La declaración inesperada del presidente Donald Trump el jueves, en la que anunciaba que dio una orden al ejército estadounidense para reanudar las pruebas nucleares, provocó visiones de un retorno a los peores días de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos, Rusia y China detonaban regularmente nuevas armas, primero en la atmósfera y el espacio exterior, y luego bajo tierra.

Fue una época de amenazas y contraamenazas aterradoras, de oscuras visiones del apocalipsis y teorías de disuasión mediante la destrucción mutua asegurada. Se supone que esa era terminó con la llegada del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares que varias naciones acordaron a mediados de la década de 1990. Sin embargo, no hubo suficientes signatarios que lo ratificaran para que el tratado entrara formalmente en vigor. Su objetivo era frenar la carrera armamentística al detener nuevas pruebas y el ciclo de represalias que engendraban.

Trump ahora ha reavivado el debate dentro de la comunidad de seguridad nacional sobre la conveniencia de romper la tradición de observar ese tratado, que algunos de sus antiguos asesores han argumentado que impide la capacidad del país para demostrar “paz mediante la fuerza”. En el Air Force One, de regreso de Corea, el presidente dijo a los periodistas que había hecho el llamamiento debido a todos los demás países que realizaban pruebas nucleares.

“Las suspendimos hace años, muchos años”, dijo Trump, en referencia al hecho de que la última prueba explosiva estadounidense de un arma nuclear fue en 1992, durante el gobierno de George H. W. Bush. “Pero si otros están haciendo pruebas, creo que es apropiado que nosotros también lo hagamos”.

Excepto, por supuesto, que no lo hacen. La única nación que ha realizado pruebas con regularidad en el último cuarto de siglo es Corea del Norte, y su última prueba explosiva fue en septiembre de 2017.

Moscú no ha realizado ninguna prueba desde hace 35 años, en los últimos días de la Unión Soviética. Sin embargo, Trump puede haber estado confundiendo las pruebas de armas nucleares con la reciente declaración de Rusia de que había probado dos exóticos vectores de armas nucleares: un misil de crucero de propulsión nuclear y un torpedo submarino, llamado Poseidón, que podría cruzar el Pacífico y golpear la costa oeste de Estados Unidos. Ambos están diseñados para eludir las defensas antimisiles estadounidenses, que buscan las cabezas nucleares de los misiles balísticos intercontinentales cuando atraviesan el espacio a toda velocidad.

Trump dijo a los periodistas que no incluía a China en esa lista de naciones que realizan pruebas; su última prueba explosiva fue hace 29 años, aunque hay indicios de que el país ha hecho preparativos en Lop Nur, donde Mao demostró por primera vez las capacidades nucleares de China en la década de 1960, por si decide reanudarlas.

Al propio alto funcionario de Trump a cargo de las pruebas nucleares —Brandon Williams, excongresista de un solo mandato por el norte del estado de Nueva York— le preguntaron directamente durante su audiencia de confirmación en abril si Estados Unidos necesitaba volver a realizar pruebas explosivas.

“Yo no aconsejaría que se hicieran pruebas, y creo que deberíamos confiar en la información científica”, dijo Williams, en referencia a aspectos como los datos recogidos en modelos de supercomputadoras. Pero rápidamente señaló que la decisión se tomaría “por encima de mi nivel salarial”.

Al parecer, eso es exactamente lo que ocurrió. El jueves, una hora antes de reunirse con Xi Jinping, líder de China, en Corea del Sur, Trump publicó un mensaje en las redes sociales en el que decía que había ordenado al “Departamento de Guerra”, como él llama al Departamento de Defensa, que reanudara las pruebas “inmediatamente”. Su aclaración de que las pruebas se realizarían “en igualdad de condiciones” con los rivales de Estados Unidos dejó perplejos a muchos funcionarios de seguridad nacional. (También resultó desconcertante porque el responsable de las pruebas es el Departamento de Energía, no el Pentágono).

Trump no proporcionó ninguna justificación para reanudar las pruebas, aparte de su afirmación incorrecta de que otros hacían lo mismo. Se jactó de que “Estados Unidos tiene más armas nucleares que ningún otro país”, lo cual es incorrecto: Rusia tiene más. (Muchas de las armas del arsenal ruso son pequeñas armas de campo de batalla del tipo que los funcionarios estadounidenses temían en octubre de 2022 que se utilizaran contra Ucrania).

Dijo que China ocupaba un “distante tercer lugar” en cuanto a sus capacidades. Eso es cierto, pero también están avanzando rápidamente. El Pentágono estimó durante el gobierno de Joe Biden que China tendría 1000 armas desplegadas en 2030 y alcanzaría aproximadamente la paridad con Estados Unidos y Rusia en 2035.

En declaraciones a los periodistas el jueves, el vicepresidente JD Vance dijo que era importante poner a prueba el arsenal nuclear para asegurarse de que “realmente funciona correctamente”.

“Para que quede claro”, dijo, “sabemos que funciona correctamente, pero hay que supervisarlo a lo largo del tiempo, y el presidente solo quiere asegurarse de que lo hagamos”. No hizo ninguna referencia a las pruebas “en igualdad de condiciones” con otras naciones.

Muchos expertos creen que si Estados Unidos reanuda las pruebas, básicamente daría permiso a otras naciones para hacer lo mismo, aproximadamente 100 días antes de que expire el último tratado de control de armamentos entre Estados Unidos y Rusia, que limita el tamaño de sus arsenales.

Los expertos nucleares afirman que tanto Rusia como China están preparadas para realizar detonaciones nucleares en sus centros de pruebas subterráneos con bastante rapidez. Esto contrasta con Estados Unidos, que se considera que ha hecho pocos preparativos serios. Su centro de pruebas es una desolada extensión del desierto de Nevada de mayor tamaño que el estado de Rhode Island.

Durante el primer mandato de Trump, este reavivó la posibilidad de nuevas pruebas estadounidenses. Además de debatir la reanudación de las detonaciones subterráneas, los funcionarios pidieron que se redujera considerablemente el tiempo de preparación para la reanudación de las pruebas nucleares estadounidenses. La agencia federal encargada del centro de pruebas nucleares del país ordenó que el tiempo necesario para los preparativos se redujera de años a tan solo seis meses.

Los expertos nucleares consideraron que el objetivo no era realista porque el equipo de pruebas del extenso emplazamiento de Nevada se había deteriorado o desaparecido.

Aun así, el Proyecto 2025, el plan estratégico de la derecha para la presidencia de Trump en 2023, se hizo eco de la presión para acelerar el proceso. Pedía a Washington que renunciara por completo al largo periodo de preparación y “pasara a una preparación inmediata para las pruebas”, a fin de dar al presidente “la máxima flexibilidad para responder a las acciones de adversarios”.

El redoble de tambores continuó en 2024, cuando Robert C. O’Brien, exasesor de seguridad nacional de Trump, dijo en Foreign Affairs que Washington “debe probar las nuevas armas nucleares para comprobar su fiabilidad y seguridad en el mundo real”. Pero su argumento central no parecía referirse tanto a la necesidad científica de realizar pruebas explosivas como a una necesidad política: demostrar a las potencias emergentes y agresivas que Estados Unidos, que inauguró la era nuclear al lanzar dos armas atómicas sobre Japón, seguía preparado para utilizar el arma definitiva.

Los críticos afirman que la reanudación de las pruebas incitaría a una carrera armamentística mundial. Señalan que los directores de los laboratorios nacionales encargados del arsenal atómico de la nación han declarado repetidamente ante el Congreso que Estados Unidos no necesitaba volver a las detonaciones nucleares.

En lugar de las pruebas, Estados Unidos confía ahora en los mejores expertos y en las máquinas de los laboratorios de armamento de la nación para verificar la letalidad del arsenal del país. Hoy las máquinas incluyen supercomputadoras del tamaño de una habitación, la máquina de rayos X más potente del mundo y un sistema de láseres del tamaño de un estadio deportivo. Ningún otro país dispone de un conjunto tan amplio de herramientas de pruebas no nucleares.

A diferencia de los estudios de laboratorio, las pruebas nucleares subterráneas con detonaciones explosivas permiten a los científicos descubrir fallos importantes en prototipos de armas y poner a punto nuevos diseños de armamento. Durante la Guerra Fría, China realizó 45 explosiones de prueba en Lop Nur, su centro de pruebas subterráneo en el desierto occidental. En comparación, Francia detonó 210, Rusia 715 y Estados Unidos 1030.

Estas pruebas concluyeron paulatinamente al final de la Guerra Fría. En 1996, la suspensión se formalizó en la prohibición mundial de las pruebas. Las potencias atómicas del mundo la firmaron como forma de frenar una costosa carrera armamentística nuclear que se estaba descontrolando. Pero ha sido un acuerdo esencialmente voluntario, ya que el Senado estadounidense nunca lo ratificó, y otros países también se abstuvieron de aprobarlo formalmente.

Siegfried S. Hecker, exdirector del laboratorio de armamento de Los Álamos, en Nuevo México, donde se creó la primera bomba atómica, ha sostenido durante mucho tiempo que la prohibición de las pruebas favorece a Washington porque impide a los rivales que respetan el pacto ponerse al día sobre la enorme ventaja que Estados Unidos posee en armas nucleares avanzadas.

“Sí, podemos aprender cosas mediante los ensayos nucleares”, dijo Hecker en una entrevista. “Pero si consideramos el panorama general, tenemos mucho más que perder al volver a realizar pruebas que lo que podemos ganar”.

Las disparidades en las pruebas dan a Washington una ventaja militar porque impiden que otras potencias diversifiquen y hagan más mortíferos sus arsenales.