Los normales son ahora considerados

 anormales y de manera vergonzosa

 se retiran para no ser

 repudiados por minorías ruidosas.

 

Cuando mencionamos cuernos, lo primero que se nos viene a la cabeza es la figura de un astado, un toro o una persona a la que señalamos de que le están brotando protuberancias óseas en la frente como resultado de una infidelidad.

Hay diversos orígenes de esta metáfora tan popular en varias épocas y países, desde la mitología griega pasando por la Edad Media y en nuestros días, donde ahora existe la cornamenta digital, pues las redes sociales también se usan para flirtear y coquetear de manera virtual hasta llegar a encuentros cercanos como si el poner el cuerno fuera de ley, de una u otra parte de una pareja. En las redes se desató con gran éxito entre adolescentes el llamado sexting y los celulares se convirtieron en los principales vehículos para “poner los cuernos”.1

El mismo diccionario de la Real Academia Española establece que poner los cuernos su usa para referirse a alguien que está siendo infiel a su pareja o incluso para contextos relacionados a traición o deslealtad.

Con la mitología, en la figura del minotauro, con cabeza de toro y cuerpo humano es producto de una infidelidad. Pasifae esposa del rey Minos, le fue infiel a su marido con toro y de esa relación zoofílica nació el minotauro. Eso cuentan algunas versiones.

Luego en la Edad Media “época en la que el señor feudal, supuestamente tenía derecho a acostarse con la esposa de su vasallo la noche de bodas y cuando se ejercía ese derecho de pernada, se colgaba en la puerta de la casa del marido una cornamenta de ciervo”1.

Tal vez,  cierto o producto de la imaginación, hasta nuestros días, la figura del cuerno sigue presente como sinónimo de infidelidad, pero también hay que considerar que hay de cuernos a cuernos.

Hay varias aplicaciones en el lenguaje relacionadas con los cuernos. Por ejemplo, cuando alguien se siente muy satisfecho de un logro o presume de algo se siente en “los cuernos de la luna” y antes era muy común referirse a la República Mexicana como “el cuerno de la abundancia” por su forma geográfica y por supuesto por la riqueza de sus recursos naturales.

O cuando enfrentamos una situación de frente y con valor se dice: al toro por los cuernos; o cuando el destino lo marca y no se puede evadir: "quien con cuernos nace, del cielo le caen."

"Cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas y con los cuernos se rasca", se refiere a personas que, al no tener nada útil que hacer, se entretienen en cosas sin importancia.

Hay también unos cuernos solapados y escondidos, simulados y por supuesto prohibidos. Son esos cuernos adúlteros y traicioneros y por lo tanto escondidos o secretos. "Los cuernos y los dolores se llevan por amores", se usa para expresar que las penas y sufrimientos, incluyendo las infidelidades, son parte del amor y las relaciones.

Pero también hay otros cuernos que ya se pasean sin rubor ni temor por poblados, a la vista de todos, pero que no por ello, son permitidos o justificados. Son unos cuernos impunes por obra de nuestra apatía y desinterés.  

Hay cuernos que desilusionan y causan desencanto entre parejas. Un cuerno puede estar en medio de dos seres que se amaron y se juraron lealtad eterna. Aún así, hay remedio cuando hay verdadero amor y perdón.

Sin embargo, no hemos reparado en el tipo de cuernos que están exterminando vidas, deshaciendo familias, desgarrando el país, dejando enlutados miles de hogares. De esos cuernos ni siquiera se mencionan, a pesar de que son tan comunes que hasta niños y adolescentes de varias regiones del país son actores principales de esos cuernos.

El poder del dinero respalda a esos cuernos. Esos cuernos imponen obediencia y miedo, esos cuernos dañan de manera permanente sin posibilidad de reparar el daño o de perdonar. Son cuernos del odio e ignorancia, cuernos de la prepotencia y de una forma de infundir terror.

Vemos series y documentales violentos porque el crimen ejerce una fascinación especial en el público1 lo que significa que todos estamos conformados por pulsiones agresivas, egoístas y crueles que la mayoría reprime dadas las consecuencias y sanciones a afrontar. “El hecho de observar o tratar de entender un acto criminal nos sirve a modo de espectáculo que nos sintoniza con nuestros propios deseos más íntimos y prohibidos, al tiempo que sirve de catarsis, al purificar dichos deseos por vía de la contemplación, del mismo modo que el espectador de teatro de la antigüedad griega purificaba sus sentimientos observando los hechos trágicos de héroes como Edipo o Antígona. La contemplación del delito sería, de este modo, una manera de acercarnos a aquello que desearíamos íntimamente pero que no nos atrevemos a materializar”.  

Vivimos en un clima inusitado de violencia que cada día se recrudece y se manifiesta con mayor saña. Ya se asesinan a niños y mujeres y prácticamente son contadísimos los oasis libres de violencia e inseguridad. Hablamos y escuchamos discursos sobre inseguridad, pero sólo eso. Nos conformamos con datos diarios que nos muestran comparativos con el pasado, aunque sea más de lo que antes se vivía. A base de números u “otros datos” quieren exorcizar los hechos y por otro lado, un segmento importante de la población parece que ya se hizo inmune a las ejecuciones, extorsiones, asesinatos a plena luz del día.

Nos acostumbraron a echar la culpa a los de atrás y creer que con eso se tranquiliza la conciencia y se resuelve el problema, mientras que siguen desfiles de cuernos, tráfico de cuernos, cada día más cuernos por todo el país.

Estamos a punto de llegar a los 200 mil homicidios, con un promedio de 89 homicidios diarios, pero ya no hay el mínimo asomo de sorpresa. La piel se nos ha hecho tan dura como costra, como piel de elefante que ni sentimos ni nos impresionamos de unos muertos más cada día. Lo vemos como unos más (muertos) y unos menos (vivos). Ni nos interesa el origen y la causa, ni exigimos solución. Antes un homicidio era suficiente para hacer temblar a un jefe policiaco o a un Procurador.

Siempre nos confiamos, hace tiempo, en que eran mucho más los buenos que los malos, pero los buenos se quedaron de brazos cruzados mientras los malos fueron creciendo en territorio, poder y dinero. Decíamos que había muchos más buenos sobre los malos, pero resulta que los malos, aunque siguen siendo minoría se imponen y controlan la mayoría. Es la época en que las minorías imponen la dictadura a las mayorías en muchas áreas.

Los normales son ahora considerados anormales y de manera vergonzosa se retiran para no ser repudiados por minorías ruidosas.

En los pueblos había tres figuras centrales a donde acudían para cualquier apuro o problema: el médico, el maestro y el sacerdote. Hoy, ya no juegan ningún papel. Ahora, impera la ley del cuerno, la ley del “patrón”. Quien manda ahora es el señor AK-47, mejor conocido como “cuerno de chivo” por la forma de los cargadores.

Hace años se usaba el juego de palabras de que galán mata a carita, pero billetera mata a galán, como una forma de jerarquizar los atributos de éxito o conquista.

Ahora, con la ley del cuerno, hay un dominio de los violentos que dictan sus reglas o su ley con el terror basado en el poderío del dinero.

Y ahora, ese dinero mata a galán, a carita y a perico…

Es dinero está por encima de las redes sociales o los medios de comunicación, la televisión y la radio. Encuestas, análisis, estudios, prospectivas, factor de riesgo y otros elementos ya no importan ni influyen tanto como el recurso económico que se reparte como confeti para tener contentos a todos los de la fiesta.

El dinero procedente de la ley del cuerno mata a encuestas y percepciones, mata y domina todo. Ahora, hasta en elecciones elimina a los candidatos incómodos, molestos o contrarios a sus pretensiones de control.

Y el dinero es el arma de la ley del cuerno, del cuerno de chivo. Con la ley del cuerno transitamos y nos someten.

Entonces, ¿quién manda? ¿quién es la ley del cuerno?

El cuerno de chivo…el cuerno más mortífero y ni nos inmutamos. La AK-47 que portan los criminales para imponer su ley.