“(...) Fui a la cocina, tomé un cuchillo y me acerqué a mi jefa, me acuerdo que estaba leyendo la Biblia cuando la empecé a apuñalar. Fueron 28 puñaladas las que le di a mi mamá...”, narra Chabelo, recluido por homicidio en el Centro Especializado de Reinserción Social para Adolescentes Infractores de Chihuahua (Cersai).

“Después la envolví en cobijas, la saqué al patió donde la metí a una casita como para guardar cosas. Sin pensarla dos veces, busqué en el bolso porque sabía que traía una lana (...) con el dinero que le robé compré cristal; me volví a poner bien loco en mi casa”, detalla el joven que desde los 12 años comenzó a drogarse.

Chabelo -sobrenombre con el que lo identifica para respetar su privacidad y la de su familia- empezó a drogarse a los 12 años, con una amiga de 16 años que vendía cristal a un lado de su casa en la ciudad de Chihuahua. Ella le regalaba la droga, hasta que después, enganchado, por su cuenta comenzó a buscar dinero de cualquier forma para drogarse.

Fue al regreso de un funeral con el que fue a sus tíos a la sierra que buscó a un amigo de su misma colonia para consumir un poco de cristal. Después de unos “jalones” fue a su casa y, desesperado por la droga, tocó la puerta sin recibir respuesta, aunque sabía que estaba su madre adentro.

Después de varios toques fuertes a la puerta por fin le abrieron y entró molesto, muy enojado fue por el cuchillo mientras su madre se sentaba en la sala, para luego sacar su furia a puñaladas contra la mujer que le había dado la vida.

“Cuando le di las puñaladas se me hizo raro que no le saliera sangre, la neta mi jefa ni se enteró de lo que hice, todo fue rápido. Lavé el cuchillo y lo volví a dejar en el mismo cajón de donde lo había sacado”, relata el joven quien, después de esconder el cadáver e ir por más droga, se salió con los amigos a seguir “la loquera”, sin contarles lo que había hecho.

“Yo me sentía normal, actuaba como si nada hubiera pasado”, dice Chabelo, quien al volver horas después a su casa vio que estaban muchos policías afuera, por lo que decidió pasarse de largo y esconderse en un camión de transporte de personal que usualmente era estacionado cerca del lugar, propiedad del papá de su amiga; ahí pasó la noche entera drogándose con “criko”.

Con el dinero que le sobró del atraco a su madre, al día siguiente fue a buscar un celular una tienda Soriana, pero un guardia lo vio sospechoso y lo detuvo para revisarlo, sacándole la droga y robándole el efectivo que traía, para luego entregarlo a la Policía Municipal que, al ser menor de edad, después de reportar su detención y sacar su domicilio, terminaron por descubrir que era el principal sospechoso del asesinato de su mamá.

En prisión nadie visita a Chabelo, tiene hermanos pero nada sabe de ellos; no tenía comunicación alguna con su madre, salvo por los regaños que le daba por su mal comportamiento y a su papá nunca lo conoció.

“No me arrepiento; ya pasó, pero yo digo que quizá se pudo evitar si no me hubiera drogado tanto. La verdad no recuerdo nada de mi mamá: ni cómo era su voz, nada”, dice el joven sin expectativas definidas de lo que hará cuando, a la mayoría de edad, recupere su libertad.

La historia documentada por el profesor Mario Trillo forma parte de un compendio de 14 entrevistas con jóvenes detenidos por diversos delitos: 10 por homicidio, consumado o en grado de tentativa, de los que cuatro están relacionados con grupos del crimen organizado; dos más por violación y otros dos por asalto a personas.

Contenidas en el libro “Cuando el silencio estalla. Testimonios reales de menores infractores. La otra cara de la juventud”, las entrevistas presentan los crímenes más crudos desde la visión de sus autores materiales.

El autor respeta totalmente los derechos humanos de sus entrevistados, a los que únicamente identifica con apodos que él mismo les puso; y no juzga a los jóvenes que, en confianza, le cuentan sus atrocidades, en buena medida vinculadas al maltrato infantil, a la violencia familiar y al consumo de drogas desde edades tempranas.

Trillo trata con adolescentes en problemas con la ley desde hace años y eso le ha servido para ganarse su confianza y cariño, así enfrenten las peores acusaciones imaginables como las relata en su obra; deliberadamente, el autor omite fechas, colonias, nombres y detalles para cuidar los derechos de los menores de edad, a pesar de tratarse de crímenes que, en su momento, impactaron a Chihuahua, especialmente a la capital y a Ciudad Juárez.