Mary Frías es una artesana que ha logrado hilar, con talento y dedicación, una conexión única con sus clientes. Su historia comienza desde la infancia, cuando su madre le enseñó las primeras puntadas sin saber que estaban sembrando una pasión que más adelante se convertiría en su camino profesional.
“Siempre me ha gustado tejer, aunque no sabía que era considerado arte o algo artesanal. Mi mamá tejía como ella creía, con puntadas básicas, y en la primaria aprendí a hacer cadenas en los talleres escolares, pero hasta ahí. Fue años después, con la ayuda de la mamá de mi esposo, que comencé a hacer prendas como mañanitas, pantuflas, bufandas, todo para la familia. Así fue como regresó mi interés por el tejido”, dijo Mary Frías en entrevista para El Diario.
El parteaguas llegó durante la pandemia, cuando Mary descubrió el mundo del amigurumi, una técnica japonesa de tejido con crochet para crear figuras. “Fue un reto porque no le entendía, no lograba hacer nada en forma. Un día logré hacer una bolita perfecta, sentí tanta seguridad… ahí comencé. Mi primera pieza fue un borreguito. Me sentí útil, motivada, y jamás imaginé que a partir de eso podría lograr un emprendimiento”, contó.
Para Mary, tejer es mucho más que unir hilos:
“Tejer significa hilar del corazón en las manos hasta un término que llega a enamorar. Mi mamá me decía: ‘al tejer se van tus penas, alegrías, todo lo que la vida teje ahí se va’, y tenía toda la razón”, expresó
Arte personalizado
Lo que distingue a Milany es la personalización. Cada pieza es un reto nuevo que exige atención al detalle, respeto a los colores, formas y, en ocasiones, hasta replicar personas o personajes. “Soy muy honesta con mis clientes: en el tejido existen ciertas limitaciones, pero siempre intento lograr una réplica que conserve sus rasgos más representativos. El resultado ha sido muy favorable”, indicó.
Además del talento, en su emprendimiento participa toda la familia. El nombre Milany proviene de su hija Melanie, quien también ayudó a definir su identidad.
“Ella investigó el significado de su nombre y me gustó por lo dulce que suena. Otra de mis hijas hizo el logotipo y ahí comenzó a inmiscuirse toda la familia”, refirió.
Su esposo también se unió al proyecto aprendiendo a trabajar con macramé y creando pulseras que complementan su oferta. Sus hijos colaboran en redes sociales, haciendo de Milany un emprendimiento familiar.
“No me imaginaba el alcance que tendría. Hoy estoy muy feliz. Es muy satisfactorio saber que llego al gusto de personas que confían en mi trabajo. Comencé en casa, sin pensar que alguien fuera de mi círculo familiar lo valoraría. El primer paso fue en Plaza del Ángel, donde me dieron la oportunidad de colocar un stand y exponer mi arte. Ahí me di cuenta de que soy una artesana”, aseveró.
Hilos de tiempo y dedicación
Mary trabaja con estambre y agujas de crochet, eligiendo el grosor adecuado para cada diseño. “Eso nos permite dar más sostén, mejor presentación y mayor calidad al producto. El tiempo de elaboración varía: pueden ser entre cinco, ocho o hasta quince horas, dependiendo de la complejidad”, explicó.
A lo largo de sus cuatro años de trayectoria, ha enfrentado múltiples retos, especialmente el compromiso de cumplir con las expectativas de cada cliente. “Soy una mujer comprometida y responsable. La mayor satisfacción es ver la reacción del cliente al recibir su pieza. Esa gratitud me motiva a seguir”, comentó.
Inspiración K-pop y sueños por cumplir
Influenciada por su hija, Mary se considera una mamá ARMY.
“Melanie es fan de BTS y gracias a ella conocí a los personajes de BT21. Así fue como comencé a crear amigurumis inspirados en ellos. El fandom BTS me empezó a solicitar personajes y figuras. Es un grupo muy sano, que transmite mensajes positivos. Ojalá más gente descubriera lo bueno que es ser fan de BTS”.
Entre sus sueños está abrir su propio local. “Ya visualicé el espacio donde pueda exhibir todo lo que hacen mis manos. Poco a poco, Milany se ha ido posicionando y quiero seguir creciendo”, expresó.
Actualmente, forma parte del colectivo Raíces Nómadas, donde expone sus productos los viernes, sábados y domingos de 3 p.m. a 10 p.m. en Plaza del Ángel. También participa en bazares, buscando espacios para seguir expandiendo su arte.
Un mensaje para otras mujeres
A quienes tienen un talento y aún no se atreven a emprender, Mary les dice: “Que no tengan miedo, que sean seguras y tengan convicción. Mi consejo es que no saquen al mercado algo que no esté bien hecho. La calidad te coloca. Si alguien compra tu trabajo y le gusta, viene la mejor recomendación: el ‘de boca en boca’. Confíen en lo que hacen”.
Con emoción y gratitud, Mary concluye:
“Estoy feliz con la vida, agradecida con Dios por darme la oportunidad de desarrollar una habilidad. No es sencillo, pero quiero que la gente sepa que lo que yo hago, desde un llavero hasta un muñeco, lleva todo mi esfuerzo y cariño. Agradezco a El Diario por brindarme este espacio, porque para mí, el mundo del amigurumi es mi pasión”.
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