Cuando estudiaba la preparatoria –se oyen lobos, madre mía- el profesor de la clase de Educación Física nos ponía a jugar béisbol, básquetbol o futbol, pero sin ninguna instrucción, estrategia, reglamento, táctica o golpeo de balón, bateo, toque de bola, nada. El instructor seguía platicando animadamente con otras docentes. Entonces decidí cambiarme a la Banda de Guerra. Ahí, pensé, aprenderé algo.
Estaba dirigida por estudiantes, de vez en cuando se aparecía un maestro. Supe que la Banda de Guerra era un medio para rendir honores a la… bandera de México/ legado de nuestros héroes/ símbolo de la unidad de nuestros padres y nuestros hermanos/ te prometemos… ¡ya, ya! me quedé acorralado por las fiestas patrias… porque sus colores y escudo representan los valores y la invaluable identidad de la nación, y porque hoy recordamos a los héroes que nos dieron patria e independencia. México, creo en ti/ porque si no creyera que eres mío/ el propio corazón me lo gritara… Caracoles, todavía me siento un poco mareado.
La banda de guerra tiene varios sentidos: está reservada a rendir honores al lábaro patrio por medio de toques militares en eventos cívicos en los cuales además tenemos que entonar con respeto, admiración y pasión “mexicanos al grito de guerra/el acero aprestad y el bridón” aunque no sepamos que el bridón es un caballo ensillado y entrenado para guerrear. Para la RAE es un jinete que va montado a la brida. La Banda de Guerra está formada por nueve elementos. En las primarias, quienes van a terminar sus estudios de este nivel, la banda saliente entrega la bandera a la banda vigente en una solemne ceremonia con cánticos, poemas a la bandera, a la patria y así.
En el Colegio Palmore, la banda era mixta: a los hombres nos correspondía la corneta y a las muchachas el tambor. Y el de la trompeta nos daba mandatos que por cierto nunca entendí: firmes, flanco derecho, flanco izquierdo, marchen, troten, alto, etc. Pero la abandoné principalmente porque mis precoces y pecaminosas lecturas de la real historia de México eliminaron de mi espíritu el nacionalismo y patrioterismo que me habían insertado en el alma desde la educación básica. Y volví a jugar futbol…
Hoy, embriagados por el nacionalismo, es momento oportuno de reflexiones históricas: Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, más conocido como el padre de la patria, no es tal. Don Miguel no quería la Independencia de México sino traer al rey Fernando VII a la Nueva España para que reinara desde aquí mientras recuperaba su trono en España. El cura dirigió un ejército sin contar con formación militar, ni siquiera leyó El Arte de la Guerra de Sun Tsu, y convocó y luchó en una guerra que bajo su mando estaba perdida. Luego los realistas lo derrotaron, encarcelaron y fusilaron. Todo esto en diez meses. El auténtico padre de la patria es Agustín de Iturbide, pero el maniqueísmo histórico lo ha limitado. El mencionado militar y Vicente Guerrero, fueron quienes hicieron nacer a México con el abrazo de Acatempan el 10 de febrero de 1821. El 21 de ese mismo mes, Iturbide leyó públicamente su Plan de Independencia de la Nueva España a través del Plan de Iguala. Y el 27 de septiembre de ese mismo año, entró triunfante como primer jefe del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. El glorioso Himno Nacional Mexicano fue estrenado el 15 de septiembre de 1854 después de la convocatoria de otro héroe convertido en villano: Antonio López de Santa Anna (ah, esos López), un cántico que habla de guerras, victorias y sacrificios, a un país que nunca ha ganado una sola conflagración.
Entonces, festejamos erróneamente el día de la Independencia, le damos el crédito de paternidad a quien no lo tiene, un falaz himno bélico de un país que se jacta de ser pacifista. Entonces, ¿por qué no corregir esos errores? ¿Por qué no cambiar el himno? ¿qué impide que las bandas de guerra sean suplidas por bandas de paz? Solo Claudia cree que los mexicanos estamos dispuestos a exhalar por la patria -y defender a presuntos delincuentes de alta escuela- entregándole nuestro último aliento cuando Trump decida llevárselos por la fuerza. Mejor hay que entregarlos –sean o no políticos- en santa armonía.
Mi álter ego sabe que con altos impuestos a los vehículos chinos sus precios se irán más allá de las nubes. Suena más a obedecer órdenes de Washington que una ocurrencia del actual gobierno. ¿Dónde está la soberanía nacional?