Conozco a muy pocas personas que hayan sufrido tanto como el expresidente Joe Biden. Sin embargo, en todas las veces que lo entrevisté o que nos encontramos en algún evento, nunca lo vi deprimido o decaído. Al contrario, generalmente desbordaba optimismo, humor y buenas vibras. Su imagen -sonriente, bonachón, bromista- siempre contrastó con una vida llena de tragedias. Y a esa fila de desgracias, accidentes y enfermedades ahora, a sus 82 años, se suma un cáncer incurable de próstata con metástasis en los huesos. Inevitable pensar qué hubiera ocurrido si estuviera todavía en la Casa Blanca.
Joe Biden ha tenido una vida muy dura. En diciembre de 1972 el entonces senador electo perdió a su esposa Neilia, de 30 años, y a su hija Amy, de 13 meses, cuando un camión chocó contra la camioneta de la familia Biden en Delaware. Sus dos hijos, que también iban en la camioneta, resultaron heridos pero sobrevivieron. En 1988 Biden sufrió dos aneurismas cerebrales y uno se le reventó. Tuvo que exponerse a una riesgosa cirugía. La situación fue tan grave que hasta llamaron a un sacerdote para prepararlo para morir. Su esposa, Jill, prohibió la entrada del sacerdote y Biden, digamos milagrosamente, se salvó.
Biden, luego, tuvo que vivir la inenarrable experiencia de ver morir a un segundo hijo. En el 2015 Beau muere de un cáncer cerebral a los 46 años. Quienes conocen a los Biden creen que eso evitó que Joe, emocionalmente destruido, se lanzara por la Presidencia el año siguiente. Pero la buscó en el 2020 y se la ganó por mucho a Donald Trump.El reciente diagnóstico de cáncer de próstata ocurrió apenas unos días antes del lanzamiento del libro "Pecado original", escrito por los periodistas Jake Tapper de CNN y Alex Thompson de Axios, en el que narran cómo, supuestamente, la Casa Blanca y el Partido Demócrata ocultaron el declive físico y mental del entonces presidente estadounidense. Y cuando Biden, finalmente, se retiró -tras un terrible espectáculo de errores en un debate presidencial televisivo en junio del 2024- ya era demasiado tarde. En noviembre Trump le ganó ampliamente la elección a la vicepresidenta Kamala Harris.
El Biden que yo conocí era muy distinto al que dejó la Presidencia y ahora está muy enfermo. En septiembre del 2019 fui uno de los moderadores en un debate presidencial en que Biden negó que el gobierno de Obama-Biden hubiera separado a familias de inmigrantes. Y más tarde, en febrero del 2020, durante una entrevista Biden rechazó que ellos hubieran deportado a más inmigrantes que cualquier otro gobierno. En esas dos ocasiones Biden manejó cifras, citas y referencias históricas con rapidez y maestría. Aunque no siempre estuvimos de acuerdo.
Luego de nuestra última entrevista en Las Vegas en 2020, se quedó varios minutos después para explicarme en qué se habían equivocado con los indocumentados y cómo pensaba remediarlo. Quedamos que, si ganaba la Presidencia, nuestra próxima entrevista sería en la Casa Blanca. Pero eso no ocurrió.
Nunca supe si se había molestado con mis preguntas en el debate y en la entrevista o si la política del nuevo gobierno (2020-2024) era no exponer al Presidente a cuestionamientos públicos. Biden se convirtió en uno de los tres presidentes que menos conferencias de prensa dieron en un siglo. Algo estaba cambiando.
Ese personaje amable, que disfrutaba las pláticas en corto, los debates, las intensas discusiones políticas y las bromas personales, se fue alejando cada vez más de la gente y de los periodistas. Sus frecuentes errores y traspiés -como una ocasión en Italia en que parecía hablarle al aire- eran explicados por la Casa Blanca como típicos comportamientos de un ser humano bajo extraordinaria presión. Pero hoy sabemos -porque todos vimos ese desastroso debate en el verano del 2024- que Biden estaba perdiendo su capacidad de comunicarse efectivamente y que a veces se comportaba de manera errática en público.
Más allá de las discusiones políticas, hoy estoy pensando en la familia del expresidente, en los difíciles días que tienen por delante y en la extraordinaria vida de un hombre que decidió que, a pesar de todas las amarguras que le tocó vivir, no se dejaría vencer por la tristeza.