Todos, todos, todos en alguna ocasión hemos visto una película en la que algún personaje, entrenador o equipo está abatido, con desánimo porque no encuentra la senda del triunfo o cómo derrotar al contrario en el deporte, este se les presenta fuerte e imbatible; cuando están a punto de darse por vencidos escuchan un discurso o ven algo que los hace cambiar de actitud, que desencadena en ellos una fuerza o energía interior que los motiva a obtener la meta que se han fijado, derribando aquel obstáculo que se les presenta.
Es común escuchar en las personas frases como: “no encuentro la chispa para empezar a hacer esta actividad”, “no me motiva este trabajo”, “no me motiva seguir con estos estudios”, “por más que intento nada me motiva estoy aletargado, paralizado”, “no encuentro una razón para empezar”; frases que vienen a significar que no encuentran una fuerza, energía o propósito para iniciar una actividad o alcanzar una meta, en síntesis, le falta motivación.
A decir de Carlos Llano[1] la motivación se entiende como “el intento de incidir subjetivamente en la voluntad ajena y de moverla, hasta donde se pueda, del modo como ella se mueve a sí misma (causalidad eficiente)” en lo que advertimos una especie de fuerza externa e interna que pretende impulsar a movernos en un determinado sentido para alcanzar ciertas metas, por ejemplo: terminar una tarea, una carrera, obtener un trabajo, etcétera.
Raúl Gutiérrez[2] nos dice que la motivación de una conducta determinada puede estar causada directamente por estímulos externos, por ejemplo, la amenaza de un profesor, la exigencia en una voz de mando, la oferta de un premio o de un castigo, etc. Todo esto puede resumirse en coerción o presión externa. Este tipo de motivación se llama extrínseca, ya que la causa que mueve a realizar algo está fuera de la persona que actúa. Es muy efectiva y usual, sin embargo, deja casi sin posibilidad de elección y sin mérito a la persona que así ha actuado.
La motivación intrínseca, nos dice el mismo autor, se origina en el interior de la persona, en función de los valores que se han asimilado, la mueven para actuar en determinada dirección. Esta motivación es superior a la anterior, ya que la persona está libre de las presiones externas, y no requiere que la impulsen desde fuera; sino que, en forma autónoma, se gobierna a sí misma y se compromete a un meditado tipo de acción.
Ejemplo de motivación intrínseca encontramos en un estudiante que encuentra en los estudios la forma de realizarse, los disfruta, los saborea, quiere estar aprendiendo cada vez más y siente en sí cómo van cambiando para bien sus disposiciones a seguir aprendiendo, cuando los maestros o padres logramos esto en los estudiantes e hijos, entonces contribuimos al desarrollo de su personalidad a través de la motivación.
Aunque las cosas que deseamos pueden motivarnos, por ejemplo, un pantalón, una bicicleta, un teléfono, la mejor motivación eficaz y agradable que nos mueve a realizar una acción para lograr una meta, es aquella que proviene de una relación de amistad, porque esta dispone a las personas a incidir sobre otro de manera natural, afectiva, siempre buscando o proponiendo un bien.
Recordemos cómo desde pequeños fuimos formados con motivación externa o extrínseca, requeríamos motivación para hacer las cosas o hacerlas mejor, a media que maduramos fuimos siendo independientes hasta lograr en nosotros la motivación intrínseca que nos impulsa a seguir adelante. Es importante conocer sus causas y aprender a gestionarlas para ser mejores.
Y si se trata de motivación, recordemos que, esta se encuentra en la voluntad de quien es motivado para hacer la cosas, de tal modo que por mucho que se le motive, si no tiene voluntad determinada o deseo de hacer la cosas, simplemente no las hará pues: “la motivación nace de la voluntad firme que convierte el querer en poder".
[1] Llano, C. Motivación. Cuaderno de Anuario Filosófico. Universidad Autónoma de Madrid. Pág. 44.
[2] Gutiérrez, R. Psicología. Editorial Esfinge. México. Pág. 143.