Un feliz día a los maestros, pedagogos, catedráticos, instructores, mentores, profesores, asesores, facilitadores, educadores y actividades afines.
Este día lo dedico a quienes ejercen la noble, distinguida, gentil, difícil, a veces ingrata, pero al mismo tiempo gratificante labor de quienes, como dijo mi estimado siempre maestro Pancho Flores, “compartimos el gis y el pizarrón”. Es el momento más que oportuno para citar a un eminente epistemólogo: Mario Bunge. Insertó en su libro “Cápsulas” un tema de reflexión: “Carta de los derechos y deberes del profesor” y dice “1. Todo profesor tiene el derecho de buscar la verdad y el deber de enseñarla. 2. Todo profesor tiene tanto el derecho como el deber de cuestionar cuanto le interese, siempre que lo haga de manera racional. 3. Todo profesor tiene el derecho de cometer errores y el deber de corregirlos si los advierte. 4. Todo profesor tiene el deber de denunciar la charlatanería, sea popular o académica. 5. Todo profesor tiene el deber de expresarse de la manera más clara posible. 6. Todo profesor tiene el derecho de discutir cualesquiera opiniones heterodoxas que le interesen, siempre que esas opiniones sean discutibles racionalmente. 7. Ningún profesor tiene el derecho de exponer como verdaderas opiniones que no puede justificar, ya por la razón, ya por la experiencia. 8. Nadie tiene el derecho de ejercer a sabiendas una industria académica. 9. Todo cuerpo académico tiene el deber de adoptar y poner en práctica los estándares más rigurosos que se conocen. 10. Todo cuerpo académico tiene el deber de ser intolerante tanto con la anticultura como con la cultura falsificada”.
A lo que no tiene derecho ningún educador –esto lo expone quien escribe- al dogmatismo, al adoctrinamiento, al fastidio, a lograr que sus discípulos odien sus materias y no se actualiza. Nada de magister dixit (lo ha dicho el maestro).
Sí debe fomentar el amor por la historia, la lógica, la literatura, la poesía, el inglés, el francés, la física, el teatro, las matemáticas, el álgebra, la química, el derecho, la ética y todas las materias que seguramente el alumno llegaría a estimar porque el entusiasmo del profesor se lo inculcó. Y como lo dijo Bertrand Russell –conste, parafraseo- enseñar al estudiante a que su pensamiento ponga sus ojos en el pozo del infierno y no se asuste.
En sus orígenes, el término filosofía era usado para referirse a quien se dedicaba al saber. Así fuese física, historia, ética, política, psicología, al hombre culto pues. Pitágoras fue el primero en llamarse así mismo “filósofo” como el “amante de la sabiduría”. Poco a poco las disciplinas se fueron especializando y separándose académicamente hablando. Después de esta aclaración, una reflexión, ahora de Epicteto: “Lo que nos pierde es que, apenas hemos acercado a los labios la copa de la filosofía, ya queremos hacernos los sabios y ser indispensables a los demás; nos sentimos capaces de reformar el mundo. ¡Torpe vanidad, amigo mío! Lo primero, para poder mostrarse a los demás como un hombre a quien la filosofía ha reformado, es empezar por reformarse verdaderamente. Y si quieres ser útil a los demás, al tiempo de pasear y de comer con ellos, instrúyelos con buenos ejemplos, sé complaciente, cede a todos, dales preferencia, sufre hasta sus impertinencias y seles útil, en fin, enseñándoles cómo se es mejor que ellos”.
Alejandro Magno, el más grande militar de la antigüedad, dijo refiriéndose al más importante de los filósofos de todos los tiempos: “Debo más a Aristóteles, mi maestro, que a Filipo mi padre. Pues, aunque este me dio la vida, aquel me enseñó el arte de vivir y de gobernar”.
Un abrazo estimados colegas, la docencia es un don que nos han regalado los cielos. Ojalá ese apostolado se refleje en programas de actualización, especialización, profesionalización, investigación y así ocurra –como consecuencia- en los sueldos, salarios y prestaciones. Ah, y en una jubilación digna.
Mi álter ego cita a no sabe quién, si es político o política: “En México no hay miles de desaparecidos. Para que vean ¡levanten la mano quienes faltan! Ven, ¡nadie!”.