Otro fenómeno inquietante es que, en algunas casas, si te duermes con las cortinas abiertas, el sueño te llega con pesadez, y te despiertas inquieto horas más tarde —a la una y media, tirándole hacia las 2 de la mañana—, pero te despiertas porque sientes que te están ahogando, que te oprimen el pecho y no te dejan respirar.
“Te incorporas, y tu vista se dirige en automático hacia la ventana y, sin que seas consciente de lo que te pasa, sin que tengas tiempo de pensarlo, tu primera reacción es ir a cerrar la ventana, como por instinto”.
¿Hay una relación entre lo que te oprime en tu sueño y que te quiere matar, con la ventana abierta? “Es como si supieras en el fondo de tu ser que 'algo' te acosa en la ventana, 'algo' que te odia y de lo que debes defenderte”.
Es el mal, dicen, concentrado en toda esta zona de la Quinta Carolina, que fue una hacienda porfirista en la que propietarios y capataces ejercían sobre los peones acasillados y sobre los pobladores más modestos, una violencia con la que se castigaba a la gente sólo por ser “inferior” en la escala social. “Son los mismos sentimientos negativos y en esencia malvados contra los que se rebeló la peonada en la Revolución de 1910, es el odio que se ensañaba con todos aquellos seres que eran como objetos y como animales de labor para los hacendados”.
Ha habido dos ocasiones en los últimos años, en que todos, sin excepción, todos los perros del rumbo, se han enfrascado en un aullido único y masivo, pero no con el vigor de los aullidos de los perros de otros lados. No, aquí en las Quintas Carolinas, los perros aúllan despacito, como con sordina, tal pareciera que no quieren enfrentar a las fuerzas del mal, sólo manifestar su miedo como un miedo colectivo en el cual refugian sus miedos individuales, como un mecanismo de defensa.
“Los perros saben, los perros saben...”, dijo mi vecino el señor Gómez.
“Ellos saben”.