Chihuahua, Chih.- A sus 16 años, “El Calacas” no sabe leer ni escribir, porque su mamá nunca lo llevó a la escuela ni le enseñó en casa lo básico; por el contrario, le pegaba desde que era un niño pequeño, así que jamás conoció un salón de clases, tampoco un abrazo ni una palabra bonita de la mujer, quien lo trataba con insultos y desprecios.

Pero algo sí le enseñó su madre a los 13 años: a drogarse, a fumar cristal, después de encontarlo husmeando entre sus cosas, cuando agarró una pipa de las que usaba la mujer de forma constante.

“Yo lloraba mientras me pegaba y ella me gritaba: no andes agarrando mis cosas, cabrón. La chinga que me dio no valió la pena, porque a los cuatro días me dijo: ¿quieres probar bien? Yo te enseño... agarró la pipa y me la puso en la boca y comenzó a explicarme cómo tenía que hacerle”, relata “El Calacas, quien recuerda que eso cambió su vida, la relación con la mujer mejoró, platicaban más y ella, adicta de toda la vida, estaba más tranquila.

La historia documentada por el profesor Mario Trillo forma parte de un compendio de 14 entrevistas con jóvenes detenidos por diversos delitos: 10 por homicidio, consumado o en grado de tentativa, de los que cuatro están relacionados con grupos del crimen organizado; dos más por violación y otros dos por asalto a personas.

Contenidas en el libro “Cuando el silencio estalla. Testimonios reales de menores infractores. La otra cara de la juventud”, las entrevistas presentan los crímenes más crudos desde la visión de sus autores materiales.

El autor respeta totalmente los derechos humanos de sus entrevistados, a los que únicamente identifica con apodos que él mismo les puso; y no juzga a los jóvenes que, en confianza, le cuentan sus atrocidades, en buena medida vinculadas al maltrato infantil, a la violencia familiar y al consumo de drogas desde edades tempranas.

Trillo trata con adolescentes en problemas con la ley desde hace años y eso le ha servido para ganarse su confianza y cariño, así enfrenten las peores acusaciones imaginables como las relata en su obra; deliberadamente, el autor omite fechas, colonias, nombres y detalles para cuidar los derechos de los menores de edad, a pesar de tratarse de crímenes que, en su momento, impactaron a Chihuahua, especialmente a la capital y a Ciudad Juárez.

“El Calacas” dice en su testimonio que en más de 100 ocasiones compartió la droga con su mamá, incluso cuando él se llevó a su novia a vivir a la casa, cuando a la joven tuvo problemas en su familia y decidió salirse de su vivienda familiar ubicada en alguna colonia periférica de Ciudad Juárez.

Todo “chido por dos meses” que vivieron juntos: el joven, su novia, la mamá adicta al cristal y un padrastro casi permanente que era alcoholico. “Fue bonito, profe, abrazos, cariño, cotorreo, Usted sabe, ¿no?”, le dice “El Calacas” a Trillo, mientras continúa el relato del tiempo en que su novia vivió con él y su mamá, en la misma casa.

Su novia resultó embarazada, ante lo cual brotó en el joven el deseo y la necesidad de dejar el cristal, pero al comunicarle la noticia a su madre, ella lo regañó, diciéndole que ese embarazo había echado a perder su vida, dado que estaba muy chico.

Eso alteró la relación que llevaban. Su mamá le hacía malas caras a su novia, ella quería regresar a casa de su madre y empezaron los problemas, volvieron los regaños, especialmente cuando él se iba de parranda con los amigos.

En alguna ocasión, su mamá lo reprendió por drogarse y él le respondió: “Usted no se meta pinche vieja, Usted me enseñó a hacerlo, véase cómo está también drogada, no se haga pendeja”, lo que desató además una pelea con el padrastro que al final fue de todos contra todos, entre golpes e insultos. Entre esos gritos, su mamá amenazó con matarlo cuando lo encontrara dormido.

A “El Calacas”, tiempo atrás, le había ofrecido “un ruco” matar a su mamá, porque ella vendía cristal ahí en el sector y le había quedado debiendo mucho dinero. “Te vas a cuajar si lo haces”, le dijo un sujeto que conocía de las vulnerabilidades familiares.

Tras esa pelea, aceptó el ofrecimiento de cobrar por matar a su madre. Fue por un amigo al que convenció de participar, repartiéndose el pago.

“Me drogué más y regresé a la casa con toda la intención de hacer ese jale. Vi acostada a mi mamá y sentí coraje y eso me ganó”, relata. Tomó un hacha y un cuchillo, dándole un primer golpe en la nuca, otro en la frente y uno más en un cachete.

“Mi padrastro se levantó a madres y al ver a mi jefa comenzó a llorar y me decía: no, por qué haces eso”, dice. “Cállese pinche viejo culero que también a Usted me lo voy a chingar”. A él le dio siete puñaladas en la espalda, tras forcejear y librarse de los intentos del señor por protegerse con una cobija.

“Mi mamá se levantó y me empujó. No sé cómo fue que se levantó. Mira mi´jo, estoy llena de sangre, fue lo que me dijo. “Cállese a la ver..., pinche vieja. La empujé y salí corriendo”, narra.

El padrastro sobrevivió a las lesiones, pero su mamá murió después de casi una semana de agonía en un hospital de la frontera.

El libro de Mario Alberto Trillo Corral contiene las historias, contadas en primera persona por los mismos protagonistas, de 14 jóvenes que estuvieron en reclusión en el Cersai de Chihuahua, pero además cuenta con el prólogo del doctor Anastacio Santos Álvarez y una introducción del autor.

“La inseguridad pública es responsabilidad compartida, porque la violencia nació en casa, en la escuela, el trabajo; en la casa, muchos padres de familia cultivan su vida diaria con gritos, amenazas y golpes, alejados del diálogo y la paciencia. Esa actitud negativa se va heredando por generaciones y los niños aprenden a ser violentos desde el hogar...”, expone Santos Álvarez en su análisis de la obra y las circunstancias que retrata.

Por su parte, el Trillo señala que cuando se dan cita la falta de oportunidades, la pobreza, la necesidad de dinero, las drogas, la ausencia de amor, la carencia de la familia y de valores, surgen este tipo de historias que parecen sacadas de una película, pero desgraciadamente son verdaderas.

“Crímenes de alto impacto cometidos por adolescentes de entre 14 y 18 años nos obligan a hacernos una pregunta: ¿cómo es que un joven puede llegar a hacer algo así? Ellos nos muestran una realidad desatendida y que nos compromete a voltear a ver las necesidades que como sociedad hemos desatendido”, asienta.

El autor también expone la crítica realidad numérica vigente al momento de la obra en Chihuahua, a nivel estatal. En 2020, dice, fueron procesados 84 adolescentes, de los cuales nueve eran mujeres; para 2021 la cifra aumento a 130 en total, de los que 13 eran mujeres.