
En el bosque de la China, aquel que menciona Cepillín en una canción, había una escuela en la que daba clase un viejo zorro muy veloz, carrera en la que participaba, ganaba. Un día, una tortuga lo retó, no con la intención de vencerlo, sino para mostrarle que “aún tenía mucho que aprender para comprender”.
Durante la carrera el zorro notó que la tortuga se detenía a observar el agua, las plantas, los insectos y todo cuanto se topaba a su alrededor. El zorro ganó como siempre, luego, preguntó a la tortuga porque perdió el tiempo viendo cosas en lugar de correr, la tortuga respondió: “No vine a correr más rápido que tú, sino a enseñarte a mirar mejor y a profundidad las cosas que nos rodean”; el zorro entendió que no es lo mismo avanzar que comprender.
De unos años a la fecha sucede algo parecido con la educación: aprender datos es útil, pero entender el porqué de las cosas es lo que nos permite comprender qué son y para qué. Aquí entra la filosofía, que en contra de lo que muchos niegan e ignoran, desde hace bastantes siglos, más de veinte, nos ayuda a mirar, a comprender mejor el mundo, incluidos nosotros mismos.
Aristóteles, uno de los filósofos más importantes en la historia, decía que todos los seres humanos desean naturalmente conocer la verdad. Para él, la educación debía formar la mente y el carácter, porque una persona no solo debe saber mucho, sino saber vivir bien. Quien aprende filosofía aprende a preguntarse y responder con certeza: ¿qué es lo bueno?, ¿qué es lo justo?, ¿qué significa ser feliz? No es lo mismo solo afirmar que algo es bueno o malo, que comprender porqué es bueno o malo.
Algunos siglos después, Tomás de Aquino explicó que el ser humano es un ser que piensa, razona y busca sentido, contrario a lo que algunas corrientes psicológicas enseñan en el sentido de que el ser humano pareciera ser solo emociones o impulsos irracionales. Para él, educar sin filosofía sería como construir una casa bonita sin cimientos: sí, se verá bonita, pero a la primera ventisca se cae. Bueno, la filosofía en la educación como en cualquier ciencia, ofrece esos cimientos: principios verdaderos y claros para distinguir lo verdadero de lo falso, lo correcto de lo incorrecto.
Gilbert Chesterton, filosofo inglés, famoso por su humor inteligente, defendía que la filosofía es necesaria para no dejarnos llevar por modas o ideas superficiales; además criticó la pérdida de convicciones profundas de la sociedad; en el libro biográfico de Émile Cammaerts[1] reinterpretando palabras atribuidas a Chesterton decía que: si uno no sabe en qué cree, terminará creyendo cualquier cosa. La filosofía, entonces, nos da una identidad intelectual fundada en la verdad.
En tiempos actuales, encontramos en las obras de Martín Echavarría, psicólogo y doctor en filosofía, enseñanzas en el sentido de que la filosofía ayuda a comprender a la persona humana: su libertad, su dignidad y su capacidad de amar. Para Echavarría, sin una buena idea de quién es el ser humano, la educación corre el riesgo de reducirse a “entrenar” habilidades sin formar la inteligencia. Echavarría defiende una antropología filosófica de la persona humana: racional, libre, digna, irreductible a datos psicológicos o biológicos. También defiende que la educación debe respetar esa dignidad, fomentar virtudes, no reducirse a datos o destrezas.
Las ideas extraídas de los psicólogos y filósofos, permiten comprender que la filosofía ordena el pensamiento, da sentido al ser, ayuda a pensar con profundidad, libertad, conciencia en orden al bien y la verdad, fundamento de la verdadera formación y educación del ser humano.
Así como la tortuga enseñó al zorro a mirar las cosas para comprender mejor, la filosofía enseña al estudiante a no pasar corriendo por la vida, sino con base firmes a entenderla. No está hecha para complicarnos la vida, sino perfeccionar y afinar nuestra inteligencia, nos ayuda a descubrir qué somos y hacia dónde vamos. En un mundo lleno de información es la guía que nos ayuda elegir el camino correcto.
[1] The Laughing Prophet: The Seven Virtues and G.K. Chesterton