Al exgobernador Javier Corral sólo le faltó solicitar a la justicia federal -en la demanda de amparo tramitada para tratar de evitar el proceso en su contra por el terreno caliente anexado a su casa de Ciudad Juárez- que el pueblo de Chihuahua le pida perdón por dudar de su honorabilidad, cuestionada desde su desastroso paso por el Ejecutivo en el periodo 2016-2021.
Pletórica de expresiones con las que trata de pintarse como héroe y mártir de su tramposo combate a la corrupción, la demanda bien pudo ser una copia de algún recurso de los que presentó su antecesor, César Duarte, ante el cúmulo de procedimientos que Corral Jurado abrió en su contra. En su solicitud de un juicio de garantías, se duele el exmandatario de casi una decena de violaciones a sus derechos porque, entre otras cosas, la gobernadora Maru Campos ha externado duras opiniones sobre su patológica personalidad. Corral Jurado intenta que un juzgado de distrito frene el procedimiento de responsabilidad que transitó de la Secretaría de la Función Pública al Tribunal Estatal de Justicia Administrativa, por la presunta falta grave de enriquecimiento ilícito y lo que resulte. En el fondo del asunto está la adquisición irregular del inmueble de 270 metros cuadrados que anexó a su propiedad de la calle Costa Rica en la frontera, que ni declaró en sus bienes ni mostró cómo terminó apropiándoselo, porque el proceso implicó una serie de violaciones a las normas que torció a su antojo cuando fue gobernador del estado. Para eso presentó la demanda de amparo, después de descalificar el procedimiento iniciado por una autoridad que forma parte del Sistema Estatal Anticorrupción, ese que él mismo utilizó a conveniencia para la persecución de los duartistas, a los que ahora copia los argumentos de violaciones a sus derechos y garantías, las mismas que atropelló como jefe del Ejecutivo.***
El expediente 1940/2024 del índice del Juzgado Tercero de Distrito, referente a la demanda corralista, bien pudiera leerse con los nombres cambiados. El demandante podría ser Duarte Jáquez quejándose de su sucesor, pues, salvo por detalles nimios, son básicamente iguales.
El recurso de Corral comienza con un informe de sus grandes logros alcanzados en Chihuahua, con números de duartistas llevados a prisión, por supuesto, sin presumir los que salieron por amparos o por resoluciones judiciales que demostraron su inocencia. Y con una enorme dosis de halagos en boca propia del demandante. Increíblemente el documento es, antes que una demanda de amparo, una apología de él mismo que, de contener hechos ciertos, justificarían erigirle estatuas en Chihuahua, Juárez, Parral, en la Sierra y hasta en el Mohinora, cómo no, ahí en la cumbre más alta del estado, pero es pecado capital solo mencionar esta última posibilidad. Después de su extremadamente benévola biografía política, que Miguel Hidalgo o Benito Juárez envidiarían, comienza la letanía de agravios de Corral Jurado. “Este tipo de declaraciones (realizadas por Maru Campos sobre su antecesor en la gubernatura) no hacen más que confirmar la obcecación y la manía que la mandataria ha mostrado, no solo para desacreditar mi trabajo, mi imagen y mi persona, sino la firme voluntad que ha mostrado de emprender una venganza personal”, se queja. Olvidó Corral, convenientemente, que como gobernador culpó, juzgó y persiguió a Campos Galván, señalándola como cómplice de César Duarte sin juicio de por medio, aunque trató por todos los medios de que le dictaran prisión preventiva para impedir que fuera candidata y luego gobernadora. “No está interesada en la justicia, en el debido proceso, ni en la presunción de inocencia, basta leer cada una de sus descalificaciones sin pruebas ni fundamentos, su intención es clara, desprestigiarme y en el camino, elevar la apuesta y llevarme a la cárcel...”. No, no es cita de César Duarte contra Corral ni de las decenas de exfuncionarios que persiguió; es el mismo Corral quejándose y doliéndose de que sea visto como el ramplón político corrupto de que es acusado.***
En su enfermiza soberbia, Corral Jurado no logra entender -así lo muestra en el recurso judicial promovido- que los hechos de corrupción atribuidos son nota estatal y nacional. Asegura que el gobierno de Maru azuza a los medios para que lo ataquen, como si eso hiciera falta y no existieran más medios que los Zona Free creados por él para ser alabado y denostar a sus enemigos.
Pero el exgobernador es nota a pesar de que es un político cuestionado formado en el PAN, como muchos otros; traidor a su partido de origen, como tantos más; refugiado en Morena, como otros miles, aprovechando que ahí reciben cascajo y escombros de los demás. Según él, es Maru, es Duarte, es la Función Pública, el Tribunal de Justicia, los diputados del PAN y del PRI, los funcionarios de todo ese entramado anticorrupción que él mismo promovió; son los medios pagados, los corruptos quienes lo persiguen a él, erigido en guardián de su inexistente honestidad e integridad política. Es el mundo el culpable, no son las consecuencias que él mismo buscó en ese juego perverso de la simulación en el combate a la corrupción, mientras hacía maniobras ilegítimas para hacerse de riqueza, igual que lo ha hecho en sus tres décadas de sacrificados servicios a la patria, casi siempre como reciclado plurinominal del PAN. Es por ello que reclama violaciones a su dignidad y honor personal, infligidas por las autoridades que lo persiguen, pero él, sin juicio de por medio, catalogó de “responsables del peor latrocinio en la historia del estado” a personajes que, hasta la fecha, no han sido declarados culpables. Es víctima, asegura, de las violaciones al debido proceso, a la legalidad y seguridad jurídica, pero él escondió carpetas de investigación contra sus enemigos políticos, los acosó con la Fiscalía General del Estado, los encarceló y hasta torturó, según las denuncias que surgieron durante y después de la moralmente devaluada Operación Justicia. Reclama también agravios “a sus derechos de acceso a la justicia en su vertiente de justicia imparcial e independiente”, cuando ejerció un indebido control de los tribunales y los jueces en su quinquenio para que resolvieran a modo. Dice que el proceso instruido en su contra y lo que hay alrededor, viola el principio de presunción de inocencia, ese que no conocía cuando, como gobernador, mandó a la cárcel y quemó en escandalosos boletines de prensa oficiales a todos los que se atravesaban en su fiasco justiciero con la que trató de ocultar la ineficiencia de su gobierno. En uno más de los agravios que enlista el sufrido exgobernador, dice que “notoriamente los actos reclamados se orientan a imponer ilegalmente al quejoso una inhabilitación con el propósito de impedir que asuma el cargo de senador de la República”. Vaya desfachatez, alega justamente lo que trató de hacer contra su compañera panista que lo apaleó en las urnas en el verano de 2021, semanas después de que trató de meterla a prisión para, justamente, inhabilitarla y cerrarle el paso a la gubernatura. Fracasó como todo fracasó en su quinquenio, pero su intención no era otra que descarrilar a la mujer que -vaya descaro y atrevimiento para su conocida misoginia- pretendía ser la primera gobernadora de Chihuahua. Es seria la patología de Corral, su mitomanía creciente que lo lleva a creerse un político honesto, cuando la evidencia lo desnuda y deja expuesta, como otras veces, su esquizofrénica idea de presentarse como el líder al que Chihuahua no lo merece, México no lo merece. No puede explicar el exgobernador lógica y coherentemente ese terreno caliente, como no puede explicar sus casas de Juárez, Chihuahua, Basaseachi, Mazatlán, la Ciudad de México, ni las 15 hectáreas en Nombre de Dios o cualquiera de sus propiedades adquiridas sin trabajar más que como parásito político, primero del PAN y ahora bien acogido por Morena. La corrupción política que lo distinguió tuvo la diferencia con su antecesor en el escudo utilizado: el de Corral fue esa farsa simuladora de combatir a los corruptos; el de Duarte fue el cinismo, incómodo para una clase política que toleraba la transa, pero no la presunción. Pero, finalmente, nada lo diferencia de los Duartes, los Beltrones, los Marko Cortés, los Calderones, los Peña Nietos y los "Alitos" que abundan en el país. Nada lo diferencia, salvo esa obsesión por autoelogiarse, por pintarse como mártir de la democracia y victimizarse ante una sociedad que, más allá de la payasada de la presunción de inocencia, ya lo juzgó como uno de los peores ejemplos en la historia del estado. En suma, el amparo de Corral es irrisorio, ridículo desde la argumentación apológica del quejoso hasta la lista de agravios jurídicos porque bien podría ser la copia de esos recursos que interpusieron en su contra, por los mismos motivos de los que ahora trata de ponerse un traje que no le queda, el de víctima. Lo dicho: nomás le faltó exigir que el pueblo de Chihuahua le ofrezca disculpas por dudar de su honestidad, en la que sólo creen unos cuantos incautos e ingenuos de la 4T en la que terminó refugiado. Pidamos perdón y erijamos estatuas por todo el estado. Amén.