que se burlan de los coches chinos. En uno de ellos, un ruso regala un coche chino a su novia. En cuanto ella ve el elegante coche, se le cae la cara de vergüenza.
“Espero que estés bromeando”, le dice. “No voy a manejar un chino, esto no es un Porsche, ni un Mercedes”.
El uso de nomenclaturas occidentales también es habitual en las marcas de la capital rusa. Un nuevo complejo de edificios de élite en Moscú lleva nombres londinenses como Knightsbridge Private Park Complex y Belgravia, en lugar de evocar Shanghái o Pekín. E incluso un grupo empresarial chino cerca de Moscú se llama GreenWood.
Red Silk, una coproducción cinematográfica sinorusa con espías chinos y rusos que luchan contra enemigos japoneses, nacionalistas chinos y sus patrocinadores británicos en un tren transiberiano en 1927, fue un desastre de taquilla a pesar de la publicidad patrocinada por el Estado. Y solo una marca de moda china, Ellassay, ha sustituido a las boutiques de lujo occidentales que solían dominar el escaparate de GUM, los grandes almacenes de la Plaza Roja.
Aleksandr Grek, editor de una revista rusa y entusiasta de China con cinco hijos, dijo que había diferencias generacionales en la forma en que los jóvenes veían a China.
Sus hijos mayores de 14 años siguen estando más orientados hacia Occidente, pero los más jóvenes saben poco de la cultura occidental y están enamorados de Asia, dijo.
“No ven nada que esté fabricado en Estados Unidos”, dijo Grek, de 59 años, mientras tomaba un té verde en un café de Moscú y hablando de sus hijos menores. “Todo lo que les rodea está fabricado en China”.
Todos los hijos de Grek estudiaron chino. Su hija de 14 años lo habla con fluidez y pasará el próximo verano en China viviendo con una familia local “igual que los niños solían ir a Inglaterra” para mejorar su inglés. Para Grek y su familia, el razonamiento es sencillo.
“China es ahora nuestro único amigo”, dijo, enumerando campos tecnológicos en los que ve a China como líder mundial, como la energía solar y la inteligencia artificial. “Y se está convirtiendo en el primer país del mundo”.

Otros rusos se muestran más escépticos y afirman que el creciente interés por China es probablemente un matrimonio temporal de conveniencia.
Yulia Kuznetsova, especialista en lengua y cultura chinas, dijo que recordaba cuando aprender mandarín se consideraba exótico y los sinólogos eran un grupo marginal. Dijo que pensaba que la locura por China terminaría cuando mejoraran las relaciones con Occidente.
“En el fondo, nada ha cambiado”, dijo. Para los rusos, dijo Kuznetsova, China “es una cultura extranjera”.
“Incluso el mundo árabe está mucho más cerca de nosotros”, dijo, citando Dubái como uno de los lugares a los que acuden los rusos. “Solo podemos estar cerca de Europa porque nos une una cultura que es similar o incluso la misma”.