En el análisis político y la ponderación entre encuestas y resultados electorales pasados, queda evidenciada la posibilidad de que Morena, desde su candidata presidencial Claudia Sheinbaum hasta los aspirantes a las posiciones menores, no sean beneficiarios de esa ola guinda que arrasó con todo hace seis años en Chihuahua y todo el país.

El estado, pero especialmente la capital, salen de la ecuación que parece resuelta a nivel nacional, en la que Sheinbaum Pardo va al frente de un tren sin frenos con destino a un triunfo inevitable. Arrollador e irreversible, le dicen desde hace meses los voceros morenistas que tienen amplias participaciones en todos los medios.

Apoyan ese resultado previsto las candidaturas opositoras de Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez, cuyo desempeño ha transitado entre lo gris y los chispazos de popularidad, insuficientes para alcanzar una victoria. Esa es la realidad.

Pero en el terreno local parece no aplicar esa realidad nacional en la que Sheinbaum ya es considerada la primera presidenta de México. Menos parece realista la posibilidad de que arrase con las senadurías, diputaciones federales, locales y ayuntamientos. El plan C morenista es una vacilada sin vigencia aquí.

Claudia no es Andrés Manuel, es el primer factor a tomar en cuenta; el otro son los resultados fríos del morenismo, así como su actuación gubernamental, que va del abandono (tiene casi seis meses sin un delegado formal, desde la renuncia de Juan Carlos Loera) hasta la promoción de conflictos sociales en aras no de resolver situaciones, sino de desestabilizar a los gobiernos locales, considerados rivales.

La candidata, además, tampoco es dueña de los 650 mil votos que levantó en Chihuahua López Obrador en 2018, contra los 425 mil del candidato panista Ricardo Anaya, postulado entonces por la alianza PAN-PRD-MC. En aquella elección, el priista Pepe Meade juntó 240 mil sufragios y 132 mil fueron del independiente “Bronco”.

Aunque ahora MC le quita votos a la derecha azulada; aunque están en el aire los sufragios de una candidatura independiente; el desgaste presidencial en el estado, la sumatoria en alianza de priistas y panistas, así como el innegable hecho de que Sheinbaum no enciende las mismas pasiones que su gran padrino, permiten suponer un resultado no tan favorable, para ella, pero principalmente para el resto de los candidatos morenistas.

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En el caso de las senadurías, en 2018 arrasaron Bertha Caraveo y Cruz Pérez Cuéllar, con 540 mil sufragios, menos de los levantados por López Obrador en Chihuahua; los panistas Gustavo Madero y Rocío Reza tuvieron 450 mil votos, más que los de su abanderado presidencial; los priistas, incluso con el exgobernador José Reyes Baeza en primera fórmula y Georgina Zapata en segunda, apenas lograron 330 mil.

En esta elección, el cuestionamiento que debe hacerse es si el equipo de Andrea Chávez y Juan Carlos Loera puede mantener y superar esa marca, sin estar el factor Andrés Manuel en la boleta, con todo el desgaste de la administración federal, con las posturas radicales morenistas que no son bien vistas por la sociedad y con una consolidada alianza de priistas y panistas.

En las diputaciones federales, que también proporcionan información de base, en 2018 la coalición PAN-PRD-MC ganó apenas cuatro distritos con una votación total de 460 mil; el morenismo, entonces aliado del PT y el extinto Encuentro Social, logró cinco de los nueve distritos, con 512 mil votos.

Para el año 2021, con tres años de desgaste de la gestión de López Obrador, el PAN solo o en alianza (fue cuando estrenó su relación abierta con el PRI), ganó seis de los nueve distritos electorales federales, con 640 mil votos; Morena, solo o en alianza con el Verde y PT, se embolsó 450 mil sufragios y tres distritos restantes.

Ese año es clave porque inició el pragmático proceso matrimonial, todavía increíble y hasta repudiado en ambos partidos, del PAN y el PRI. En la contienda por la gubernatura, la priista Graciela Ortiz declinó a regañadientes a favor de la panista Maru Campos, quien ganó el Ejecutivo, mantuvo la capital con Marco Bonilla y obtuvo mayoría en el Congreso del Estado. 

Ortiz rezaba en silencio por Corral, y apoyaba y sigue apoyando sus proyectos traidores por donde vayan.

De nuevo el cuestionamiento: ¿podrán los candidatos a diputados federales de Morena regresar a los resultados de 2018, sin tener a Andrés Manuel como jalón principal, o habrán de profundizar el desgaste que vivieron tres años después de iniciada la 4T?

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En esta elección a mitad del sexenio de Campos Galván, no deben pasarse por alto, en el análisis local, los procesos concurrentes con las elecciones federales.

En 2018, el año que López Obrador ganó en su tercer intento, el PAN se alzó con el triunfo en 26 de los 67 ayuntamientos, mientras que el PRI obtuvo 21, cinco el PRD y cuatro Morena. El resto fue repartido entre supuestos independientes y minipartidos o negocios familiares con suerte.

Para el 2021, con un gobernador panista saliente que traicionó a su partido y huyó a Morena, Javier Corral, el PAN retrocedió, sólo ganó 19 municipios, sin soltar la capital; pero el PRI creció a 26 ayuntamientos y Morena a nueve, mientras que Movimiento Ciudadano escaló hasta cinco.

Corral Jurado encabezó un gobierno desastroso para el estado y políticamente nocivo hasta para sí mismo. Perdió su mayoría a medio término en el Congreso hasta con sus mismos diputados panistas, por una labor de zapa que ahora ha quedado evidenciada en su vergonzosa adhesión al proyecto de Sheinbaum y del presidente al que tantas veces descalificó. 

Ahora lo vemos defendiendo lo indefendible, como en el debate que tuvo con uno de sus antiguos aliados, Guadalupe Acosta Naranjo, perredista de los viejos enlistado en la campaña de Xóchitl Gálvez, con tal congruencia que deja callado al exgobernador de Chihuahua. 

Da pena ajena ver a ese Corral otra vez de agachón, sin palabras para defender un proyecto encaminado incluso a desaparecer instituciones democráticas, intervenir en el Poder Judicial, destruir y dividir a la sociedad que conocemos, lo que en entidades como ésta despierta rechazo, repudio y hasta temor de un sistema político regresivo.

Al fin del quinquenio del que hoy vemos como oportunista que sólo busca una pluri más que llene su cartera, llegó Maru Campos a buscar la forma de construir una mayoría política en Chihuahua, con la conocida fragmentación morenista, pero también al comenzar a consolidar la alianza con el tricolor, que le aporta a los panistas expertise político, recursos de sus municipios y votos de un mercado en el que compite con Morena.

Ante esa reconfiguración de fuerzas, de nuevo surge el recurrente cuestionamiento sobre si tendrán o no la capacidad los candidatos morenistas, en este caso a alcaldes y diputados locales, de conquistar sus espacios, ahora que el fenómeno de Andrés Manuel ha sido cambiado por el de Claudia; y ahora que no tienen un gobernador traidor que desde Palacio de Gobierno opere para impulsar al morenismo en el estado.

 

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Los resultados electorales pasados son números fríos, aunque no necesariamente prospectivos. Tampoco son meras especulaciones como las que algunos hacen a partir de encuestas descriptivas o inferenciales, las cuales, en la mayoría de los casos, en Chihuahua le dan una ligera ventaja general a la alianza PRI-PAN-PRD en casi todas las candidaturas postuladas.

Aunque la coalición Morena-PT-Verde asegura tener sus propios datos que le van a dar el triunfo sorpresivo, la ponderación de encuestas apunta a un escenario cerrado en los distritos electorales federales, pero más abierto en las diputaciones locales y los ayuntamientos, a favor del bloque prianista.

Pero más allá de la frialdad de los números, el ambiente político en la capital muestra un morenismo limitado territorialmente a Juárez e ideológicamente centrado en la rijosidad, como se ha visto en la confrontación entre el expanista Miguel La Torre y el aspirante azul a la reelección, Marco Bonilla, quien es el gancho de las demás candidaturas en Chihuahua, a diputados locales, federales, senadores y la primera magistratura nacional.

El insulto y la denostación en la contienda aterrizada en la ciudad, en lo que además ha caído también el emecista Enrique Valles, no han tenido buena recepción en una sociedad con una creciente, informada, politizada y poco manipulable clase media, que ve con malos ojos esos intentos de desestabilización evidentes.

Esta semana que termina, pudo verse una señal de fracaso con la concentración encabezada por Sheinbaum en la Plaza del Ángel. Fuera de cuentas alegres o críticas por la cantidad de acarreados, la realidad es que no llenó, no la puso a reventar como hubiera querido.

La semana anterior, otra mala señal fue el espectáculo lamentable en la UACH, en la que un grupo de porros derribó las puertas de la Rectoría a golpes y sin la debida justificación que debe tener toda protesta social; junto con esas puertas seguramente también derribó Morena muchas de sus posibilidades de avanzar en una comunidad que rechaza esas expresiones de violencia e inestabilidad.

Así, la lógica, las matemáticas y un mínimo de raciocinio no permiten pensar en un triunfo morenista en Chihuahua, al menos no de la magnitud que es presumido en el resto del país. Que ocurriera el próximo domingo sería una gran sorpresa.