¿Cómo estarán las cosas que el pasado fin de semana, lo único regular en mi vida cotidiana fue mi nieta Irlanda? Me llamó el martes o miércoles y me preguntó: “Abuelo, ¿qué vas a hacer el domingo?”; y yo: “nada”; y ella: “¿qué te parece si nos vemos?”; y yo: “sí” (ya ven cómo soy expresivo); y ella: “Bueno, pues hasta el domingo”; y yo, el jueves: “¡Chín!”, porque nunca me acordé del evento del parque Lerdo; y como se me hizo feo desinvitarla pues me la llevé, de ahí al cine a ver una película de terror (con lo que las aborrezco) y de ahí a comer. Luis se burló de ella porque él la invitó, ella dijo que no y terminó yendo (a mansalva, eso sí, porque me la llevé al parque después del menudo al que fuimos a desayunar; ella iba engañada, ni modo, así es la vida).

Al Lerdo fui más por un asunto de deber que de arrasador entusiasmo; a diferencia de Daniela Álvarez, quien ejerce una presidencia intermitente —según el dictado de los volubles antojos de su corazón (no fue a la presentación del libro de don Memo Luján ni al Primer Informe del Senador Mario Vázquez)—, yo fui porque, además de público apoyo a María Eugenia, era un evento partidista; fue, primero que nada, un acto panista y había que ir con independencia de lo que crea o piense. Fui.

Decía que eso fue lo más normalito porque toda la semana anduve buscando local para instalar despacho y en ésas sigo: A mañana, tarde y noche. Conste que ha habido multitud de generosos ofrecimientos para compartir instalaciones y yo he declinado todos ellos porque los oferentes, el que más o el que menos, tiene vínculos con la administración estatal y no sea que se me pongan inquietos a la hora de los trancazos porque ando en plan de “no respondo chipote con sangre sea chico o sea grande”.

Lo segundo, que me estrené en ese asunto de hacer mi primer Informe Técnico de Lectura (ITL), un bodrio la novela que me tocó en suerte revisar; por lealtad, no diré nombres ni expondré detalles, pero fue una tortura. Una provechosa tortura, por lo demás, que me prepara para hacer realidad un sueño: convertirme en aprendiz de editor.

Lo tercero es que ando buscando un acuerdo editorial; los detalles saldrán a la luz, o no, según se tercie; pero eso me tiene exultante y el corazón desbocado, porque resulta que ese sueño que acariciamos Laura, Adolfo y yo, por largos meses, es ya una realidad en marcha y Abril26 abrió sus ojitos a la luz del mundo.

En efecto, después de innumerables afanes y un sinfín de trámites burocráticos, la editorial existe, es española, se llama Abril26, sus papás somos Laura, Adolfo y yo y estamos preparando el catálogo de obras a publicar para el próximo año —entre el que logré colar una novela estrambótica, de futuro incierto (a diferencia de mi futuro profesional que parece ir viento en popa) y una traducción de una obrita menor de Gustave Flaubert Trois contes—.

Así que si usted, como yo, tiene ínfulas de escritor y algún relato (novela o colección de cuentos) que estime valioso por cualquier motivo, razón u circunstancia, no dude en enviármelo por correo —en Word, por favorcito (no en PDF)—; quizá un día, ¿por qué no?, vea la luz de la mano de Abril26 después de pasar, eso sí, por estos mis ojitos pestañudos y vivaces y un despiadado examen de contenido, corrección y estilo, el que puntualmente haré de su conocimiento en riguroso turno de llegada.

Entre tanto, sigo con el trajín de buscar local; no es poca cosa eso de empezar de nuevo, andar midiendo paredes, calculando metros, revisando escrituras y pensando dónde irá el escritorio. Hay quienes se asustan con la idea de volver a empezar; a mí, en cambio, me da cierto gusto, una emoción que me habita y me hincha las costuras del alma (entonces sí, mis redondeces cobran sentido y no es que yo esté gordo, sino lleno de contento). Debe ser que uno, a cierta edad, ya aprendió a disfrutar el proceso tanto como el resultado.

Entre marchas, manuscritos y mudanzas, la vida sigue. No puedo quejarme, hay días en que me siento a medio camino entre el político jubilado, el editor en ciernes, el abogado pipiolo —a los casi sesenta años—, el catedrático extenuado y el abuelo tramposo, pero algo es cierto: en todos esos papeles me reconozco; quizá de eso se trate este asunto de madurar, de seguir cambiando sin dejar de ser uno mismo.

Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: https://unareflexionpersonal.wordpress.com/

luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com