Con el cuerpo cortado por un resfriado, Sarah Jaffal se despertó tarde y caminó sin ánimo hasta la cocina. El silencio del departamento fue interrumpido por una vibración desconocida de un localizador que estaba cerca de la mesa.

Molesta pero curiosa, la joven de 21 años tomó el dispositivo que le pertenecía a un familiar. Vio un mensaje: “Error”, luego “Presione OK”. Jaffal no tuvo tiempo de responder. Ni siquiera escuchó la explosión.

“De repente todo se oscureció”, dijo. “Me sentí en un remolino”. Por horas, perdió y recuperó el conocimiento, le salía sangre de la boca y sentía un dolor insoportable en las yemas de los dedos.

Después de años de planificación, Israel había infiltrado la cadena de suministro de Hezbolá, el aliado armado más poderoso de Irán en Oriente Medio.

El Gobierno israelí utilizó empresas ficticias para vender los dispositivos manipulados a socios comerciales del grupo armado en una operación destinada a interrumpir las redes de comunicación del grupo y dañar y desorientar a sus miembros.

El ataque fue impactante en su alcance. Hirió a más de 3 mil personas y mató a 12, incluidos dos niños.

Israel presume el ataque como una muestra de su destreza tecnológica e inteligencia el haber violado el derecho internacional.

Hezbolá, que también es un importante partido político chiita con una amplia red de instituciones sociales, ha reconocido que la mayoría de los heridos y muertos eran sus combatientes o personal.

Las explosiones simultáneas en áreas pobladas, sin embargo, también hirieron a muchos civiles como Jaffal, quien fue una de las cuatro mujeres junto con 71 hombres que recibieron tratamiento médico en Irán.

Hezbolá no ha dicho cuántos civiles resultaron heridos, pero dice que la mayoría eran familiares de miembros del grupo o trabajadores en instituciones vinculadas al grupo, incluidos hospitales.

Diez meses después, los sobrevivientes están en un camino lento y doloroso hacia la recuperación. Son fácilmente identificables: les faltan ojos, tienen rostros llenos de cicatrices, les faltan dedos en las manos, signos del momento en que revisaron los dispositivos vibrantes.

Las cicatrices también los marcan como un probable miembro o cercano a Hezbolá.

Durante semanas después del ataque, The Associated Press intentó contactar a los sobrevivientes, quienes se mantuvieron fuera del foco mediático.

Muchos pasaron semanas fuera del Líbano para recibir tratamiento médico. La mayoría en la hermética comunidad del grupo permaneció en silencio mientras Hezbolá investigaba la masiva brecha de seguridad.

AP también contactó a Hezbolá y su asociación que trata a los afectados por los ataques para ver si podían facilitar contactos. El grupo, que lleva décadas en guerra con Israel, es también una de las facciones políticas más poderosas en Líbano: sus miembros ocupan casi el 10 por ciento de los escaños del Parlamento y dos puestos ministeriales. Tiene su propio aparato de seguridad y ofrece extensos servicios de salud, religiosos y otros servicios sociales y comerciales en el sur y este del Líbano y partes de Beirut.

Un representante de la Asociación de Heridos de Hezbolá compartió con AP los contactos de ocho personas que expresaron su deseo de compartir sus historias.

Todos son familiares de funcionarios o combatientes de Hezbolá. Todos perdieron dedos. La metralla se alojó bajo su piel. Los hombres quedaron ciegos. Las mujeres y los niños perdieron cada uno un ojo, y el otro les quedó dañado.

Los sobrevivientes describieron cómo los localizadores vibraban explotaron cuando los tomaron, ya sea que presionaran un botón o no. Algunos dijeron que sus oídos aún zumban por la explosión.

“He soportado tanto dolor que nunca imaginé que podría tolerar”, dijo Jaffal, una graduada universitaria.

Los sobrevivientes mantienen su apoyo a Hezbolá pero reconocieron la falla de seguridad. Culpan a Israel por sus heridas.

Grupos de derechos afirman que el ataque fue indiscriminado porque los bipers detonaron en áreas pobladas, y era casi imposible saber quién sostenía los dispositivos o dónde estaban cuando explotaron. El predicador, Mustafa Choeib, recordó que sus dos hijas pequeñas solían jugar con su localizador y a veces lo encontraba entre sus juguetes.

La agencia de espionaje Mossad de Israel declinó comentar sobre las preguntas de AP sobre esas acusaciones.

Funcionarios de seguridad israelíes han rechazado que el ataque fuera indiscriminado, diciendo que los bípers se vendieron exclusivamente a miembros de Hezbolá y que se realizaron pruebas para garantizar que solo la persona que sostenía el dispositivo resultara dañada.

Los buscapersonas fueron el golpe de apertura en una campaña israelí que paralizaría a Hezbolá.

El día después de las explosiones con los bípers, los walkie-talkies del grupo detonaron en otro ataque israelí que mató al menos a 25 personas e hirió a más de 600, según el Ministerio de Salud del Líbano. Israel luego lanzó una campaña de ataques aéreos que mató al líder de Hassan Nasrallah, y a cientos de otros militantes y civiles. La guerra terminó con un alto al fuego en noviembre de 2024.

Nueve meses después, Israel sorprendió y debilitó a Irán con una campaña de ataques aéreos que apuntaron a sitios nucleares iraníes, altos funcionarios militares y símbolos del control de la República Islámica.

Hezbolá, mientras tanto, se tambalea. Además del golpe militar, el grupo enfrenta la carga financiera y psicológica de miles que necesitan tratamiento médico a largo plazo y recuperación.

Los bípers son vistos como obsoletos, pero eran una parte primordial de la red de comunicación de Hezbolá. Nasrallah había advertido repetidamente contra los teléfonos móviles. Israel podría rastrearlos fácilmente, dijo.

Con los viejos localizadores descomponiéndose, el grupo ordenó nuevos. Israel vendió los dispositivos manipulados a través de empresas ficticias.

Según un funcionario de Hezbolá, el grupo había ordenado 15 mil buscapersonas. Solo llegaron 8 mil, y casi la mitad se distribuyeron a los miembros. Otros destinados al Líbano fueron interceptados en Turquía días después del ataque, cuando Hezbolá alertó a las autoridades allí.

Las explosiones simultáneas esparcieron caos y pánico en el Líbano. Los hospitales estaban abrumados. Era como un “matadero”, dijo Zeinab Mestrah.

Hasta que llegó a un hospital, Mestrah pensó que una explosión en un cable eléctrico la había dejado ciega, no el localizador de un familiar, que es miembro de Hezbolá.

“La gente no se reconocía entre sí. Las familias gritaban los nombres de sus familiares para identificarlos”, recordó desde su casa en Beirut.

Los médicos detuvieron su sangrado. Cinco días después, la decoradora de interiores y planificadora de eventos de 26 años viajó a Irán para recibir tratamiento. Le salvaron el ojo derecho, tras retirarle metralla.

Lo primero que vio después de diez días de oscuridad fue a su madre. También perdió la punta de tres dedos de su mano derecha. Los oídos le zumban hasta hoy.

Mestrah dijo que su recuperación ha retrasado sus planes de encontrar una nueva carrera. Se da cuenta de que no puede retomar la anterior.

Lo próximo que espera con ansias es su boda, con su prometido de hace 8 años. “Él es la mitad de mi recuperación”, dijo.

El representante de la Asociación de Heridos de Hezbolá dijo que ninguno de los heridos se ha recuperado completamente. Habló bajo condición de anonimato porque no estaba autorizado para hablar con los medios.

Mahdi Sheri, un combatiente de Hezbolá de 23 años, tenía órdenes de regresar al frente el día del ataque. Antes de irse, cargó su biper y pasó tiempo con su familia. Por su seguridad, no se permitían teléfonos móviles en la casa mientras él estaba allí. Había muchos drones en el cielo ese día.

Su bíper usualmente vibraba. Esta vez, emitió un sonido. Se acercó para verificar si había advertencias o directivas de Hezbolá. Vio el mensaje: “Error”, luego “Presione OK”. Siguió la indicación.

Sintió un dolor agudo en la cabeza y ojos. Su cama estaba cubierta de sangre. Pensando que era el ataque de un dron, salió tambaleándose y se desmayó.

Fue atendido primero en Siria y luego en Irak porque los hospitales en el Líbano tenían problemas para atender al alto número de pacientes. Le retiraron metralla del ojo izquierdo y le colocaron uno protésico.

Por un tiempo, podía ver sombras con el otro ojo. Con el tiempo, eso se desvaneció. Ya no puede jugar al futbol. Hezbolá lo está ayudando a encontrar un nuevo trabajo. Sheri se da cuenta de que ahora es imposible encontrar un papel junto a los combatientes.

Le preguntó a su prometida si quería seguir adelante sin él. Ella se negó. Se casaron por videollamada mientras él estaba en Irak, un mes después de su lesión.

“Nada se interpuso en nuestro camino”, dijo Sheri. Se mueve entre el sur del Líbano y los suburbios del sur de Beirut, donde su esposa vive y estudia para ser enfermera.

La comunidad está sacudida. Algunos niños temen acercarse a sus padres, dijo.

“Esto no solo nos afecta a nosotros, sino también a quienes nos rodean”.

En el sur del Líbano, Hussein Dheini, de 12 años, recogió el bíper de su padre, un miembro de Hezbolá. La explosión le costó al niño su ojo derecho y le dañó el izquierdo. Le voló la punta de dos dedos de su mano derecha. En su mano izquierda, el meñique y el dedo medio permanecen.

Sus dientes salieron volando. Su abuela los recogió del sofá, junto con la punta de su nariz. “Fue una pesadilla”, dijo su madre, Faten Haidar.

El niño, miembro de los scouts de Hezbolá, el movimiento juvenil del grupo, había sido talentoso en recitar el Corán. Ahora lucha por controlar su respiración. Puede leer con un ojo, pero se agota rápidamente.

La familia se ha mudado a un departamento en la planta baja para que suba menos escaleras. Ahora usa gafas. Las cicatrices rosadas cruzan su rostro y su nariz reconstruida. Pasa más tiempo con otros niños heridos como él, y solo va a la escuela para los exámenes. Dheini no puede ir a nadar con su padre, ya que el agua del mar o del río podría dañar sus heridas.

“Antes, solía pasar mucho tiempo en mi teléfono. Solía correr e ir a la escuela”, dijo el niño. “Ahora voy a Beirut” para recibir tratamiento.

Jaffal ha tenido 45 cirugías en nueve meses. Vendrán más, incluidas operaciones reconstructivas en su rostro y dedos. Dos dedos están fusionados. Cuatro faltan.

Está esperando un ojo protésico derecho. Se han retrasado más cirugías en su ojo izquierdo. Puede reconocer personas y lugares que conoce, aunque se basa más en la memoria que en la visión.

La pérdida de sensación en las yemas de sus dedos es desorientadora. El dolor nervioso en otras partes es agudo. La fisioterapia semanal le recuerda cuánto queda por delante.

La mujer impulsada e inquisitiva se apoya en su fe para invocar paciencia. “Dios solo nos carga con lo que podemos soportar”, dijo.

Ha hablado en reuniones religiosas por invitación de Hezbolá sobre su recuperación y resistencia. Su mayor temor es volverse dependiente.

Graduada en tecnología de la información, solía producir videos de celebraciones y eventos familiares, una carrera que quería explorar. Ahora ve videos en su teléfono, aunque están borrosos.

Se ríe para aliviar la incomodidad y disfruta tomando la iniciativa cuando se reúne con otras víctimas porque puede ver mejor que la mayoría.

“Olvido mis heridas cuando veo a otro herido”, dijo.