¿Internet nos puede decir que es lo bello o lo bueno? ¿Una máquina puede suplir a la razón y la fe para llegar a la verdad? O ¿debemos entregarnos a los brazos de algoritmos que están decidiendo por nosotros hasta las comidas, las películas, lugares de vacaciones, cómo pensar, qué y dónde comprar?
Extrañamente -o más bien, cómodamente- vamos entregando nuestras decisiones, preferencias y tiempo a plataformas electrónicas, redes sociales y ahora con la disposición de entregar nuestra alma a la inteligencia artificial para que piense por nosotros, trabaje y diseñe por nosotros y hasta que nos busque pareja para no batallar en cortejos, flirteo y conquista.
Hay una pregunta que durante siglos sigue taladrando la mente de algunas personas pragmáticas o mejor dicho prácticas en el actuar y pensar es ¿para qué sirve la filosofía? ¿qué utilidad o inutilidad tiene? ¿qué aporta a la humanidad y sobre todo, qué producen quienes estudian filosofía?
Otros, más díscolos y escépticos perciben a los estudiosos de la filosofía como seres que vagan por el mundo, con la cabeza perdida en las nubes, hablando de la inmortalidad del cangrejo, con un libro bajo el brazo y tropezando a cada momento porque no voltean a ver el suelo, por llevar los ojos en blanco.
Más aún, en un mundo neoliberal y materialista, de la vaciedad e inmediatez se califica con mayor rigor renegando de nuestra propia humanidad y contrariando a la naturaleza, porque todos, por naturaleza, somos filósofos desde pequeños. Ser filósofo es ser curioso y querer conocer. No es ser sabio sino aspirar a conocer la verdad.
La propia palabra lo indica, filosofía es de filos, amigo o amante y sophía es sabiduría. Todos los humanos deseamos ser amigos del origen de las cosas, de la sabiduría, desde conocernos a nosotros mismos. Todos los intentos de modas, libros y cursos de autoayuda, rituales, recetas o hasta prácticas esotéricas esconden el anhelo de saber nuestro destino o futuro, lo que tenemos dentro y de lo que somos capaces, pero al final de cuentas el impulso responde a un acto totalmente humano que se puede desfigurar en acciones ridículas o serias, pero que tienden a indagar y saber lo que bulle dentro de nosotros.
En la antigua filosofía griega existía esa palabra que los sabios consideraban clave para alcanzar la verdadera felicidad. No era solo un concepto abstracto, sino un principio práctico que resumía la esencia de una vida consciente y plena. A través de esta palabra, los filósofos enseñaban que la felicidad no dependía de la riqueza, los placeres externos o la aprobación ajena, sino de la capacidad de comprender el mundo y a uno mismo, y de actuar con serenidad ante cualquier circunstancia[1]
Hemos olvidado el sentido de la vida y el destino de la muerte, por todos los distractores del ecosistema digital. Filosofia es entender la vida y la muerte como procesos de la naturaleza y para acercarnos a la filosofía se requiere humildad y reconocimiento de la ignorancia como primer paso para conocer. Yo solo se que no se nada, decía Sócrates sin fuera un juego de palabras, sino una confesión de ignorancia y al mismo tiempo de conocimiento de esa ignorancia.
Sentimos que tenemos fuerza y ánimos, energía y alma (ánima), emociones de amor u odio, voluntad de hacer el bien o el mal, de buscar la verdad o difundir la mentira. Todas esas facultades y capacidades la desarrollamos a medida que emprendemos el camino al interior de nosotros y la filosofía es la vereda que nos lleva, aunque, por supuesto, seamos ignorantes de cómo llegamos.
En 2023, al ya fallecido filósofo Nuccio Ordine, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades le preguntaron si la filosofía servía para algo y respondió que “es inútil y no sirve porque la filosofía no es servil. La filosofía te enseña a ser un hombre libre. Hoy en día hay un desprecio en nuestra sociedad hacia los saberes que no producen beneficio económico. Hemos perdido totalmente la idea del conocimiento como experiencia en sí: estudiar para ser mejores”[2]
Efectivamente, parece que la consigna nueva es estudiar para ganar más, no para saber ni conocer. Conquistar el mercado y el mundo, aunque nuestro interior desfallece y se frustra. El número creciente de suicidios nos lo grita y en especial con los adolescentes. Simplemente se ha perdido el amor y sentido de la vida, el deseo de conocernos y aspirar a la verdad. Y tener fe parece ser un acto vergonzoso que se debe ocultar para evitar ser objeto de burlas o “bullying” como se le llama ahora. El mismo Nuccio Ordine reconocía que estamos más conectados que nunca… pero estamos solos.
Teóricamente la humanidad se ha consolidado más por la conexión de internet, han desparecido fronteras, pero la realidad es otra porque los seres humanos funcionan como islas, dispersos y cada quien blindado con recursos tecnológicos y entregado a las redes sociales para mantener distancia prudente y presencial a cambio de una intensa actividad consumista, como nunca, porque ahora desde la vivienda y desde un teléfono se hacen compras desmedidas de todo y ni siquiera hay que salir por ellas pues llegan hasta la puerta de la casa.
Tenemos todas las horas del día y la noche para ver aparadores y góndolas electrónicas desde la comodidad de nuestra sala o cama, con un consumismo desatado que nos cierra las ventanas de conocer y por lo tanto, de amar a Sophia.
Fede Linares, dice que nuestro mundo cambia a unos niveles de incertidumbre sin precedentes, con una presencia en el mundo de autocracias o gobiernos autoritarios, con extremismos respaldados por amplios sectores sociales, que nos cuesta ver hacia donde va el mundo y con ello, hacia donde vamos nosotros. Por ejemplo, nuestro país, ¿a dónde va y nosotros con el?
Califica el momento de beatificación de una tecnología a la que empezamos a estar tentados en delegar nuestras decisiones más humanas convirtiendo asi un medio en un fin en sí mismo. Sostiene que vivimos en una sociedad nebulosa de saturación informativa permanente, que a veces confunde más que orienta. De las pesadas cadenas de la falta de tiempo con las que nos arrastramos, sabiendo que son cadenas que nos hemos puesto nosotros mismos en esa autoesclavitud de multiactividades, urgencias e inmediateces que nacen y mueren en el día, en la semana.
A eso, Nuccio Ordine le llama “desertificación del espíritu que será difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad. En el universo del utilitarismo, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”.
Con todo esto, le estamos dando la espalda a Sophia, nuestra compañera que por siglos, nos ha guiado y ayudado a conocernos a nosotros mismos, a conocer el mundo y el origen, que nos ha despertado la curiosidad y deseo por llegar a la verdad y lo hemos cambiado por el guiño y galanteo de un robot.
Y Sophia ya está muy celosa, con toda razón. No quiere que nos perdamos ni que la perdamos, menos por herramientas que creamos para nuestro servicio, producto de la sabiduría a que nos condujo Sophia, y resulta frustrante que estamos invirtiendo los papeles: los creadores sometidos a las criaturas y la sabiduría humana al servicio de las máquinas y herramientas.
La filosofía ha servido, sirve y debe seguir sirviendo para hacer más humana a la humanidad, para no extraviarnos ni perdernos en el laberinto de la frialdad e insensibilidad del mercado, el consumismo y la tecnología que nos tiene fascinados y distraídos.
Esos son los celos y decepción de Sophia.
[1] ARAYA, Valentina (2025) https://www.diariouno.com.ar/sociedad/la-palabra-la-filosofia-griega-actuar-serenidad-que-significa-sophia-n1480256
[2] LINARES, Fede (2025) ¿Para qué sirve la filosofía en la empresa?, Tendencias, 25 de septiembre de 2025, El País, España