Transcurridos nueve meses de su mandato, el acercamiento del presidente Donald Trump a aliados, adversarios y competidores de todo el mundo ha demostrado ser una extraña mezcla de éxitos y arranques cada vez más frecuentes y erráticos, ya sea que esté tratando con Canadá o China, Venezuela o Medio Oriente, o la guerra por el control de Ucrania.
No cabe duda de que Trump ha cosechado algunas victorias sustanciales en política exterior en su segundo mandato. Los aliados europeos están ahora en vías de gastar mucho más en su propia defensa de lo que imaginaban hace un año, algo que han exigido varios presidentes pero que Trump ha forzado.
Ha intervenido para ayudar a apaciguar varios conflictos regionales que existen desde hace tiempo, aunque algunos de sus supuestos éxitos resulten temporales. Su mayor logro hasta la fecha, conseguir la libertad de los 20 rehenes vivos retenidos por Hamás y un frágil alto al fuego en Gaza, requirió un manejo enérgico y hábil de su reticente homólogo israelí.
Pero si alguien esperaba que Trump se convirtiera en el tipo de estadista global por el que la mayoría de sus predecesores pretendían ser recordados, se ha llevado una gran decepción.
Trump, que nunca ha sido conocido por su coherencia ni por sus sutilezas, solo se ha vuelto más caprichoso en su política exterior, una tendencia que se ha puesto de manifiesto al comenzar su gira por Asia para enfrentarse a una China combativa y a unos aliados que no están seguros de lo que quiere ni cómo tratar con él.
“El presidente tiene una percepción instintiva de las vulnerabilidades y los puntos de presión de los países”, dijo Richard Fontaine, director ejecutivo del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense y exasesor del senador John McCain. “Esto a veces produce una influencia que utiliza con fines productivos, como vimos en Europa y Gaza y en el ataque a Irán. Pero también tiene desventajas”.
Poco después de una fructífera reunión con el primer ministro de Canadá, Mark Carney, Trump interrumpió el viernes las conversaciones comerciales en un arrebato porque no le gustó un anuncio de la televisión canadiense en el que aparecía la voz real del presidente Ronald Reagan, tomada de un discurso radiofónico de hace 38 años, y advertía de los costos a largo plazo de los aranceles. El sábado fue más lejos e impuso aranceles adicionales del 10 por ciento a los productos canadienses, una medida que podría costar miles de millones a los consumidores estadounidenses, simplemente porque a Trump no le gustó el anuncio, creado por el gobierno de Ontario.
Reaccionó con furia, amenazas y aranceles nuevos y altísimos este mes, cuando China anunció límites al acceso estadounidense a minerales de tierras raras, metales muy necesarios, pero luego bajó las revoluciones cuando se dirigía a Malasia el viernes por la noche, y dijo a los periodistas en el Air Force One que tanto él como el presidente chino, Xi Jinping, tendrían que hacer concesiones esta semana para alcanzar un acuerdo comercial. El domingo, sus negociadores anunciaron avances.
Después de hacer campaña con una plataforma en la que decía que evitaría enredos en el extranjero, prácticamente envió una armada al Caribe para presionar a Venezuela y, al parecer, tratar de derrocar al presidente Nicolás Maduro. Sigue aumentando la presión militar, mediante el envío de un portaaviones a la región en los últimos días y los ataques al menos a 10 embarcaciones que, según afirmó sin revelar pruebas, transportaban drogas. La mayoría de los expertos jurídicos afirman que los asesinatos sumarios de civiles —al menos 43 han muerto ya— carecen de justificación legal, pero Trump se niega a proporcionar al Congreso o al público una declaración clara de su objetivo.
Y ha dado tantos bandazos sobre Ucrania que los funcionarios europeos han corrido repetidamente a Washington para saber si Trump está del lado del presidente Vladimir Putin de Rusia o de Ucrania.
“Si tu posición negociadora es ‘haremos lo que sea que funcione’, por supuesto que te van a engañar, que te van a cambiar la jugada”, dijo Celeste Wallander, experta en Rusia que fue subsecretaria de Defensa para la seguridad internacional hasta enero. “Esto es lo que ocurre cuando no tienes ninguna posición de base en una negociación internacional de alto riesgo. Se produce una espiral constante de posiciones extrañas y cambiantes”.
A más de nueve meses de que inició su segundo mandato, lo único que podemos esperar de la gestión de Trump de los asuntos mundiales es que será una mezcla impredecible de instinto, agravio y ego. Y hay pocos indicios de que sus rabietas, virajes y retrocesos sean estratégicos y meditados, como a veces insisten sus partidarios, y no producto de la impulsividad, el humor y las circunstancias.
En cualquier caso, los líderes y embajadores extranjeros saben que deben mantenerse cautelosos en todo momento, y uno de ellos dijo el otro día que entra en el Despacho Oval con el tipo de precaución que necesitaría si hubiera cartuchos de dinamita sin detonar bajo los cojines del sofá.
Mientras se prepara para reunirse con un nuevo dirigente japonés y con Xi —y después de que hiciera una extraña petición pública al dictador norcoreano, Kim Jong-un, para que se reuniera con él, a pesar de que su última diplomacia fue seguida de un aumento en el tamaño del arsenal nuclear del Norte—, Trump se encuentra en una especie de punto de inflexión. ¿Podrá aprovechar los éxitos que ha tenido en política exterior o su naturaleza impredecible seguirá generando confusión y conflictos, en lugar de resultados?
La pelea de Trump con Canadá empezó cuando montó en cólera en las redes sociales por la voz en off de Ronald Reagan, pero también acusó a “Canadá de intentar influir ilegalmente en la Corte Suprema de Estados Unidos en una de las sentencias más importantes de la historia de nuestro país”, en referencia a un caso que la Corte examinará y que sopesa la legalidad de algunas de las medidas arancelarias de Trump.
El presidente dice ahora que podría asistir a la sesión del tribunal cuando este vea el caso.
Los funcionarios canadienses dicen que la intención no era influir en el tribunal; era recordar a los republicanos que su partido se había apartado de las creencias de Reagan, y que estaba ignorando sus advertencias. Pero Trump no se ha preocupado mucho últimamente por interferir en el proceso judicial de otro país.
Hace menos de dos semanas, se presentó en la Knéset, el Parlamento israelí, y, en un discurso de una hora para celebrar la liberación de los rehenes, instó a que se indultara al primer ministro Benjamín Netanyahu en un caso penal en curso. Y no se ha detenido en su decisión de imponer aranceles del 50 por ciento a Brasil porque, según sus palabras, estaba llevando a cabo una “caza de brujas” al someter a juicio al expresidente Jair Bolsonaro, amigo de Trump, bajo la acusación de intentar dar un golpe de Estado para impedir que el actual presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, asumiera el cargo en 2022.
Luego están los ataques en el Caribe y el Pacífico, que parece probable que se aceleren una vez que el grupo de portaaviones Gerald R. Ford esté estacionado frente a Venezuela dentro de unas semanas, medida ordenada el viernes.
Pero mientras el Pentágono acumula potencia de fuego —aproximadamente una séptima parte de la flota activa de la Marina estará cerca de Venezuela cuando llegue el Ford—, la Casa Blanca no declarará cuáles son sus objetivos estratégicos en este despliegue. Las autoridades afirman públicamente que la operación tiene por objeto detener el flujo de cocaína y fentanilo, pero los funcionarios estadounidenses reconocen en privado que forma parte de una campaña más amplia para derrocar a Maduro, el líder autoritario de Venezuela.
Y luego está Ucrania, donde Trump ha pasado de repetir los argumentos rusos a proponer la idea de entregar a Ucrania potentes misiles Tomahawk, solo para cambiar de opinión.
En julio, justo antes de reunirse con Putin en Alaska, Trump acordó con sus aliados europeos que el paso más vital era conseguir un alto al fuego, para que las armas estuvieran quietas mientras se negociaba por fin. Pero en cuanto llegó a la base aérea estadounidense de Anchorage, dijo que él y el líder ruso habían acordado que lo que se necesitaba era un acuerdo de paz completo. Los altos al fuego pueden romperse, explicó. Solo un acuerdo de paz total sería suficiente.
Los líderes europeos se apresuraron a acudir a Washington y se reunieron en torno al presidente en el Despacho Oval para reconducirlo.
Cuando no hubo ninguna negociación de seguimiento para un acuerdo de paz, Trump declaró que creía posible que Ucrania recuperara todo el territorio que perdió a manos de Rusia tras la invasión de 2022, y argumentó que los rusos tenían “GRANDES problemas económicos” y no podían luchar. Luego dijo que casi se dejó convencer para entregar a Ucrania aviones Tomahawk que pudieran alcanzar el interior de Rusia.
Pero una oportuna llamada telefónica de Putin lo convenció de que eso provocaría una escalada con los rusos, y se echó para atrás. Cuando Zelenski llegó a Washington la semana pasada, Trump insistió en que un alto al fuego —lo que había rechazado dos meses antes— era la única opción, y congeló los combates en las líneas actuales.
“Que se corte por lo sano”, dijo, refiriéndose a las partes de la región de Donbás, en el este de Ucrania, que ahora ocupa Rusia. En privado, advirtió a Zelenski de que “tu país será destruido” con el tiempo por Rusia, según un alto funcionario ucraniano, lo contrario de lo que había dicho unas semanas antes.
La reunión con Putin que el presidente dijo que se celebraría en Budapest dentro de unas semanas desapareció, lo que llevó al presidente a imponer sus primeras sanciones a las exportaciones rusas de petróleo. Los funcionarios de la Casa Blanca lo aclamaron como un momento significativo: era la primera vez que Trump se sumaba a las miles de sanciones impuestas a Rusia tras su invasión de Ucrania en febrero de 2022. Pero se negaron a decir qué había cambiado desde la primavera, cuando Trump eximió a Rusia de la mayoría de sus aranceles.
“La fuerza motriz de esta montaña rusa”, dijo Ivo Daalder, exembajador estadounidense ante la OTAN, “es el deseo del presidente de ser visto como la persona que pone fin a la guerra. No le importa cómo acabe, ni con qué consecuencias. Solo que termine y respalde su pretensión al Premio Nobel de la Paz”.
