Había una fiesta en el convento.

Un bailarín de break dance que se presentó como el Mago estaba haciendo volteretas hacia atrás. Otro giraba sobre su espalda. Había focos, un rapero, dos cámaras y un Chevy lowrider con un equipo de sonido en el maletero y los bajos a tope.

En medio de todo ello estaban sor Marizele Rego y sor Marisa Neves —las monjas que súbitamente son estrellas de Brasil— y su grupo de bailarinas de apoyo vestidas con hábitos, cruces y velos.

Las monjas estaban grabando el video musical de su nueva canción, “Vocación”, que se había convertido en un éxito desde que sor Marizele cantó la pegadiza frase principal e hizo beatboxing mientras sor Marisa bailaba en sincronía en un programa de la televisión católica brasileña tres semanas antes.

El fragmento de video resultante le dio la vuelta al mundo, acumulando decenas de millones de visitas. Hubo memes, imitaciones y presentaciones en la televisión nocturna. En el programa The View de ABC, Whoopi Goldberg llamó a las monjas “un Cambio de hábito de la vida real”.

Ahora cantaban con música pregrabada en el patio de su claustro, intentando prolongar sus 15 minutos de fama con un video musical que estrenaron el viernes. Dios las había hecho virales para atraer a más jóvenes a la Iglesia, decían, y ellas intentaban llevar a cabo su misión.

“¿Por qué algo tan simple y espontáneo creció a una escala tan grande?”, dijo sor Marizele, una monja cantante que ya había atraído a 100.000 seguidores de Instagram antes de convertirse en una sensación mundial. “Porque el Espíritu Santo quiere tocar el corazón de la gente”.

“Pero además del Espíritu Santo”, añadió, “también está el algoritmo”.

Sor Marizele, de 46 años, y sor Marisa, de 41, forman parte de un movimiento más amplio en la Iglesia católica para soltarse, perder la seriedad y llegar a las audiencias más jóvenes donde se encuentran: en línea.

En Brasil, el mayor país católico del mundo, la Iglesia lleva años sufriendo una hemorragia de fieles. Menos del 57 por ciento de los 200 millones de habitantes del país se identifica ahora como católica, frente al 83 por ciento de hace 30 años, según datos gubernamentales publicados este mes.

Para detener esa hemorragia, influentes, estrellas del pop y bandas de rock católicos están interviniendo. Algunos sacerdotes brasileños, musculosos, guapos y afinados, han conseguido decenas de millones de seguidores en Instagram. Entre ellos está el reverendo Marcelo Rossi, que se ha convertido en uno de los músicos brasileños con más ventas de la historia. Y recientemente, los DJ católicos han empezado a tocar música electrónica en eventos apodados “raves católicas”, como la del Cristo Redentor de Río de Janeiro en enero.

Este esfuerzo es una extensión del movimiento de renovación carismática católica y de otros grupos que durante décadas han intentado hacer que la Iglesia sea más accesible y atractiva, y que ahora se están digitalizando. El mes que viene, el Vaticano respaldará nuevos eventos en Roma para reunir a influentes católicos en internet y premiar a artistas musicales católicos. Algunos han bautizado estos premios como los Grammy católicos.

Sin embargo, durante unos días del mes pasado, quizá solo el nuevo papa acaparó más atención que las hermanas Marizele y Marisa.

Las dos religiosas pertenecen a las Hermanas de la Copiosa Redención, una congregación del sur de Brasil de 35 años de antigüedad formada por unas 80 monjas y 25 hermanos religiosos que se dedica a rehabilitar a jóvenes drogadictos, a menudo utilizando la música y el arte para ello.

Copiosa Redención lleva mucho tiempo creando un ambiente relativamente relajado y artístico. El fundador, un sacerdote redentorista, era un prolífico pintor. Otra monja, sor Inez Carvalho, tuvo una breve carrera como rapera y publicó un álbum en la década de 1990.

Este mes, un convento de la Copiosa Redención en el sur de Brasil estaba lleno de risas, y muchas de ellas provenían de las hermanas Marizele y Marisa. “¿Tienen seguro de vida?” preguntó sor Marizele al ponerse al volante de un coche. Cuando el coche aceleró subiendo una cuesta —las monjas llegaban tarde a misa—, sor Marisa chilló de alegría como si estuviera en una montaña rusa.

Ambas monjas eran hijas de agricultores de maíz y soya en el estado agrícola de Paraná, y ambas crecieron en casas llenas de música.

Sor Marisa cuenta que ella y muchos de sus 10 hermanos dejaban de trabajar en el campo y se ponían a bailar cada vez que uno de los hermanos ponía música. “Cualquier cosa que se pudiera bailar”, dijo. Tras ingresar en el convento a los 23 años, siguió dedicándose a la danza, tomando clases de hiphop y break dance. Más tarde trabajó en la televisión católica, a veces cubriendo eventos y otras bailando con sacerdotes.

Sor Marizele cuenta que procede de una larga estirpe de músicos. Su abuelo fabricaba guitarras y sus tías cantaban en la radio. Se hizo monja a los 25 años, dijo, después de que un milagro divino salvara a su madre de un cáncer. A menudo cantaba en los retiros religiosos y llegó a grabar un álbum de góspel con otras monjas.

Las dos monjas se conocieron en 2007, y la sinergia no tardó en hacerse patente. “Si le pones un ritmo, se pone a bailar”, dijo sor Marizele de sor Marisa.

Sor Marizele dice que aprendió por sí misma a hacer beatboxing, creando ritmos para otras monjas mientras cantaban. “Solo empecé a hacer ritmos con la boca”, dice. “Ni siquiera sabía que se llamaba beatboxing”.

Más tarde, ambas se dieron cuenta de que el beatboxing y el baile hiphop eran herramientas para conectar con las jóvenes de los centros de rehabilitación de Copiosa Redención. Muchos venían de la calle y tenían poco en común con las monjas. “Era un instrumento para acercarse y romper las barreras”, dijo sor Marizele.

Ese carisma llevó a la congregación a elegir a las hermanas Marizele y Marisa para reclutar nuevas monjas en un momento en que muchas menos mujeres eligen una vida en el convento. En Estados Unidos, por ejemplo, el número de monjas se ha reducido aproximadamente a la mitad en los últimos 20 años, hasta unas 36.000, según el Centro de Investigación Aplicada en el Apostolado, una organización sin fines de lucro que estudia a la Iglesia. El número de sacerdotes ha descendido un 18 por ciento en ese periodo, hasta 34.000.

El 20 de mayo, las hermanas Marizele y Marisa acudieron a un programa católico de entrevistas para promocionar un retiro destinado a atraer a nuevas monjas. En el programa, sor Marizele empezó a cantar “Vocación”, una canción que su congregación había escrito hacía años sobre el llamado de Dios a servir. Pero ella había añadido una nuevo estribillo pegajoso: “Voc-a-çao, oh, ohh”.

Mientras sor Marizele cantaba, sor Marisa dijo que no pudo evitar bailar. Se levantaron de sus asientos y sor Marizele empezó a hacer beatboxing. Detrás de las cámaras, el director del programa instó al diácono que las había estado entrevistando a que se uniera, según sor Marisa, que podía oír al director a través de un auricular. El diácono no tardó en seguir el ritmo de sor Marisa.

Ese momento, destilado en un video de 30 segundos, fue oro en internet. Solo en TikTok, ha sido visto más de 34 millones de veces, según Tubular, una empresa de datos sobre redes sociales. Rápidamente llegaron solicitudes de entrevistas de todo el mundo.

De vuelta al convento, las monjas mayores vieron la oportunidad. Sor Daniely Duarte Santos, que dirige la oficina de comunicación de la congregación, llamó a una colega a la vuelta de vacaciones y empezaron a publicar repetidamente en las redes sociales para aprovechar la atención. En pocos días, más de 50 mujeres se habían puesto en contacto con ellas para convertirse en monjas; normalmente reclutan solo un puñado al año.

Las monjas se pusieron en contacto con un DJ local para que creara una canción de “Vocación” y, entre entrevista y entrevista con los medios, sor Marizele grabó las voces. El tema resultante, con bajo y sintetizadores, es “tecno-pop”, dice sor Marizele. Rápidamente se disparó en las listas de clasificación de música católica de Brasil en Spotify.

Las hermanas Marizele y Marisa hicieron sus rondas por la televisión, haciendo beatboxing y repitiendo los pasos de baile en cada parada. Grabaron el video musical, dirigido por sor Daniely, con auriculares sobre el velo. Y en la calle, los fans las paran para tomarse selfis.

“Les pedimos una avemaría por foto”, explicó sor Marizele.