La reconstrucción nunca estuvo en duda.
El glaciar que se había estado derritiendo colapsó un miércoles de mayo, y una cascada de rocas, hielo y agua sepultó las casas y granjas recién evacuadas del pueblo de Blatten. Todo sucedió en medio minuto. A principios de la semana que siguió, las autoridades ya estaban elaborando planes para un nuevo pueblo, en el mismo valle, mientras las amenazas de un mundo que se calienta todavía acechan los Alpes a su alrededor.
Blatten era el hogar de 300 personas antes de que se produjera el desastre; algunas familias llevaban allí cientos de años. Las autoridades no saben dónde exactamente estará el nuevo pueblo. Pero han calculado que su construcción costará a los contribuyentes suizos más de 100 millones de dólares. Se espera que las indemnizaciones de los seguros por la catástrofe añadan otros 400 millones de dólares para la reconstrucción.
Es un ejemplo de altura de los daños financieros y emocionales que está sufriendo Europa a medida que cambia el clima.
Meses después de la catástrofe, los residentes y las autoridades del valle de Lötschental siguen atormentados por preguntas. ¿Con qué rapidez podrá su gobierno eliminar la burocracia para construir nuevas viviendas? ¿Cuántos residentes reconstruirán sus vidas en el nuevo Blatten? ¿Y cómo sortearán los peligros que supone el glaciar que yace sobre las ruinas del pueblo como un dragón moribundo, que sigue derritiéndose, que sigue moviéndose, que sigue enturbiando la respuesta de qué parte del valle es segura?
Lo que los dirigentes locales —y todos los habitantes con los que hablé en un reciente viaje al valle— no se preguntan es si los aldeanos deben abandonar las montañas. Esa sería una cuestión existencial, para la identidad suiza y para los asentamientos en toda la cordillera alpina.
“Nuestro corazón está aquí”, dijo Daniel Ritler, residente de Blatten de toda la vida, quien perdió su casa, su extensa granja y las habitaciones que alquilaba a turistas. “Era nuestro paraíso”.
El esfuerzo de reconstrucción del gobierno está dirigido por Franziska Biner, jefa del departamento de energía y finanzas del cantón o estado suizo de Valais, donde se encuentra Blatten. “No podemos decir que todas las personas tienen que abandonar los lugares peligrosos”, explicó en una entrevista, “porque entonces tendríamos que abandonar el cantón”.
Los investigadores llevan mucho tiempo advirtiendo sobre los peligros, que suceden con cada vez más velocidad, que el cambio climático, causado principalmente por la quema de combustibles fósiles, supone para las personas y las propiedades en zonas montañosas como los Alpes.
Los investigadores suizos afirman que el país se ha calentado el doble de rápido que el promedio mundial. El aumento de las temperaturas está descongelando el permafrost, que actúa como una especie de pegamento en las laderas de las montañas, lo que aumenta el riesgo de deslaves y caída de rocas que pueden resultar mortales con rapidez.
El calentamiento también está reduciendo el número de días buenos de nieve en polvo en las estaciones de esquí, lo que merma los ingresos por turismo de los que dependen tantas economías alpinas. (La relativa falta de nieve también reducirá los daños de las avalanchas en las próximas décadas, según predicen los investigadores, pero pocas personas en Suiza celebran ese intercambio).
En los últimos años, ningún efecto del calentamiento ha afectado más dramáticamente a los Alpes que la pérdida de glaciares. Según los científicos, los glaciares suizos perdieron más del 40 por ciento de su volumen de hielo entre 1980 y 2016. Perdieron otro 10 por ciento en tan solo dos años, 2022 y 2023. Austria y Francia han sufrido una disminución similar. Solamente en el Valais, los investigadores clasifican ahora 80 glaciares como potencialmente peligrosos para las personas o las propiedades.
Los glaciares en deterioro pueden colapsar rápidamente, como descubrieron los habitantes de Blatten en mayo.
El glaciar Birch se había cernido en las cumbres por encima del pueblo desde que la gente comenzó a vivir en el Lötschental. Pero se estaba derritiendo, al igual que el permafrost que había sobre él. Los desprendimientos de rocas le añadían peso. Los investigadores buscaban señales de problemas. La primavera pasada las vieron y evacuaron rápidamente el pueblo.
Un par de días más tarde, Lars Gustke, quien maneja un teleférico que sube por el otro lado del valle, contempló horrorizado cómo el glaciar colapsaba sobre Blatten. El hielo y partes de la montaña que arrastró aplastaron casas y represaron el río en el fondo del valle, que rápidamente formó un pequeño lago que anegó otros edificios.
Nicole Kalbermatten y Lilian Ritler —prima lejana de Daniel Ritler (Blatten está lleno de Ritlers)— trabajaban ese día en Lötschental Marketing AG, la oficina de turismo del valle, que tiene oficinas debajo de la estación del teleférico. Las luces se apagaron y volvieron a encenderse, y Ritler abrió una ventana. Una ola de presión se abalanzó sobre el edificio, desencadenada por el glaciar que se precipitaba ladera abajo. Ritler se apresuró a buscar a Kalbermatten, su mejor amiga del pueblo.
“Blatten”, dijo, “ha desaparecido”.
Desaparecieron los tres hoteles que habían alojado a esquiadores y excursionistas. Desaparecieron los graneros de la parte más antigua del pueblo. Desapareció el horno comunal donde los residentes cocían el pan.
Solo murió un residente, gracias a la alerta temprana y a la evacuación. Los habitantes que se habían quedado sin hogar se mudaron con amigos de pueblos vecinos, o a casas de vacaciones vacías en la cercanía que personas que no conocían ofrecieron. Luego lloraron su pérdida. “No solo pierdes la casa”, dijo Lilian Ritler. “Pierdes las calles, la iglesia y tu infancia”.
Pero no pierdes el pueblo, al menos de nombre. Los funcionarios suizos se han comprometido a ello.
Biner y sus colegas del consejo que gobierna el cantón decidieron, una semana después del colapso, que había que reconstruir. Realizaron un borrador de un plan, que presentaron en septiembre, para hacerlo en un plazo de cinco años, según el cual los primeros residentes que regresarán a casas nuevas lo harán el año que viene. Rápidamente han recaudado unos 75 millones de dólares en ayudas de donantes privados, organizaciones sin fines de lucro y organismos gubernamentales. El estado prometió unos 125 millones. Se espera que las compañías de seguros paguen unos 400 millones más.
“El nuevo Blatten será un Blatten diferente. Los recuerdos han sido evacuados junto con la gente”, dijo el alcalde, Matthias Bellwald, en una entrevista realizada al final de lo que era la carretera de acceso al pueblo. “Será sin duda un pueblo moderno. Será un pueblo hermoso”.
Para ayudar en la elección de un sitio, los expertos del gobierno están actualizando su mapa de riesgos del valle: avalanchas, desprendimientos de rocas y otras catástrofes naturales afectadas por el aumento de las temperaturas. El glaciar sigue siendo un elemento impredecible y desestabilizador.
“Sigue moviéndose. El hielo aún tiene que derretirse”, dijo Biner. “Tienes este lago que se creó gracias a esta masa que está ahí. Así que mientras esta masa se mueva, el lago se moverá”, lo que dificulta las nuevas construcciones.
Podrían pasar años hasta que se aclare todo el panorama de riesgos para un nuevo pueblo.
Los residentes desplazados que han regresado al pueblo en ruinas, que permanece enterrado e inundado, describen la experiencia en términos traumáticos. También han sufrido un golpe económico. La catástrofe redujo la temporada turística de este verano en el valle y probablemente afectará los ingresos de invierno en los pueblos vecinos donde trabajan muchos antiguos residentes de Blatten. Los aldeanos se debaten entre trasladarse al nuevo Blatten o quedarse donde están. Algunos se plantean abandonar las montañas por completo.
En otras partes del mundo, los críticos han cuestionado si tiene sentido reconstruir comunidades que son cada vez más vulnerables a los desastres de un mundo que está en calentamiento, incluidas partes de Estados Unidos que han luchado contra repetidas inundaciones o la subida del nivel del mar.
Esto es inusual en Suiza. El Parlamento ha respaldado la reconstrucción de Blatten. Con algunas excepciones, también lo han hecho otros líderes cívicos. La vida alpina, me decían en cada parada para este reportaje, es una parte que define la identidad suiza, incluso para quien vive y trabaja en grandes ciudades como Zúrich o Ginebra.
“Pago gustosamente impuestos, y creo que la mayoría lo hace, para permitir que estos valles estén habitados”, dijo en una entrevista Flavio Anselmetti, geólogo de la Universidad de Berna, Suiza.
Pero, dijo, con el aumento de las temperaturas que cambia los perfiles de riesgo en las regiones montañosas, “algunas zonas tendrán que ser declaradas y se tendrá que decir ‘bueno, no, aquí no podemos reconstruir’. Y entonces se compensa a la gente de forma que la sociedad o el pueblo o el Estado les de dinero o terreno para construir en otro lugar”.
Daniel Ritler, el agricultor, y su mujer, Karin, debatieron brevemente la posibilidad de mudarse lejos de los Alpes. Pero decidieron quedarse, no en el nuevo Blatten, sino en un pueblo cercano, donde están remodelando un viejo hotel, como parte de un esfuerzo por revitalizar el turismo en la zona.
Reconocen los riesgos de la vida en el valle, dijo Ritler, pero los Alpes están demasiado arraigados en su vida como para marcharse.
“Le dije a Karin: ‘Si tienes miedo, tenemos que hablar de ello’”, dijo. “Para mí, no es un problema”.
“Debemos tener respeto por la naturaleza”, continuó. “Tenemos suerte de haber sido evacuados. Y tenemos suerte de estar sanos y tener dos manos. Y con estas dos manos queremos conseguir algo”.