Como en todo, en el ámbito de la medicina habrá quienes la ejercen con todo profesionalismo, con un trato humano hacia sus pacientes, pero también habrá aquellos y aquellas con un comportamiento déspota, alejados completamente de los principios éticos contemplados en el juramento hipocrático.

Se olvidan que, ya sea en el sector público o privado, es gracias a las personas que acuden a ellos con algún padecimiento, por quienes tienen un ingreso económico y pueden disfrutar de un modesto o superfluo estilo de vida. Nada justifica el no ofrecerles un trato digno, además de que están obligados a ponerse en los zapatos de niñas, niños, madres, padres, adultos mayores, etc., a fin de evitarles el tener que cargar, más allá de sus dolencias, nerviosismos, angustias, limitaciones y otras adversidades más, con una “atención” médica indiferente y hasta grosera.

No son pocas las personas que cuentan con una licenciatura en medicina -que no un doctorado-, y que piensan que ha sido toda una proeza, exclusiva de ellos, el haber destinado siete u ocho años a estudiar materias “dificilísimas” para lograr acceder a una casta hasta divina, que todo lo merece, autorizándoles a estar por encima de los demás sin consideración alguna. En pocas palabras, se sienten “tejidos a mano”.

No falta que muestren impaciencia ante los adultos mayores que, en general, ya han disminuido ciertas capacidades, como su sentido auditivo, movilidad, reflejos, agudeza visual y concentración, y tiendan a maltratarlos como si su comportamiento o reacción fueran intencionales.

No se darán cuenta que frente a ellos pudieran tener a personas: con grados académicos superiores a los suyos; con trayectorias profesionales sumamente prestigiosas que quizá sean equiparables o, incluso, inalcanzables por cualquier galeno; con un excelso reconocimiento social por su entrega a nobles causas en distintos rubros, etc., pero, sobre todo, a seres humanos de gran valía por su buena voluntad y servicio hacia los demás, independientemente de que tengan o no en su haber alguna instrucción académica.

Ese comportamiento ruin, desmerece por completo esa supuesta preparación llevada a cabo para curar a los enfermos, para hacer sentir bien al prójimo, para contribuir en la labor de hacer una mejor sociedad, sana física y mentalmente, pues si desde que el paciente llega a la consulta y saluda, sin recibir la misma cortesía, sino una cara de fastidio, así como un maltrato y desesperación en cada palabra y palpamiento a la hora de una auscultación, su malestar aumentará, al punto de retirarse hasta encabritados de ese lugar. Entonces, qué estás haciendo en un consultorio ejerciendo una labor que debería ser de una alta nobleza.

Asimismo, no falta el médico o médica incompetente, irresponsable e inmoral, que desde la iniciativa privada atienden a sus “clientes” (ya no son sus pacientes) y les realizan diagnósticos innecesarios por ignorancia o por ambición para llevar a cabo ganancias adicionales con análisis, estudios u hospitalizaciones que no se requieren, dejando endeudadas a familias que, de por sí, ya tienen complicaciones para sacar adelante su día a día.

Mi respeto, consideración y agradecimiento para aquellos verdaderos profesionales de la medicina que, definitivamente sí los hay, y que hasta con ternura reciben a la niñez, a los adultos mayores y a cualquier persona, con una marcada empatía que hace sentir mejor a todo paciente.

A quienes dejan mucho o todo que desear en la práctica médica, tengan siempre presente que no son dioses o diosas, sino seres miserables merecedores de todo reproche personal, familiar y social.